Estamos llenos de primeras y últimas veces, estamos llenos de pedazos rotos, reparados e intactos, de lágrimas y de sonrisas, de recuerdos y de olvidos.
Las primeras veces siempre serán de mis favoritas, la primera vez que vi un amanecer consciente de aquello, la primera vez que vi la luna, la primera vez que sentí la espuma del mar en mis pies y la arena que daba esa sensación de suavidad al caminar, la primera vez que me agité hasta el cansancio corriendo por un parque detrás de unas iguanas, la primera vez que me raspé las rodillas pero gané la carrera, la primera vez que sentí la alegría de tener un buen puntaje en la escuela, la primera vez ganando un concurso de reinas, la primera vez en el cine, la primera vez conociendo a alguien que marcaría mi vida con un antes y un después.
Estas últimas suelen parecer peligrosas, son armas de doble filo, pero todos somos eso para alguien, todos alguna vez fuimos la primera vez de otro, todos alguna vez alegramos o entristecemos, pero como diría mi última vida para no ser la primera vez que rompa a nadie nunca más.
Cuántas veces pensamos en que una persona era la indicada, cuantas veces creímos haber encontrado el amor solo porque nos revoloteaba la tripa al verlo, la sensación de cosquilleo por todo el cuerpo cuando escuchábamos su nombre, esa emoción del primer hola, de la primera tomada de manos, de la primera caricia, del primer beso y no siempre con la primera persona, sino con tantas como nos fuera posible tener fe de encontrar a quien buscamos desesperadamente en silencio desde que tomamos la idea de que aquí estamos para ser dos.
El problema de eso es que siempre nos rompían o rompíamos a alguien, porque sabíamos que estábamos buscando un alma en el cuerpo incorrecto, confundimos los ojos y las miradas, tal vez incluso la misma piel solo porque nos revolotea la tripa con su presencia.
Me pregunto yo, qué pacto hicieron aquellos que se encuentran a la primera y no se sueltan nunca, a veces dudo incluso de mi supuesta inteligencia y astucia y le pido perdón en silencio a su nombre que ya no me escucha, a sus manos que ya no me tocan y a su vida que ya no está a mi lado, porque no supe esperar, porque por huir de un pasado aterrador me cree una vida que cargo con un peso incómodo a ratos, pido perdón por no mantenerme firme y confundir quizás sus pequeños ojos con los de alguien más...
Van siendo tan solo una treintena de años me digo, si, pero una treintena que duele, que hiere.
No digo en voz alta las palabras que no quieres escuchar, no digo en ningún sitio nada de ti ni de mi para no mover más en mi propia herida y seguramente sé que tu ya no me recuerdas, y fue mi culpa, lo sé, ni sé por qué me he atrevido a buscarte antes, pero lo que más odio es haberte encontrado en el momento exacto cuando te había soltado, cuando me dije a mi misma que no te buscaría más, porque seguramente no te encontraría nunca y debía continuar esta, mi vida.