Capítulo IV

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La señora Mulangani abrió mucho los ojos y no precisamente por las costillas rotas o por no sentir el aire pasar por sus narices, sino por el hecho de que aquel ser de altura descomunal mantenía rasgos muy similares a los de ella, la diferencia era que la del humanoide eran grotescos, angulosos pero sus cabellos eran idénticos que los de la señora Mulangani.

- ¿No vas a defenderte? -masculló El Diablo dos metros y medio más abajo-No sellaste tu pacto conmigo así que no tengo por qué ayudarte-sentenció su voz a lo lejos.

La Señora Ni contempló con una mirada perdida dos cosas: la primera era que aquellos ojos oscurecidos sí tenían pupilas, pero eran tan estrechas y renegridas que apenas se distinguían entre tanta negrura. Lo segundo es que fue consciente de lo incierto que era hacer acuerdos con El Diablo, en un primer momento no consiguió valorar realmente lo trascendental del asunto. Pero, ahora ahí a merced de un ser jamás antes visto y escuchar el resonar de las últimas palabras de El Diablo, era suficiente para comenzar a sospechar lo ineludible.

La mujer no tenía necesidad de materializar las palabras e inquirir cómo debía sellar el acuerdo y, no es que la asfixia que ya comenzaba a teñirle la piel de púrpura se lo impidiera, pero como buena bruja sabía exactamente lo que debía hacer. Se mordió con un movimiento ágil el labio y permitió que un par de gotas cayeran al suelo arenoso mientras pensaba en un conjuro poco conocido. Al exclamar mentalmente las últimas palabras un chasquido ensordecedor envolvió el lugar.

Los soles aumentaron su brillo rojo y un Diablo enorme, aún más que aquel humanoide, se alzó sobre sus cabezas.

-Hija mía, deja a tu hermana y ve con tu hijo...anda, muéstranos el camino-ronroneo El Diablo.

El humanoide se llevó a la boca a la Señora Ni y antes de que pudiera hacerle volar la cabeza El Diablo chasqueo sus dedos.

- ¿Vas a desobedecer?

Entonces, aquel ser con aspecto vago de mujer soltó a la señora al tiempo en que corría hacia el norte. En cambio, la mujer de piel morena caía en un ángulo torcido hacia el duro suelo, pero fue por el mismo Diablo que no logró azotar ya que con un movimiento la hizo parar.

La señora Mulangani flotó a medio centímetro del suelo frío mientras escuchaba reír a carcajadas a El Diablo. Un tronar de dedos, por parte del de piel roja, hizo reincorporar a la señora como si se tratara de un títere, pues eran unas fuerzas ajenas la que le hacía mover sus extremidades torpemente hasta incorporarla. Con voz patosa le exigió al ser condenado que lo llevara de una buena vez con su hijo.

-Vamos de una buena vez-le respondió El Diablo con ojos brillantes-Que estoy sediento por cobrar mi deuda-demandó mientras le señalaba el sendero que el humanoide había dejado a su paso.

Ambos caminaron en silencio, uno expectante y la otra con un nerviosismo que, hasta Dios, que estaba muy lejos de ahí, podría haberlo olido. Los humanoides les abrían paso muy quietos y callados ahí por donde avanzaban. Sus cuencas oscuras parecían penetrar en los tormentosos pensamientos humanos de la señora y le hacían la caminata aun más pesada de lo que en realidad era.

La energía que envolvía aquella atmósfera era muy densa, como si las cargas negativas no transitaran por alguna molécula de aquel sitio. Por lo que el gélido viento que corría por doquier parecía ser sólo una respuesta a las cargas negativas que circulaban por aquel mundo.

La señora Mulangani se contempló las piernas que se tornaban de un púrpura muy intenso. Inquieta se lamió los labios en busca de encontrar un autocontrol, pero el alma se le fue a los pies cuando sintió con su lengua unos labios rotos con sangre seca, ¿cómo se estaba afectando así? Con los ojos como plato se siguió contemplando y miró que sus uñas estaban negras y de sus brazos se enmarañaban una red de puntos oscuros, la mujer se volvió al Diablo.

- ¿Sorprendida? -musitó mostrando sus afilados dientes.

El Diablo le señaló su frente y la mujer con trémulos dedos se la tocó. Sintió en ella un relieve en forma de L invertida y de pie, al lado izquierdo dos pequeñas comas y la sangre se le congeló cuando el nombre de la marca se reveló ante sus ojos: la marca de Caín. Ella tenía la Marca de Caín.

Entonces, a lo lejos escuchó la voz musical de su angelito preciado. La señora Mulangani se volvió a sus espaldas y contempló a un par de metros a un pequeño niño de piel pálida y cabello revuelto color azabache que rodeaba unas largas piernas de un humanoide, la misma que le había atacado a ella. Pero su corazón se detuvo cuando le contempló las cuencas negras que decoraban lo que debían ser unas pupilas vivas.

Odidrep, con su cuerpo humano y con ojos de humanoide, contempla a la señora Mulangani y entonces todo se comienza a fragmentar. Ni él ni la señora Ni saben que sucede con exactitud, pero ante sus ojos todo se congela y se fragmenta. El Diablo se posa delante de la de piel canela y comienza a retorcerá con sus dedos puntiagudos. ¿Qué estaba pasando?

-Verse a sí mismo y ver a tus descendientes-explicó El Diablo-Te corrompe el alma, tus ojos no pueden ver aquello que esta más allá de tu dimensión, ¿no pudiste simplemente dejar ser feliz a su hijo con la madre que sí lo merecía? Arrastraste a tu propia infelicidad a su hijo desde el momento en que no obedeciste a Dios, terminaste de matar a tu hijo al tiempo que aceptaste mi trato y decidiste aventurarte a una dimensión que no te correspondía.

"Él fue enviado aquí para disfrutar y poseer todo lo que no fuiste tu y que él necesitó, pero al verlo con tu otra yo de tu otra dimensión fracturaste el equilibrio y es necesaria la exterminación de tu alma, porque no basta que sea sólo mía...¿De verdad creíste que tu simple cuerpo mortal podría soportar las vibraciones de cualquier dimensión de las deidades?
"Eres tan arrogante como cualquier otro ser humano...''

Y, entonces, la otra madre toma a la señora Mulangani entre sus grandes manos y antes de que pudiera ser consciente la humana de lo que estaba sucediendo, la otra madre la quiebra en un millón de fragmentos y la lanza al limbo, donde no hay sonido y hasta la nada es incierta. La sangre salpicada en aquel suelo arenoso jamás pudo ser retirada, pues quien por error le rozaba con su piel sufría una ceguera funesta y al poco tiempo moría con las piernas moradas y los dedos negros. Y, se dice, que las almas de aquellos desdichados iban a parar con el mismísimo Diablo, cobrándose más almas malditas que si hubiera roto el acuerdo con la bruja y se hubiese quedado con la de la señora Mulangani.

Cada milenio de siglos, el alma fracturada de Mulangani se acerca a los siete soles naranjas de aquella dimensión que acobija a su hijo, y de entre las montañas rocosas, ve a su hijo ser cuidado por aquella otra madre que pudo haber sido.  

Los acuerdos de La brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora