Obsesiones.

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La pared del estudio estaba tapizada casi, en cuadros de cristal que adentro contenían mariposas de todos los colores y tamaños. 

Para Anker este era el epitome de la paz mientras ponía delicadamente con alfileres las alas extendidas de una lycaena phlaeas, para acto seguido montar el marco al rededor de la mariposa, y hermosamente ponerla al lado de otra mariposa violeta, no recordaba el nombre de esa,  la habían traído desde muy lejos para el, pero antes de poder recordar el nombre, fue interrumpido por la ama de llaves. 

-- Señor -- Dijo ella con calma tocando la puerta del estudio. 

-- Pasa Elisabetha -- Le respondió él con calma y sonriéndole a la mujer de mediana edad.

-- Es la hora, ya son las diez de la mañana señor. 

Anker abrió los ojos con sorpresa y miró a la pared en donde el reloj de péndulo lo apuñaló con la hora. Iba ya tarde a la clase de biología que debía impartir en la universidad de Copenhague, agarro su maleta y la fiambrera que le esperaba en la mesa de invitados,  y salió por la puerta. 

El sol como siempre no calentaba a inicios del otoño, enrollado en su abrigo de fieltro, Anker no se veía como alguien diferente del resto, menos aquella mañana de 1830, traía la barba extremadamente rubia a los lados de la cara, los ojos verdes llenos de ilusión y caminando rápidamente para pedir a un carrocero que lo llevara rápidamente al centro, en donde la universidad lo esperaba, y sus alumnos de entomología. 

Ante los ojos de sus alumnos era mas bien un hombre ingenuo y alegre, de naturaleza pasiva que aún no había contraído matrimonio, porque era algo estúpido para hablar con las damas, sin embargo estaba obsesionado con las mariposas, y los descubrimientos de estas en lugares mas tropicales del nuevo mundo, era un profesor justo también, no todos tenían su pasión así que bastaba con demostrarle un esfuerzo autentico para pasar su materia, pero si no se tenía ni la pasión, ni el enfoque, ni la disciplina, él sería extremadamente seco, y se comportaría incluso de una manera hostil, que volvería la materia inaguantable.  No había otra manera en la que él se comportaría. 

También era un asiduo lector de filosofía y un cristiano protestante no muy devoto. Algunas veces hablaba con Søren Kierkegaard Sobre la vida, en el salón de té cerca a la universidad, siendo Søren mucho mas conservador y cristiano. Así transcurría su vida. 

Y de alguna manera aquella vida le satisfacía, era un profesor, vivía en la casa que su padre le donó al morir, con Elisabetha la nodriza que tuvo desde su nacimiento y que su madre dejó encargada de él unos días antes de morir por complicaciones en su propio parto, y tenía el suficiente dinero para seguir investigando o quizás casarse, su padre un noble de baja categoría se había asegurado de que las finanzas del soñador Anker siempre estuvieran salvaguardadas, porque desde muy pequeño se daba cuenta de la naturaleza abstraída y noble de Anker, un hombre de ciencia a secas, a quien le embelesaba con especial interés la belleza. 

Así solía ser la vida en Dinamarca cuando esa vida existía todavía. 


***

Pasando por el jardín, el otoño ya se veía claramente reflejado en las hojas secas cayendo de los arboles, y las calabazas que su padre celosamente había insistido plantar en el jardín ya se veía de un tamaño mas bien decente. 

Alannah no entendía porque su papá querría plantar Calabazas al frente de una cafetería en el centro de Dublin. Pero era precisamente la cafetería de ellos y no suya, le dio media vuelta a su bufanda carmesí al rededor de su cuello y salió de la cafetería haciendo sonar la campanita de la puerta, sintió el  frio de la ciudad en la punta de la nariz, era Samhain en un par de semanas y nada parecía fuera de lugar. 

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⏰ Última actualización: Sep 23 ⏰

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Mannequin 1: La metamorfosis de AlannahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora