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A Stanley Pines le gusta mucho las vaginas.

De cualquier tipo.

De cualquier sabor.

De cualquier tamaño.

Gordas. Flacas. Delgadas. Peludas. No peludas. Semi peludas. Labios grandes. Labios medianos. Labios pequeños. Abiertos. Muy abiertos. Cerrados. Clítoris grande. Clítoris pequeño. Perforados. Tatuados. Sin nada de nada. Con todo de todo.

Lo que sea y como sea, con solo tenerlo en su boca se da por bien servido.

Esta fascinación a las vulvas jugosas se debe desde años pasados, cuando aún era un adolescente de diecisiete años que se navegó a tener tantas jovencitas a su disposición, pues el plus de ser uno de los pocos niñatos que se consideraban fuertes, anchos, pesados; ser el único mocoso que practicaba un deporte de defensa personal, como era en el caso del boxeo, las niñas pubertas se tiraban como costales a sus pies con el fin de estar en los brazos y ser el centro de atención del mamado del salón. Todas las chamacas de su aula querían con él, y las de grados más superiores de igual manera tenían la mirada fija en el chico Pines, todas puestas en Stanley, a Stanford siempre lo dejaban aun lado porque él tenía intereses en libros y más porquerías que no les llamaba la atención. Por dios, eran jóvenes con el lívido hasta los cielos, ellas solo querían ser bien folladas y no tener a un nerd que les esté explicando cómo conseguir una fórmula para hacer una ecuación de siete pasos de la materia de Física. Y, obviamente, Stanley no iba a perder la oportunidad de ser el objeto de deseo de esas mujeres, aprovecharía con todo tener una relación con ellas, que, en vez de ser una sana, de puro amor, puros besos, puras palabras de cariño; más bien eran relaciones sexuales de un día para otro, coger a escondidas de los profesores y en los salones más desalojados que ni el prefecto se atrevía a entrar.

El menor de los gemelos disfrutaba cuando su chica se sentaba en el escritorio más culero del aula, quitarse las bragas más llamativas para mantener la calentura a flote, abrir las piernotas mostrando el manjar de dioses al rostro de Stanley y, que él hundiera su boca como si su vida realmente dependiera de ello. La mayoría de las veces, cuando el contacto de los labios mojados femeninos se fusionaba en una danza con sus labios resecos, suele hacer los ojos hacia atrás, gemir al instante que indicaba una buena aprobación al sabor de los fluidos, considerándolos riquísimos, mágicos, deliciosos, aceptables, mientras que su miembro da un tirón dentro de su pantalón, desesperado por ser tocado o hundido por esas paredes babosas.

Todas las pubertas haciendo filas por ser la próxima en ser devoradas por el magnífico "Chupa Coños Stanley Pines", un nombre que se había ganado a pulso, con esfuerzo y mucha honra. A decir verdad, él le había puesto más empeño a esa etiqueta que llevaba con orgullo que todas las patéticas materias de los maestros, donde la mayoría de ellas estaban en la cuerda floja por ser reprobadas. Sin embargo, no le importaba, ya que siempre se mantenía en la nota más baja pero pasable, por algo tenía a Stanford como gemelo inteligente que se preocupaba por su hermanito y le regalaba sus tareas hechas para que pudiera copiarle. Entonces, así como las piernas de las chicas adolescentes se le abrían con facilidad, también se le cerraban de la misma forma a medida que iba creciendo.

Cuando dejó de ser un adolescente con las hormonas a flor de piel, a ser un adulto fracasado con el pito blando y sin actividad, a volverse un anciano gruñón, tacaño y soberbio con la picha bien parada a cada rato; las sesiones orales vaginales también se vieron afectadas.

Llegar a una edad muy adulta, ser el anciano decrépito que se dedica a lamentarse su vida de mierda llena de vicios asquerosos que tenían como función estropear más su deplorable cuerpo moribundo, verse así mismo al espejo, solo le hacía recordar sus años de gloria y preguntarle a su propio reflejo: "¿Qué te ha pasado Stanley?", antes eras genial". Pasó de ser un fornicador de culos categoría VIP, que las mismas chicas se amontonaban por la dicha de ser manoseadas y probadas por el Chupa Coños Stanley Pines; a ser el pobre viejo con panza colgante, mirada perdida y cansada, labios hacia abajo y un aura pesada que hablaba por sí sola. Un anciano cachondo, un hombre cascarudo con abstinencia sexual, la verga bien caliente y bien parada siendo satisfecho por las miles de revistas porno que se apilaban en su baúl secreto de su habitación, los DVD de películas con el sexo más barato, falso y desagradable que han podido ver sus pobres ojitos jodidos, o ya de plano, cuando ninguna de esas dos cosas no funcionaban para nada, tenía que recurrir a la imaginación. Cosa que tampoco le ayudaba en absoluto, la mayoría de sus pensamientos se encontraban concentrados en lamentarse así mismo por desaparecer a su hermano con un pleito tonto que pudo ser arreglado si hablaban tranquilamente, junto con la desesperación de cómo carajos lo podía traer de vuelta al mundo que pertenece. Por lo tanto, tenía dos opciones: o se corría a la fuerza, o no se corría. Opciones totalmente miserables y escasas que hasta le daban ganas de llorar.

UNA VAGINA PA' COMERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora