La Carta - Parte I

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Marta había pasado cuatro años sin pisar Toledo. Después de casarse con Jaime y sin estar muy convencida, decidió —o mejor dicho, su padre y su marido decidieron por ella— que debía ocupar su lugar como esposa y acompañar a Jaime en su travesía marítima como médico de la marina. Cuatro años de ciudad en ciudad sin lograr encontrarse a sí misma en ninguna parte. Cuatro años de una vida que ella nunca tuvo la ilusión de vivir. Cuatro años sin ver a su padre, a sus hermanos, a Digna, a Isidro. Cuatro años sin ver a esa dulce niña llamada Fina.

Y es que Marta tenía una imagen de Fina muy marcada en su memoria; pelo largo, oscuro y lacio, ojos color avellana y una sonrisa que desprendía dulzura. La había visto crecer desde que Marta tenia cinco años, cuando la hija de Isidro y Adela llegó a este mundo. Marta tenía el recuerdo de una Fina inocente, educada, alegre y bondadosa, pero muy tímida cada vez que ella se le acercaba.

Aquella conversación que habían tenido bajo la lluvia, fue la última vez que intercambiaron más de unas pocas palabras antes de que ella se marchara de su casa.

La recuerda mirándola de lejos mientras Damián la despedía con un corto abrazo antes de emprender su viaje; Fina no se acercó en ningún momento, Marta supuso que quiso respetar las distancias que siempre le habían enseñado que existían entre los jefes de la casa y el servicio, pero Marta la miró antes de entrar en el coche y se despidió de ella con su mano en un saludo y una pequeña sonrisa; la morena le devolvió el gesto, pero sin que sus labios llegaran a curvarse.

Marta tenía cuatro años sin volver a respirar el aire puro que le ofrecía la finca que la vio nacer, y cuando por fin volvió a pisar las tierras que llevaban su apellido desde mucho antes de su nacimiento, sintió como los pulmones se le llenaban de algo más que aire. Era ese sentimiento de pertenencia, de nostalgia por momentos y personas que existieron en ese mismo espacio y que tanto echaba de menos sentir tan cerca.

Quizás esa sensación de libertad también se debía a que volvía a casa sola.

Jaime tenía aún unas misiones pendientes antes de poder tomarse unos días libres, así que sin querer dilatar más la vuelta a casa, al menos por una temporada, decidió separarse de su marido después de tanto tiempo.

Marta recorría la casa, su casa, como alguien que apenas pisaba ese enorme lugar por primera vez. Echaba tanto de menos todo, que no pudo evitar recorrer hasta el mínimo rincón. Habían cuadros nuevos en las paredes, y otros que tenía la certeza de que estarían ahí para siempre por el simple hecho de que los había elegido su madre para decorar su hogar.

Su madre. Doña Catalina había fallecido cuando Marta aún era una adolescente, y no había día que la ojiazul no la echara de menos. Desde que su madre partió, a Marta nunca la ha abandonado esa sensación de soledad. Jamás supo de nuevo lo que es que alguien la calmara solo con acariciar su mano o le diera un abrazo. Desde que su madre ya no estaba, Marta sobrevivía solo porque así se lo prometió en sus últimos días de vida. Pero desde entonces, ya no había nada que le hiciera especial ilusión. Además de que sentia que vivía una vida que no le correspondía, porque cada decisión que tomaba era según lo que Jaime necesitaba.

Quizás al inicio trató de resistirse, como cuando su padre le dejó caer la idea de subirse con Jaime en el próximo barco y ella se atrevió a decir en voz alta que no estaba segura de que fuera la mejor idea, pero al final del día, a Marta le habían enseñado de pequeña que su principal tarea era complacer y poner buena cara; así que eso hizo, y cuando su padre y su marido expusieron el tema nuevamente, no le quedó de otra que cumplir con su papel de buena esposa e hija.

Caminaba cerca de la cocina, sumergida en los recuerdos con su madre y su hermano Andrés, con el que siempre tuvo más relación, pero de pronto escuchó el estruendo de algo romperse contra el suelo, apresuró el paso para ver qué había pasado y se encontró con una chica morena de espaldas a ella que trataba de recoger en el suelo los cristales del vaso que se había quebrado. A Marta no se le ocurrió quién podría ser, pero antes de que pudiera fruncir el ceño, sus pies la llevaron a acercarse y agacharse para tratar de ayudar a la chica.

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⏰ Última actualización: Sep 16 ⏰

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