Veinte días antes de la llegada de Adrian Blackwood a Bramborough, el sol brillaba con la misma calidez que siempre en el pequeño pueblo. La rutina matutina de Lily Harper transcurría con normalidad: el aroma del desayuno que se cocinaba en la cocina y el canto de los pájaros llenaban el aire. Sin embargo, lo que se cernía sobre la vida de Lily era todo menos común.
A sus ocho años, Lily era una niña vivaz y curiosa, pero en las últimas semanas, algo había cambiado. La paz de su mundo se había visto interrumpida por un fenómeno que no podía comprender del todo: comenzaba a escuchar voces. Al principio, eran susurros indistintos, difíciles de distinguir entre el murmullo del viento y el ruido cotidiano. Pero esos susurros se fueron haciendo cada vez más claros, más insistentes, y sus palabras comenzaron a convertirse en órdenes.
Una tarde, mientras estaba en su habitación, jugando con sus muñecos y tratando de distraerse de las voces, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Una de las voces volvió a hablarle, con una claridad que no había experimentado antes.
—Lily—, se escuchó una voz sonora, como si alguien susurrara justo a su lado, aunque no hubiera nadie allí.
Lily se giró bruscamente, buscando la fuente del sonido. La habitación estaba vacía, pero la voz seguía resonando en su mente.
—Hazlo—, decía la voz, y Lily sintió un peso en su pecho, como si la voz estuviera exigiendo algo de ella.
Con el corazón acelerado, se acercó a la cocina, donde su madre, Rachel, estaba ocupada preparando el desayuno. Lily se detuvo en la entrada, mirando a su madre con una mezcla de preocupación y esperanza.
—Mamá—, comenzó Lily, tratando de captar la atención de Rachel, que estaba concentrada en revolver una olla.
Rachel se volvió, su expresión tranquila pero cansada.
—¿Qué pasa, cariño?—, preguntó Rachel, con una sonrisa que no lograba ocultar su cansancio.
—He estado escuchando voces—, dijo Lily, su voz temblando—. Me dicen cosas, cosas que no entiendo.
Rachel frunció el ceño, su mirada reflejando una mezcla de preocupación y escepticismo.
—¿Voces?—, repitió Rachel—. ¿Qué voces?
—No lo sé exactamente—, respondió Lily—. Me dicen que haga cosas. Una voz me dijo que debía ir al bosque.
Rachel se acercó a Lily, intentando mantener la calma, pero su mente estaba llena de preocupaciones.
—Lily, cariño—, dijo Rachel, tratando de sonar tranquilizadora—. A veces, los niños inventan cosas o juegan a juegos. Tal vez es solo una fase. No te preocupes demasiado por eso.
—No—, insistió Lily—. No creo que sea eso. Las voces son muy claras, y me dicen cosas raras. Ayer me dijeron que hiciera daño a alguien.
Rachel suspiró y le dio un breve abrazo, aunque su gesto estaba más enfocado en calmar a Lily que en entender realmente su angustia.
—Vamos, no te preocupes—, dijo Rachel—. Seguro que es solo una fase de tu imaginación. Si sigues sintiéndote así, podemos hablar con un especialista, pero estoy segura de que todo estará bien.
Cuando Paul, el padre de Lily, regresó a casa y se unió a la conversación, su actitud fue igualmente escéptica. Se encontraba en el taller, cubierto de grasa y con las manos manchadas, cuando Rachel le informó sobre la conversación con Lily.
—¿Qué está pasando?—, preguntó Paul, mirando a Lily con una mezcla de curiosidad y desdén.
—Lily dice que está escuchando voces—, explicó Rachel—. Pero creo que es solo una fase. Ella menciona que las voces le dicen que haga cosas extrañas, incluso que le hicieron daño a alguien.
Paul se acercó a Lily con una expresión de preocupación mezclada con escepticismo.
—Lily—, dijo Paul, intentando suavizar su tono—. A veces, los niños dicen cosas raras cuando están jugando o imaginando. No te preocupes demasiado por eso. Solo trata de ignorarlas.
Lily intentó aceptar sus palabras, pero la sensación de inquietud en su interior no desapareció. La conversación en la cocina terminó sin resolver realmente la angustia de Lily, quien se sentía atrapada entre las voces que no podía controlar y el apoyo que no lograba tranquilizarla.
Tres días después, la situación se volvió aún más perturbadora. Lily estaba en el parque con algunos amigos, intentando disfrutar de un día al aire libre. A pesar de que sus padres habían asumido que sus preocupaciones eran solo producto de su imaginación, el malestar de Lily no había disminuido. Las voces continuaban insistiendo, y su influencia estaba empezando a volverse peligrosa.
Mientras jugaba en el parque, Lily estaba más distraída de lo habitual. Observaba a los otros niños correr y reír, pero su mente estaba en otro lugar, atormentada por las voces que le exigían que actuara. De repente, una de las voces se hizo particularmente fuerte.
—Hazlo ahora—, ordenó la voz, con una intensidad que hizo que Lily se sintiera como si estuviera bajo una presión física.
En el centro del parque, un adolescente de 17 años llamado Eduard Vince estaba jugando con sus amigos. Eduard era alto y robusto, disfrutando de una partida de fútbol con entusiasmo. Mientras corría detrás del balón, no tenía idea de que estaba a punto de convertirse en el objetivo de Lily.
Lily, sintiendo una urgencia que no podía explicar, se acercó a Eduard con una determinación que no era propia de ella. En el suelo cercano, había encontrado una ramita. La tomó con firmeza, su mano temblando ligeramente mientras la voz en su cabeza la empujaba a actuar.
Con un grito apenas audible, Lily se lanzó hacia Eduard y, con un movimiento desesperado, le clavó la ramita en el estómago. Eduard cayó al suelo, atónito y dolorido, mientras sus amigos gritaban y corrían hacia él, tratando de entender lo que acababa de suceder.
Eduard, con el dolor agudo de la ramita clavada, luchó por liberarse de Lily. La reacción rápida de sus amigos permitió que lo alejaran de Lily, pero la herida era grave. La ramita había penetrado en su estómago, causando una herida que requirió atención médica inmediata.
La ambulancia llegó rápidamente, y Eduard fue llevado al hospital con la ramita aún incrustada en su abdomen. Los médicos trabajaron para estabilizarlo y extraer el objeto, mientras la noticia del ataque se extendía rápidamente por el pueblo. Lily, mientras tanto, permaneció en el parque, llorando y temblando, completamente incapaz de comprender la magnitud de lo que había hecho.
Esa noche, mientras Lily intentaba dormir, las voces continuaban susurrándole órdenes y amenazas, alimentando su angustia y confusión. Sus padres, ahora preocupados y asustados por la gravedad del incidente, se dieron cuenta de que su hija necesitaba ayuda urgente. La idea de que Lily estaba atravesando una fase pasajera parecía cada vez más absurda.
Rachel y Paul, aunque aún incrédulos, sabían que tenían que actuar rápidamente. El ataque a Eduard Vince no solo había marcado un punto de inflexión en la vida de Lily, sino que también había iniciado una serie de eventos que, sin que ellos lo supieran, llevarían a la llegada de Adrian Blackwood y a la exploración de fuerzas más oscuras y complejas en Bramborough.
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No Volverás A Reír [Creepypastas]
Fanfiction🎈No romantizo ni normalizo actitudes, comportamientos y/o acciones de los personajes representados en cuestión. En la vida real sus acciones tienen consecuencias severas, por ninguna razón/motivo/circunstancia imites lo que se representa en este li...