She...

2: Cumpleaños

"¿Cómo podría olvidar ese día...?.
El día de mi cumpleaños, ese día mi familia decidió darme un obsequio y atención por al menos unas horas.

Recuerdo llegar a casa, sin siquiera darme cuenta que era mi día especial. Al pasar por la cocina, mi abuela dijo:

-Ven, queremos mostrarte algo.

Deje mi mochila en la silla más cercana que tuviera y fui donde me habían señalado. Solo para encontrarme en la mesa de la cocina una caja pequeña, y mi familia reunida al rededor de la mesa con un pastel con velas de distintos colores, tamaños y formas. Simbolizando los años que cumplía.

Mi abuela tomó la pequeña caja y me la dió en las manos mientras pronunciaba:

-Este es tu regalo, cuídalo bien. Y úsalo de buena forma, de forma que te sirva y te ayude.

Quedé perpleja, mi abuela nunca me había hablado de forma más cariñosa que aquella vez. Tomé el regalo y lo puse en la mesa mientras lo abría, quitándole el moño y la envoltura amarilla que le habían puesto.

Al fin pude divisar lo que había dentro de esa caja. Un celular.

Mi familia me ayudó a configurarlo y finalmente, tuve un celular que fuera totalmente mío.

Realmente fui mínimamente feliz ese día gracias a ese pequeño pero significativo obsequio.

Hasta ganas de hacer tarea me dieron. Imaginen que tan bueno fue ese regalo.

Guardé el celular en el estante de mi habitación y saqué mis libros y libretas; dispuesta a hacer tarea.

Estuve casi toda la tarde haciendo tarea. Pero de todas formas no pudo faltar la costumbre de mi familia en cada cumpleaños:

Hacerme llorar.

Comenzaron a hablar de temas que no me gustaban al lado mío, mi abuelo empezó a mirar mi tarea y juzgar todo mal rasgo que viera hasta el punto de hacerme llorar de la irritación, desesperación y impotencia al tener que ser obligada a quedarme callada.

Recogí mis cosas y me fui a mi habitación a llorar.

Cerré la puerta tras de mí mientras dejaba caer mi mochila cargada con mis tareas, mis trabajos, pero también de mis decepciones y tristezas; y ese peso no lo llevaba en la mochila junto a mis libros, lo llevaba en mis propios hombros. Nadie podía verlo más que yo, ni mucho menos sentirlo.

Solo esperaba cada día más que llegara pronto la fecha que había programado para deshacerme de todo y ser feliz al fin. La vida me estaba jugando una mala pasada.

Dejé mi mochila en el piso mientras me dirigía a el estante donde había guardado mi celular nuevo.

Lo tomé, y por primera vez. Lo encendí.

Lo primero que ví fue la hora, junto la fecha de hoy. Y un fondo de pantalla predeterminado para ese celular.

Entré a las aplicaciones, y encontré videos graciosos que sin querer me sacaron una pequeña sonrisa. Había sonreído con algo que ni siquiera tenía sentido.

Me sentia avergonzada conmigo misma por hacer eso.

Pero extrañamente, por primera vez me sentí libre de mis cargas que amenazaban cada vez más con derrumbarme.
Por primera vez salí de mi realidad a un punto que ni siquiera pude escuchar cuando mi familia empezó a pelear de nuevo.

Apagué el celular y lo dejé en mi mesa de noche al lado de mi cama, mientras me dirigía a acostarme en el piso y mirar el techo como solía hacerlo.

Me dejé caer brutalmente en el suelo, nada me dolía por una extraña razón. Mi cuerpo ya estaba acostumbrado al dolor físico tanto como emocional.

Ahí estuve hasta que cayó la noche, me empecé a levantar, con leves lágrimas en los ojos.
Al pasar mi mano en la cama para tomar impulso y levantarme, ví mi antebrazo el cual estaba descubierto y lleno de marcas, lleno de lineas rectas cubiertas con sangre seca. Y por primera vez un pensamiento que nunca había tenido llegó a mi mente.

«¿Qué estoy haciendo?»

Pero rápidamente, antes de pensar y contestarme a mi misma esa pregunta, llegó otro pensamiento que me recordaba que no podía mirar hacia atrás, ya estaba sumida en esto y ya no había solución. Solo tenía que esperar para ser feliz y no sentir de nuevo esa carga en mi hombro que me abrumaba.

Me recosté en la cama, mirando al techo y empezó a llover.

El ruido de la lluvia fue mi consuelo, y me ayudó a dormir..."