End

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Mikey sonríe, es lo único que puede hacer. Practica su puesta en escena, aunque Takemichi no pueda verlo, quiere que la sienta; es lo máximo que puede darle ahora, lo único que puede devolverle.

Siente que comienza a temblar de los nervios, en la sala de espera donde es el único que todavía falta; todos los demás ya han ingresado. Un acuerdo tácito, tan silencioso como podría serlo. Mikey es el último que puede verlo.

Revisa sus palmas, intenta controlar el movimiento involuntario, sin poder lograrlo realmente. Se sostiene a sí mismo, observando las arrugas en su dorso; su piel, atrapada por el tiempo, le recuerda que no puede estar haciendo esto. Él ya no es un mocoso, no tiene quince años.

Mikey finge una calma que no tiene ante sus hijos, sus nietos, esa familia suya que lo observa en silencio.

El tiempo ha pasado. Recoge sus cabellos, que han perdido el hermoso brillo que antes tenían, rubios como oro puro; ahora están cubiertos de canas, que intenta ocultar tras sus orejas. Sigue temblando, sintiendo el ardor horripilante en sus ojos. Por ello, parpadea rápidamente, fingiendo que las lágrimas no están ahí; se le complica incluso eso. Su monstruosa fuerza se ha ido acabando con el tiempo; apenas puede mantenerse en pie.

El tiempo se ha acabado, y él apenas se da cuenta de que no ha valido la pena. Él no puede. Tiene que tomar todo su autocontrol para no ponerse de rodillas a rogarle a Dios que se lo lleve cuando Takemichi se vaya. Quiere seguirlo, porque nada después de él tiene sentido. Ya como un anciano, sabe que sus hijos lo entenderían; sabe que su esposa, en paz descanse, se lo perdonaría. Takemichi merecía más que eso.

Cuando le permiten ingresar, observado por todos, no hace más que ajustar su andar para que no se note que ya no puede mantenerse erguido.

Y lo ve por fin, en la fría habitación custodiada por la parca que Takemichi ha visto tantas veces de frente, sin ahora poder burlarla. Mikey puede sentir un escalofrío solo al ver tantos aparatos rodeando al hombre.

¿Alguna vez ha dicho lo hermoso que era Takemichi?

Tal vez no en voz alta.

Pero lo era. Aún ahora, con tantas arruguitas en su cara, con sus cabellos negros que todavía parecían brillar. Mikey solo puede amar cada centímetro de ese hombre; cada milímetro le parecía hermoso, aun cuando su rostro estaba opacado por la máscara de oxígeno y el entorno parecía empeñado en arruinar la vista. Mikey no hace más que observar cautivado los ojos azules que un día brillaron con fuerza, ahora destellantes, luchando con la oscuridad.

Lo está mirando.

Entonces sonríe como ha practicado.

—Oi, ancianomicchi—llama, recurriendo a su tono juguetón.

Mikey podría jurar que vio una sonrisa.

—Mis nietos han estado llorando por tu culpa, voy a golpearte tan fuerte—dice, acercándose, por fin.

Ha tenido el temor oculto de estar cerca. La realización directa de que lo que veía era real lo hería; sensaciones de ira, tristeza e impotencia lo roen.

Pero no podía quedarse quieto, como siempre había hecho desde que lo conoció. Se acercó cautivado, a paso lento, forzando la sonrisa, mordiendo sus labios, con los latidos de su propio corazón en sus oídos.

Takemichi entonces tosió levemente, intentando decir algo que Mikey no entendió. Un saludo, tal vez.

Aun así, Mikey se sentó a su lado.

—Takemichi, Hina-chan está triste, bueno, todos allá afuera, pero ella es tu esposa —toma aire—, el amor de tu vida. Aunque está siendo consolada por tus hijos, ella estará bien. Has criado a tan buenos chicos...—inicia sin saber exactamente de qué hablar.

—M-Mikey-kun...

El nombre suena tan débil; el llamado hace que Mikey oculte el rostro, mirando el suelo mientras una lágrima escapa traicionera.

