𝐃𝐞𝐮𝐱

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Seabrook era un pueblo de lo más monótono y aburrido en el que nunca pasaba nada. Sus vecinos se podrían haber muerto de aburrimiento si no hubiese sido por las peleas de las dos niñas más adoradas del lugar.

Jennie era siempre perfecta y educada, Lalisa una niña revoltosa como cualquier otra, pero, cuando se juntaban esas dos en algún evento o celebración, inevitablemente ocurría algo; de hecho, siempre que estaban cerca, estallaba una guerra. Tanto era así que los vecinos hacían apuestas con sus trastadas.

Incluso en el bar de Nora, el lugar más concurrido del pueblo.

Por la mañana, este local era el típico bar de ambiente hogareño repleto de mesas familiares con sus inmaculados manteles blancos adornados con flores frescas y sus ricos menús del día que tentaban a todos los transeúntes al ser anunciados en la pizarra de la entrada. Pero por la noche, con su gran barra y sus famosos combinados, se convertía en un espacio sólo apto para mayores.

Lo que nunca cambiaba de este singular establecimiento era la gigantesca pizarra con los tantos de cada niña. Todas las semanas se apostaba sobre quién sería la primera en hacerle una trastada a la otra, y mensualmente se apostaba sobre cuál de las das era la vencedora.

En ese momento, Nora, una mujer de mediana edad, un poco robusta, pero con una preciosa sonrisa y una maravillosa melena de pelo rojizo, dueña, camarera y a veces también cocinera del local, repasaba la pizarra en voz alta para valorar quién ganaría ese mes.

—Bien, veamos: Lalisa tiene cinco tantos y Jennie, seis... ¡por lo que este mes va por delante la tierna chiquilla! —exclamó Nora llena de euforia, porque le encantaba esa niña.

—¡No puede ser, Nora, revísalo otra vez! Yo creo que van empatadas —protestó

Hiroyuki, el comerciante local que siempre apostaba por el empate y que regularmente se llevaba el bote.

—¡Esta vez no vas a ganar, Hiroyuki! —gritó otro de los presentes.

—¡Sí, en esta ocasión la pequeña lleva ventaja! —señaló un admirador de la Señorita Perfecta, que así era como la conocían.

—De eso nada, seguro que la salvaje hace algo antes de terminar el mes —apuntó un tercero aludiendo a Lalisa por su apodo.

—Sí, todo está demasiado silencioso y tranquilo últimamente —opinó Hiroyuki, con el que todos estuvieron de acuerdo.

—Bueno, repasemos las trastadas mensuales —continuó Nora—: En la celebración de la fundación del pueblo, Lalisa acabó dentro de la tarta y Jennie dentro de la fuente de la plaza.

—Sí —admitieron todos sonrientes al recordar las jugarretas de esas dos.

—En la boda de Mari, Jennie acabó atada con un gran lazo rojo en la mesa de regalos, pero cuando se desató, no sabemos cómo, consiguió meter a Lalisa en el baúl de la banda de música, y juro por Dios que esa niña estuvo a punto de irse de gira si los hermanos de Jennie no llegan a darse cuenta de que su amiga no estaba.

—Pobrecita, la castigaron durante mucho tiempo sin salir por eso —se quejó Levi, un anciano pensionista declarado defensor de Jennie.

—En el cumpleaños de Jeong-in —continuó Nora—, la piñata que rompió Jennie estaba llena de bichos que le cayeron encima, y Lalisa, al final de la fiesta, acabó sentada encima del estiércol del poni.

—Hay que admitir que la pequeña tailandesa es imaginativa, ¿cuántas horas le habrá llevado cazar todos esos insectos? —comentó Jonas, el mecánico del lugar.

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⏰ Última actualización: Oct 15 ⏰

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