𝘴𝘦𝘪𝘴

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𝚝𝚠.ᐟ 𝐭𝐚𝐛𝐨𝐨.


ᅠᅠᅠ ℒa rutina era algo que a sus cincuenta y tres agradecía, muy a pesar de constantemente ser consciente de que hace diez años atrás tenía muy buenas razones para odiarla. La vida era otra, había cambiado y adquirido por demás experiencia, quizá mucha o demasiado para ser una sola persona soportando mucho de golpe. Como sea jamás estuvo preparado para manejar algo tan semejante a la aniquilación de su propia razón. Se sentía un imbécil a punto de volverse loco y las situaciones cotidianas que hace meses se le habían vuelto esa rutina apreciable ahora amenazaban con disolver su estabilidad. Algo en su diario andar era tan fuerte que parecía quitarle el aire y ocupar el noventa y nueve porciento de su cabeza.

Alardeaba con su grupo de amigos esa nueva pareja que tenía, como si de un trofeo se tratase, como si Silvina fuera una muñeca nueva recién sacada del paquete y aunque lógicamente no lo era, en el vocabulario masculino y la jerga de su circulo sí. Evitaba sin embargo cualquier tipo de comentario cosificante a su mujer que no fuera expresado por sus propios labios porque de lo contrario cualquiera de esas ofensas aunque fuera mínima significaría el más explosivo de sus enojos. Era muy calentón e impulsivo.

───Y no, a mi sí me gustaría una así... Se nota que sabe pulir bien la plata.── Con esos eufemismos para el sexo de por medio, como casi todo en esas conversaciones, Enzo estiró un puñetazo en el aire aún con tono de chiste tratando de golpear a uno de sus amigos.

───Lamentablemente nunca lo vas a comprobar, pelotudo.── Respondió, parando la pelota que le era tirada desde metros lejos. Los viernes iba a razón de dos o tres horas a una cancha que alquilaban él y su grupo de amigos bajo la premisa de disputar una coca y los puchos. Se ensanchaban hablando de la guita que eran capaces de gastar en un fin de semana, lo larga que la tenían, lo mucho que cogían y banalidades carentes de significado espiritual.

El machismo revivía cada vez que uno de ellos abría la boca, y además de ser ese uno de los temas en común que tenían, también el dinero o el poder adquisitivo, lo era que ninguno tenía el contrato matrimonial de primera instancia, eran todos en efecto separados y juntados por segunda o tercera vez. Enzo jamás había disfrutado estar en pareja y la única razón por la que salía con SIlvina y la había invitado a vivir con él era porque un lapso de su vida se había vuelto solitario y la mina era buena compañera en lo que se requería. Coger había miles de maneras pero si había algo que le encantaba de ella además de su cintura de avispa que le dejaba un ojete marcadísimo era la capacidad de saber callarse cuando debía callarse, de ser servicial y sobre todo de nunca decir que no. Era su ideal, al menos de ahí a dos años quizá. Más allá de sus planes iniciales, la situación llevaba así tres de ellos.

Por muy macho que esperara comportarse siempre algo se le escapaba. No es que no amara a Silvina pero había algo más que ocupaba su amor, todo ese que en un principio pretendió dárselo a ella, ahora era de alguien más.

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En la intimidad de ese cuarto, el tipo montaba ese par de muslos cual vaquero a su caballo, con la bestialidad de un cazador a su presa, atacaba a la yugular de la mujer y se bebía sin miramientos cada uno de sus alaridos sin distinguir con importancia si fueran de placer o dolor porque su atención estaba en su falo hipnótico hundiéndose con destreza en el agujero más estrecho de ese primor de cincuenta. Sus dedos quedaban marcados en el cuello de la mujer que parecía una mesa ratona en su posición de sostén del flaco ese, sin perjuicio del dolor de su columna más bien adaptándose a las muchas exigencias de su hombre. Enzo adoraba ser adorado así que esos pocos segundos siguientes serían suficientes para que su soneto de autoalabanza comenzara.

𝙊𝙉𝙀 𝙎𝙃𝙊𝙏𝙎 • 𝘦𝘯𝘻𝘶𝘭𝘪𝘢𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora