Capítulo LV

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Tras zamparnos una tarta entera —tuvimos suerte de que mi hermano realmente no se la hubiera comido él solito— y hacerme soplar las velas pidiendo un deseo, me pusieron una cinta en los ojos y me arrastraron al salón.
   Otra vez.
   Solo esperaba que no tuvieran intención de hacerme pasar por el ridículo de hacía unas horas. No quería tener que jugar a las adivinanzas con personas otra vez.
   Me tiraron sobre el sofá como si fuera un simple cojín y me obligaron a esperar un rato bastante largo. Que tenían una sorpresa, dijeron. Pero ya había tenido bastantes de esas durante el transcurso de la fiesta. Y no habían sido todas agradables. Empezando por los puñetazos que me había llevado como primer regalo de cumpleaños al tratar de evitar que mi hermano asesinara a su compañero de Kung Fu.
   Para cuando me destaparon los ojos, ya había pasado casi media hora. Pero supe que la espera había merecido la pena completamente cuando los vi a todos “disfrazados” de bailarines con la ropa de Ten. Pantalones anchos pero cómodos, camisetas ceñidas y de tirantes, calentadores… Waldo incluso había dado un paso osado al ponerse una gorra del revés, tapando parte de su cabello pelirrojo.
   Pero Dion fue el que más gracia me hizo. La ropa le quedaba bastante pequeña, y parecía un gigante con ropa de minion. Literalmente.
   El panorama era digno de ver, la verdad. Estaban todos de cuclillas, con las cabezas agachadas, aunque con los ojos puestos en mi hermano, que marcaba el ritmo y era más experto en lo que a baile nos referimos.

   —-¿Qué se supone que es esto? —-cuestioné entre risas.

   Kéven me chistó justo en el momento en que God’s Menu de Stray Kids comenzó a reproducirse en la televisión. Apreté los labios y fingí cerrarlos con una cremallera, me acomodé en el sofá y agarré un cojín para colocármelo en el pecho, como un escudo blandito en el que poder ocultar mis descaradas risas. Porque tenía bastante claro que me iba a reír. Y mucho.
   Cuando los cinco se levantaron y comenzaron a moverse, tratando de imitar a mi hermano, tuve que ahogar un grito agudo. Ninguno iba realmente a la par. Los pasos eran bastante torpes y abstractos. Sus brazos se chocaban unos con otros, sus pies se enredaban hasta el punto de tirarlos casi al suelo y no seguían muy bien el ritmo de la canción. Incluso aun excusándolos con el hecho de que esa coreografía y esa música no eran nada fáciles, seguía resultando doloroso para la vista. Y divertido, para qué engañarnos.
   Aunque debía admitir que Waldo y Neri no lo hacían tan mal. No estaban muy coordinados, pero al menos conseguían movimientos parecidos a los de mi hermano. Recalco la palabra “parecidos”.
   Pese a que el peor de todos, y con diferencia, era Kéven, no pude evitar fijarme en lo mal que lo hacía Dion. Ese chico no estaba bailando; ese chico estaba colapsando. Le estaban dando convulsiones con cada paso. Resultaba bastante interesante que, para tocar un instrumento tan rítmico como la batería, fuera tan arrítmico a la hora de adaptar la música al baile.
   Al final, no pude evitar carcajearme. Lo había intentado, pero me costó tan solo unos segundos soltar la primera risa.
De pronto, Kéven se chocó contra Dimas y ambos cayeron al suelo. Neri y Waldo no le hicieron mucho caso al suceso, pero mi hermano, con lo perfeccionista que era, no pudo evitar gruñir por lo bajo. Les lanzó una mirada bastante amenazadora y ambos patosos se pusieron en pie y borraron la sonrisa de la boca. Siguieron bailando, pero a los pobres se les veía con ganas de despatarrarse en el suelo y echarse a reír como auténticos locos.
   Dion, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, mantenía su vista fija en la pared del fondo, justo detrás de donde estaba yo sentado. Hacía giros extraños y movía los brazos como si de un pulpo se tratara. Lo estaba intentando, pero no surtía mucho efecto. Por fin había dado con algo en lo que él era mil veces peor que yo. Me sentí bastante satisfecho, aunque el sentimiento me duró más bien poco porque, en cuestión de milésimas de segundo, Dion se acercó a mí y me tendió una mano. Sentí mis mejillas enrojecer.
   Lo observé fijamente. Alternaba mi mirada entre su rostro, que mostraba un gesto bastante serio, y su mano, que todavía está extendida hacia mí.

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⏰ Última actualización: Sep 15 ⏰

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