Otra madrugada, y el peso de mis pensamientos me aplastaba, como un manto de sombras que no podía quitarme. En mi desesperación, caminé hacia el baño, sintiéndome como un náufrago perdido en un mar de recuerdos oscuros. Al llegar al lavabo, me encontré con el espejo, un viejo guardián de mis secretos y mis fracasos. Su superficie estaba manchada, llena de grietas que parecían susurrar historias de un pasado sombrío, ecos de una vida que se desvanecía.
—¿Por qué me tocó un espejo tan cruel? —murmuré, como si el cristal pudiera entender mi tormento, como si tuviera el poder de desvelar la esencia de mi soledad.
Al pronunciar esas palabras, el espejo pareció oscurecerse aún más, devolviéndome una imagen distorsionada. Mi corazón latía con fuerza, cada golpe un recordatorio de la fragilidad de mi existencia. Esa imagen que me devolvía el espejo no era solo un reflejo; era un retrato de un futuro incierto y aterrador.
—¿Por qué no puedes ser como los otros espejos? —insistí, sintiendo que mis palabras flotaban en el aire, cargadas de desespero.
El goteo del grifo marcaba el tiempo, un compás monótono que resonaba en mi alma, como un lamento interminable. "No es para tanto", intentaba convencerme, mientras la tormenta en mi interior se desataba con furia. Fue en ese instante de desesperación que perdí el control; presioné el cristal con tal rabia que se hizo añicos, el sonido resonando como un grito en la oscuridad.
Caí al suelo, rodeado de fragmentos, mis manos temblando y ensangrentadas. Mis ojos se posaron en uno de los pedazos rotos, y allí, en su superficie fracturada, vi mi reflejo. Era un hombre cansado, marcado por los años, atrapado en un ciclo de soledad y arrepentimiento. ¿Por qué seguía atormentándome, como un prisionero en su propia mente, esperando un perdón que nunca llegaría?
Tirado en el frío suelo, las lágrimas resbalaban por mis mejillas, ahogándome en mi propia miseria. Aun así, me aferro al eco de lo que alguna vez fui. Al mirar los fragmentos esparcidos a mi alrededor, sentí una extraña conexión; cada trozo parecía contar una historia: relatos entrelazados de momentos felices y tristes, risas y lágrimas perdidas en el tiempo. Aunque eran pedazos rotos, eran parte indisoluble de mí. En cada grieta había una historia; en cada sombra, un destello de vida que ya no podía alcanzar.
Ya no sabía cómo encontrar la dignidad en medio de tanto dolor. La vida, con todas sus imperfecciones, se había convertido en un camino lleno de espinas, y yo había olvidado cómo caminar sin herirme.
Mientras miraba esos fragmentos iluminados por la tenue luz del alba, comprendí que no había un final feliz ni una solución mágica que diera sentido al caos. Solo quedaba la aceptación, un susurro en el viento de que, a pesar de todo, aún persistía, con mis cicatrices como marcas del tiempo que había pasado.
En esa aceptación, aunque desprovista de consuelo, descubría una inesperada forma de liberación. Observé mis manos, marcadas por la culpa y la tristeza, y comprendí que la esencia de la vida no radica en buscar respuestas que la validen. Más bien, se trata de abrazar su belleza absurda; no porque anhelara un desenlace feliz, sino porque cada instante de esta existencia con su caos y su esplendor merecía ser vivido en toda su plenitud.
Y así, en esa primera luz del alba que se filtraba por la ventana, me levanté entre los fragmentos rotos.

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Cuentos Fracturados
Acak"Cuentos Fracturados" es un viaje personal que he decidido compartir, una recopilación de cuentos que documentan mis progresos y cambios a lo largo del tiempo. Cada relato encapsula momentos significativos, emociones intensas y las historias que han...