—Mis nietos están con los tuyos; ellos están cuidándose entre sí, como los chicos. ¿Recuerdas nuestro Tokyo Manji?—suspira, con la voz rompiéndose tras las primeras dos palabras.

No recibe una contestación.

Mikey aún continúa con el rostro oculto.

—Ya tenemos canas, ya somos ancianos, tenemos hijos, tenemos nietos, todo por ti, Takemichi—un suspiro que pretende parar la respiración agitada sale de sus labios—. Mi Takemichi...

Mikey no puede parar las lágrimas; Manjiro Sano, a sus setenta y cuatro años, llora como un niño, buscando desesperadamente parar el llanto con sus manos.

El silencio que sigue solo hace que su llanto antes silencioso pierda el control, no por una negativa al llamado posesivo, sino por la nula respuesta. ¿Takemichi todavía era suyo siquiera?

Finalmente, se rompe.

—No quiero que te escapes de mí, no quiero que te vayas sin mí, por favor—el sollozo desesperado supera su cordura, mientras aún intenta parar las lágrimas. Añade—: Por favor, por favor, llévame, de nuevo contigo, como siempre. Sálvame, por favor, Takemichi, no me dejes, por favor, te lo ruego...

Sus ruegos parecen aumentar de volumen, y de hecho no importa, porque sabe que los demás también lo saben. Todos saben lo que está pasando ahora. Mikey está perdiendo al amor de su vida. Mikey está rogando irse con su alma gemela, desea desesperadamente quedarse al lado de su héroe. No es un secreto, nunca lo ha sido.

Y nuevamente dentro, Takemichi Hanagaki intenta alcanzar a su Mikey-kun porque detesta verlo llorar, pero está demasiado débil, y Mikey no puede ver cómo esos hermosos ojos azules retoman ese brillo tan especial, brillando solo para él, como siempre ha sido.

Aun así, Manjiro continúa sin verlo. —Te daría mi vida. Si la muerte fuera una persona, podría vencerla. Si pudiera, te daría cada segundo que me queda; te daría el mundo si me lo pidieras, si eso te dejara un día más a mi lado—

Los pequeños hipidos son lamentables, y Manjiro, por primera vez desde que asistió a la boda de Takemichi, se permite derrumbarse. Es la segunda vez que se lo están robando y él no puede hacer nada, ni siquiera verlo a la distancia.

Siente su corazón hirviendo, licuándose y deshaciéndose en cada segundo, mientras siente levemente esa mano cálida y arrugada sobre sus cabellos.

Aun ahora, sin siquiera poder respirar correctamente, Takemichi quería cuidarlo, y eso hace que los sollozos se hagan aún más fuertes.

—Y si hubiera tenido el valor, tal vez sería yo quien hubiera pasado su vida contigo. Y si no fuera un cobarde, habría ido contigo a Manila un día antes de tu boda—las palabras escapan rápidamente, sin medir la fuerza.

Aunque fuera, pretenden que no han oído. Hina solo puede llorar en silencio, porque siempre lo supo.

Mientras, Mikey aprieta los puños, sintiendo cómo sus pulmones son incapaces de aguantar demasiado. Comienza a hiperventilar.

La débil mano que se encontraba en sus cabellos baja lentamente, y Manjiro solo puede tomarla entre sus propias manos. Siempre ha sido tan cálido, aun ahora.

—Perdóname, Takemichi. Te juro que te voy a encontrar. Lo haré bien, te prometo que lo haré mejor—exclama, ahora más calmado, mientras maravillado siente los débiles dedos entrelazarse con los suyos.

Lo que hace que por fin vea el rostro del amor de su vida.

Una ligera sonrisa, lágrimas. Como siempre, Takemichi está llorando, y Mikey solo puede intentar sonreír de nuevo, porque se lo están jurando.

Aunque el corazón de Takemichi deja de latir y los doctores ingresan rapidamente sacando a Mikey, él sabe que su ultima sonrisa ha sido suya.

Y si la vida es demasiado corta llena de arrepentimientos, ellos buscarán la forma de volver a encontrarse, aunque no sea en esta, lo harán bien la proxima vez.

[🍄]

Hola, escribí esto porque lloré oyendo Die With A Smile.

Gracias por leer.

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