En la noche más oscura de mi vida estuve a punto de tomar una decisión que no era nueva para mi, la vieja del mar me decía, no te quites la vida si no quieres que te olvide, pero yo que no creía en otras vidas en aquel entonces, me tiré de la roca aún cuando no sabía nadar, no sentí el golpe, ni me vi cuando caí en la profundidad, era de noche, ni un alma escucharía mi dolor, tan solo quizás la vieja del mar.
Pero esta vez no había vieja del mar, era yo en mi habitación agarrando entre mis manos los pedazos de mi propia alma, un alma que tenía miedo de irse y de permanecer, un alma que deseaba dejar de existir y a la vez lloraba por no parir.
No comprendía a que me estaba aferrando si sentía que lo había perdido todo.
Ya no había una vieja del mar entre las cuatro paredes blancas de esa habitación, era yo con mi corazón en la mano, con mis sueños revoloteando como pájaros por mi mente y aún así sabía que no era a ellos a los que me aferraba, no lo comprendía pero en ese momento estaba soltando todo, todo el peso de los daños y de los años, incluso solté la idea de conocer en esta vida el rostro de mi amado. Quizás ya lo olvidé y por eso tantas veces me equivoqué.
Hoy me doy toquecitos en la cabeza a mi misma y me digo, buena niña, no te quitaste la vida, puedes sonreír, ¡lo has encontrado!
Te había encontrado treinta y siete años después de haberme ido y aún me pregunto como te fuiste tú que solo volviste con cuatro años menos que mi a este mundo. Eso jamás lo sabré, pero entiendo que ahora tú no me recuerdas.
Habrás cambiado, lo sé, así que sigo intrigada en conocer lo que guardan tus ojos que han creado una coraza llena de dureza al mundo y sé que tampoco soy la única que puede ver escondido en ese muro el pequeño brillo titilante de tu ternura.
Me aceleré en todo, te busqué por donde pude, me atreví a dar los primeros pasos, me recuerdes o no, yo había cumplido conmigo, ahora ya sabía a lo que me había aferrado, eran tus ojos que no encontraba, eran tus cabellos que se habían escondido, era tu voz que sonaba lejos de mi, era tu aroma que permanecía igual.
Jamás entendí porque adoraba los pistachos, pero aquella primera mañana lo supe, tu espalda aún guardaba el olor de las ramas del árbol donde nos refugiamos a comernos vivos a escondidas de todos. Daría mi última vida por vivir en esta a tu lado y olerte cada mañana, amor mío, pero ya no me recuerdas y tu corazón se ha cerrado a mi.
Y ya no te conozco, no puedo mover ninguna pieza para tenerte pero me resigno a la primera vez que siento tanta paz de saber que estás vivo, que siempre te tuve tan cerca y que al menos pude sentirte una vez más...
Esta vez el impedimento hemos sido los dos, esta vez quizás no haya próxima vez, o si, no lo sé. Pero aunque ya no te espero y me tenga que romper el corazón muchas veces al verte ajeno a mi, me encuentro cada noche escarbando en la memoria de ese pasado siendo felíz.
Ya no voy a buscarte, ya no pienso en tenerte, vivo con la alegría y la paz de saber que eres tú aunque para tí ya no sea yo.