(Mitad de tomo) Capítulo 12 (3/3) - Rumiel

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Advertencia de contenido: asesinato, sangre y muerte con un tono moderado, sin descripciones explícitas.

Antes siquiera de evaluar la situación, Lenn se tapó la nariz con el índice y le temblaron las piernas, sobrecogido por un punzante aroma metálico. Después, su mirada se desplazó al centro de la habitación y la apartó de inmediato porque se le revolvió el estómago.

Las sirvientas entraron tras él y, nada más ver la escena, la más joven se llevó las manos al pecho con un grito. El ama de llaves, en cambio, se tapó la boca con lágrimas en los ojos. Trató de acercarse, pero Wayra estiró el brazo para detenerla, así que, sin fuerzas, se dejó caer de rodillas al suelo mientras se deshacía en temblorosos sollozos.

—¡¡¡Iré a por el sheriff y el médico!!!

La doncella se marchó corriendo. Era una buena respuesta. Natural. Pero Lenn dudaba que el médico pudiera hacer algo.

Se llevó su mano libre al cuello de la camisa, sintiendo que le faltaba el aire; todos sus sentidos, nublados y consumidos por el olor de la sangre. Le entraron náuseas, pero sabía que aquel no era momento de perder la compostura, así que tragó saliva para intentar mantenerlas a raya.

Kanti le acarició el pelo con el pico, así que se armó de valor para centrar la vista de nuevo.

Justo en el centro de la habitación yacía el cuerpo sin vida de una joven con una complexión similar a Wayra, en un charco de su propia sangre.

Las arcadas regresaron al instante, así que, con el corazón encogido, cambió de objetivo hacia su compañera.

Tenía una expresión indescifrable. Tras percatarse de unas sangrientas pisadas que se dirigían al balcón, salió corriendo a la terraza. La ventana estaba abierta, las cortinas ondeando al viento con la misma calma que si nada hubiera ocurrido.

Sin embargo, regresó mientras sacudía la cabeza. El asesino ya debía haberse alejado lo suficiente como para que no pudieran seguirlo.

Con una tranquilidad glacial, se desplazó alrededor de su hermana, midiendo con precisión cada paso que daba. Al mismo tiempo, analizó con la mirada la habitación, deteniéndose en cada centímetro.

Todo estaba desordenado; papeles, libros, sillas y muebles tirados por todos lados sin compasión. Aun así, a pesar del caos, podía apreciarse lo que había sido un precioso despacho. Sobre una robusta mesa que había perdido el equilibrio tras perder una pata, había varios mapas de Ilanis y Drühn, sorprendentemente precisos y detallados; de hecho, también había varios compases y brújulas esparcidos cerca, junto a varios modelos a escala de un zepelín.

La chica lo observó todo completamente imperturbable y el antropólogo tragó saliva, removido por su frialdad. ¿Cómo era posible que pudiera mantenerse así?

Aztilan: La ciudad perdida. Tomo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora