Capitulo 1.

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Emma.

La respiración estaba agitada, podía escuchar mis propios pasos resonando contra el suelo húmedo, el eco de mis botas retumbando en mis oídos como un tambor de guerra. Cada zancada me recordaba lo estúpido que había sido ofrecerme para la guardia. El bosque era un laberinto oscuro, las sombras se movían como si tuvieran vida propia, y cada crujido, cada susurro del viento entre las hojas, me hacía girar la cabeza esperando ver a uno de esos monstruos acercándose.

"¿Por qué diablos salí del campamento?" pensé, mientras intentaba controlar la respiración. Las ramas se enredaban en mi ropa, tironeando de mí, como si el bosque también quisiera que me quedara atrapada allí para siempre. Miré hacia atrás, y la figura deformada del infectado seguía persiguiéndome. El sonido de sus gruñidos era cada vez más fuerte, más cerca. Mi corazón latía con tanta fuerza que sentía que me estallaría en el pecho.
Encontré un árbol lo suficientemente alto y, con manos temblorosas, me aferré a las ramas. Mi cuerpo no respondía, los dedos resbalaban, pero no había opción: tenía que subir. Cuando finalmente llegué a una rama segura, me giré y apreté el rifle contra mi hombro. El infectado, perdido debajo, olfateaba el aire, su mandíbula desencajada goteando saliva.

—Solo un disparo— murmuré para mí misma, tratando de calmar mis manos temblorosas. —Solo uno—

Disparé, y el retroceso casi me hizo caer. El infectado se desplomó, pero no había tiempo para respirar. Otros seis se aproximaban, atraídos por el ruido. Apunté y disparé una y otra vez, los casquillos volando a mi alrededor. Cada disparo resonaba en mis oídos, cada retroceso me recordaba las lecciones de mi padre, pero también me recordaba que él ya no estaba. La munición se agotaba rápido, y el último disparo falló. Mi dedo apretó el gatillo en vano.

—¡Maldita sea!— jadeé, bajando del árbol con más prisa de la que era prudente.

El perímetro estaba desierto, o al menos eso creía. Caminé con el rifle listo, mi mente contando las balas restantes. Mis pasos eran más rápidos ahora, más ruidosos, y entonces ocurrió: un infectado se lanzó desde la oscuridad, derribándome con la fuerza de un tren. El dolor en mi hombro explotó mientras intentaba bloquearlo, su aliento fétido quemándome la cara. Grité y empujé, pero era más fuerte. En esos segundos eternos, mientras luchaba, todo lo que quería era que todo terminara. Las fuerzas me abandonaban y lo único que podía pensar era en cómo me rendiría, cómo solo quería que todo acabara, aunque significara mi final.

—¡Agh, vamos, pelea!—  me dije a mí misma, pero mi voz era un susurro, una súplica a un cuerpo agotado.

De repente, un disparo. El peso del infectado se desplomó sobre mí, su sangre tibia manchándome la ropa. Miré hacia arriba, aún aturdida, y vi a Andi de pie, con el arma en alto, su rostro iluminado solo por la escasa luz de la luna.

—¿Qué haces en el suelo, descansando? ¿O te gusta coleccionar mordeduras?— dijo, con una media sonrisa, extendiéndome la mano para levantarme.

—Gracias— murmuré, todavía jadeando, mientras me ponía de pie. —Creía que estaba controlado—.

—Sí, claro. Se notaba— respondió Andi con su tono sarcástico habitual, dándome una palmada en el hombro. —Tal vez si te relajas un poco, los infectados también se relajen.—

—Vete al diablo— aunque no pude evitar una pequeña risa. Era un alivio, una burbuja de aire en un mar de desesperación.

Andi me miró con una mezcla de burla y preocupación, su expresión relajada ocultando la tensión de haber llegado justo a tiempo. —Sabes que solo bromeo. No mueras en mi guardia, ¿vale?—

—Lo intentaré,— respondí con un suspiro. Él se quedó un momento más, asegurándose de que estaba bien, luego se despidió con un gesto antes de dejarme sola para terminar la guardia.

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⏰ Última actualización: Sep 30 ⏰

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