Yo Soy

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Envuelta en una ruana yacía sentada Filomena, sobre un tronquito de madera que usaba como banco en la entrada de su casa. Su cara, curtida y erosionada por el tiempo, como una tierra árida, tenía por corona un cabello blanco como algodón. Aquél día olvidó decorarlo con flores, como de costumbre lo hacía, porque la tristeza la dominaba. El viento frío de la montaña soplaba y secaba sus lágrimas, mientras sus ojos se posaban tristes y perdidos sobre el valle.

— ¿Por qué lloras, abuelita? —dijo un niño que apareció justo enfrente suyo. Filomena se sobresaltó porque no lo vio venir. Tenía unas botas de caucho negro muy altas y una camiseta amarilla que le escurría hasta casi las rodillas. Sus mejillas eran rojas como las de todos los niños que trabajaban en el campo.
— Por Menta, mi gatita —respondió Filomena—. Mi niña no ha vuelto a casa. La estoy esperando, pero no llega —dijo cubriendo su rostro para ocultar sus lágrimas. No recordaba quién era el niño, pero era muy consciente de que su memoria ya fallaba. Desde un tiempo atrás había optado por actuar como si supiera con quien hablaba aunque no tuviera el más mínimo recuerdo de quién fuera.
— ¿Hace cuánto tiempo debía volver? —el niño extrajo un pañuelo de su bolsillo, con delicadeza rozó las manos de Filomena con él para que ella lo tomara.
— Todos las noches sale a la montaña y vuelve al amanecer, pero hace tres días que no vuelve. Llamo a mi niña y no vuelve, y soy muy vieja para buscarla en la montaña. ¡Ay mi niña! ¿Dónde estará mi Mentita? ¿Qué le habrá pasado?
— A mí también se me extravió una oveja, y buscándola en la montaña oí tu llanto —los ojos del niño se llenaron de lágrimas. Filomena admiró sus pestañas largas, que le recordaron las de un burro llamado Polito con el que convivió en su infancia—. Sé cuánto duele, desear que lo que es sea distinto —se sentó junto a ella en el banco.
— ¡Duele mucho mijito!
— ¿En dónde te duele? —preguntó él con inocencia.
— Aquí, en el pecho —lloró desconsolada. El niño la abrazó—. Como cuando perdí a mi esposo, y a mi hija, así me duele. ¿Por qué te la llevas a ella, si es lo único que me queda? ¿Por qué me envías este sufrimiento, Señor? —dijo mirando al cielo.
— Mi papá dice que cuando el dolor más grande nos acecha, es porque el amor más grande está también muy cerca.
— ¿Amor? No puedo verlo en este dolor. ¿Cómo puede haber amor si me quitan el único ser que puede amarme? —dio un gran suspiro cargado de mucho sufrimiento. El niño la abrazó nuevamente. Se hizo un silencio entre los dos.
— ¿Qué soñaste ayer? —le preguntó.
— Soñé que Mentita volvía a casa.

El niño comenzó a llorar, aún más fuerte que Filomena. Ella dejó de usar el pañuelo consigo misma para limpiar las lágrimas del niño y consolarlo.

— ¿Por qué lloras tanto, mi niño? —le preguntó ella preocupada y le dio un abrazo.
— Al despertar ... —lloraba desconsolado—, al despertar ...—no podía hablar porque el llanto lo interrumpía—, al despertar miraste el cielo estrellado por la ventana y pediste algo. ¿Qué fue lo que pediste? —su mirada, llena de amor, cayó sobre ella como el beso de una madre.
— Le dije a Dios que no podía soportar otra pérdida. Que estaba cansada de sufrir, que no sabía qué hacer. Le dije que me ayudara porque no iba a resistir tanto dolor si me quitaba a mi Mentita.
— Ven conmigo, abuelita —tomó de la mano de Filomena y la animó a ponerse de pie.

Con paciencia, el niño la llevó caminando lentamente en dirección al bosque. Por la enfermedad de sus rodillas sus pasos eran muy cortos, pero se sentía muy segura yendo de la mano del niño. Mientras lo hacía, observó que el viento agitaba las hojas de los árboles como si siguiera el ritmo de una sinfonía oculta. «¿Cuál será la canción que toca el viento?», pensó. El niño se detuvo súbitamente y tomó una rama del suelo.

— Mira a las hormigas marchando —dijo el niño, señalándolas. Filomena las observó—. Van hacia su casa, hacia su nido en las raíces de aquél árbol. Ahora fíjate en estas dos que marchan la una al lado de la otra. Se aman mutuamente, desde que comparten el camino. Presta atención a lo que va a ocurrir, abuelita.

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