El viento azotaba las ventanas de la casa, pero dentro, el ambiente era aún más frío que el exterior. La casa de los Verstappen era enorme pero solitaria, aunque esta siempre estuviera llena de gritos y aquella noche, esos gritos se oían más fuertes que nunca.
Max, con apenas seis años, había aprendido a anticipar las tormentas. No las de afuera, sino las que se desataban dentro de su casa. Esa noche, una de ellas estaba a punto de comenzar, y él sabía que no podía evitarla. Su cuerpo pequeño pero fuerte, endurecido por años de entrenamiento exigido, temblaba ligeramente mientras tomaba la mano de su hermano menor, Lando, que apenas tenía cuatro años.
— Ven conmigo —le susurró Max, tratando de mantener la calma en su voz.
Los pequeños pies descalzos de Lando tropezaban al seguir a Max, pero no soltó su mano. Sabía que su hermano mayor siempre lo protegía, que Max siempre encontraba una forma de mantenerlos a salvo. Se dirigieron al cuarto de Max, uno de los pocos lugares donde sentían un poco de refugio cuando los gritos de su padre comenzaban a escalar. Cerró la puerta silenciosamente y, con el corazón acelerado, arrastró una silla y la puso bajo el picaporte.
— Max... —Lando murmuró, sus ojos grandes y húmedos buscando alguna respuesta en el rostro de su hermano.
Max no podía decir nada que calmara lo que vendría. Ya había aprendido que, en esa casa, las palabras no detenían los puños, ni los castigos. Los golpes eran inevitables, tanto como el rugido de Jos cuando las cosas no iban como él quería. La presión para ser los mejores pilotos, era abrumadora para ambos, no estaban permitidos los errores, incluso para Lando, que apenas iniciaba en el karting. Los días llenos de errores se convertían en noches llenas de castigos.
Se abrazaron en el rincón más alejado de la puerta, Lando aferrado a Max como si fuera su salvavidas en un océano oscuro. Los sollozos del pequeño temblaban en el aire mientras Max lo acunaba entre sus brazos, su propia respiración irregular.
— No te va a pasar nada, Lando. No lo dejaré entrar... —Max susurró, aunque sabía que no podría detener a su padre si realmente lograba derribar la puerta.
Entonces, los golpes en la puerta comenzaron. Fuertes, resonantes, como truenos en medio de una tormenta. Jos gritaba sus nombres con una furia que hacía que el suelo temblara bajo sus pies.
— ¡MAX! ¡LANDO! ¡ABRAN LA PUERTA AHORA MISMO! —la voz de Jos, áspera y cargada de odio, traspasaba la madera como una bala.
Max apretó los ojos con fuerza, las lágrimas rodando silenciosas por sus mejillas mientras sentía a Lando temblar en sus brazos. Lando sollozaba, tratando de no hacer ruido, pero el miedo lo vencía. Cada golpe contra la puerta era como una daga que se hundía más y más en sus pequeños corazónes.
— Shh, no llores, Lando, por favor... —Max susurró, con un nudo en la garganta que apenas le permitía hablar. —Solo espera, él se cansará...
Pero sabía que no era cierto. Jos no se cansaba. No hasta que su ira había sido completamente saciada. Max solo podía esperar que, esta vez, la puerta resistiera un poco más.
Max seguía susurrando palabras de consuelo, aunque él mismo luchaba por creer en ellas. Cada golpe en la puerta hacía que su corazón diera un vuelco, y sentía el miedo calando en todos los huesos de su ser. Pero no podía dejar que Lando lo viera así. Él era el mayor, era su deber proteger a su hermano, como lo había hecho tantas veces antes. Aunque por dentro se sintiera tan asustado como él, Max debía ser fuerte. Por Lando.
La puerta crujía bajo el peso de los golpes. Las bisagras rechinaban, y cada vez que la madera cedía un poco, Max sentía que el aire se le escapaba del pecho. Abrazó más fuerte a Lando, que escondía su rostro en el pecho de su hermano, sollozando en silencio.
— Max... —la voz de Lando era apenas un susurro ahogado entre lágrimas. —¿Por qué está tan enojado? Yo... yo hice todo bien hoy...
Max apretó la mandíbula, sus manos temblorosas acariciando el cabello de su hermano, enredándose entre los rizos oscuros. ¿Qué podía decirle? Sabía que Lando había hecho lo mejor que podía, pero para su padre, eso nunca era suficiente. Jos siempre encontraba algo mal, algo que no había salido como él quería. Y cuando eso pasaba, el castigo no tardaba en llegar.
— No es tu culpa, Lando -murmuró Max, con una voz rota que trataba de sonar reconfortante. — No hiciste nada malo. Papá... papá solo está enojado. No es por ti, ¿de acuerdo?
Pero en su corazón, Max sabía que no era solo enojo. Era algo mucho más oscuro, algo que había visto crecer en los ojos de su padre con los años. La presión, la necesidad de éxito, la obsesión por convertirlos en pilotos perfectos, como si fueran máquinas y no niños. Y cuando fallaban, aunque fuera en el más mínimo detalle, Jos descargaba toda esa frustración sobre ellos.
Los golpes seguían. Ahora más fuertes, más desesperados. Max sintió el miedo recorrer su columna vertebral como un escalofrío helado. Sabía que no podían quedarse allí para siempre. Sabía que, tarde o temprano, la puerta cedería.
De repente, un fuerte golpe resonó más fuerte que los anteriores, haciendo que Lando se aferrara aún más a Max, enterrando su rostro en su pecho.
— ¡ABRAN ESA MALDITA PUERTA!— rugió Jos desde el otro lado. La madera crujió nuevamente, y por un momento, Max pensó que la puerta se rompería.
— No nos encontrará, no podra entrar — murmuró Max para sí mismo, susurrando lo que quería creer, aunque sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que Jos irrumpiera en la habitación.
Lando levantó la vista, sus ojos marrones brillando con lágrimas.
— Max, tengo miedo...
Max tragó con dificultad. Él también lo tenía. Estaba aterrorizado.
—Yo también, Lando... — admitió en voz baja, las palabras saliendo casi sin pensar. No era la respuesta que debería darle, pero la verdad se había escapado. — Pero... voy a protegerte. Te lo prometo. Nadie va a hacerte daño mientras yo esté aquí.
Lando, con su inocencia de cuatro años, se acurrucó aún más cerca, confiando ciegamente en la promesa de su hermano mayor. Max cerró los ojos, sus propios sollozos silenciosos escapando mientras los golpes continuaban.
Cada golpe era un recordatorio del monstruo que acechaba del otro lado. Jos era implacable. Había días en que su ira parecía no tener fin, y Max sabía que hoy era uno de esos días. Los castigos no eran nuevos para él, pero cada vez que veía el terror en los ojos de Lando, sentía como si el mundo se desplomara sobre él. No podía dejar que su hermano pasara por lo mismo.
Los recuerdos de su propia niñez —antes de que su hermano naciera— invadieron su mente. Las noches que pasaba solo, soportando los gritos y las manos furiosas de Jos. Pero ahora ya no estaba solo. Tenía a Lando. Y eso lo hacía todo peor, porque tenía que ser el fuerte, el que los protegiera a ambos, porque si no lo hacia el, ¿Quién lo haría?
ESTÁS LEYENDO
It's Not Your Fault
FanfictionMax y Lando sufren los abusos de su padre en silencio; tras un accidente la verdad en la que viven es descubierta y son rescatados por Sebastián Vettel y Kimi Räikkönen, ahora serán una familia y nada podría salir mal, verdad?