Escort, prostituto, gigolo, caballero de compañía o cualquiera que fuera el sinónimo o denominación que se le diera a su profesión, Giulio Rinaldi portaba el título y lo ejercía con experticia y orgullo.
Sus servicios son reconocidos a nivel interna...
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GIULIO RINALDI
Giulio Martinelli amaba su trabajo.
Escort, prostituto, gigolo, caballero de compañía o cualquiera que fuera el sinónimo o denominación que se le diera a su profesión, Giulio portaba el título y lo ejercía con experticia y orgullo.
Amaba todo lo que implicaba de inicio a fin, el papel que desempeñaba y el resultado que venía después.
Brindaba placer a todo tipo de personas, alzaba su confianza y dejaba huella en sus clientes después de cada encuentro, al punto en el que no había ni uno sólo que hubiera pasado por su cama que no quisiera repetir.
El dinero era una bonificación buena, pero la satisfacción de un trabajo bien hecho era lo que lo mantenía en el negocio. No que se quejara de la paga, gracias a su profesión, había logrado vivir una vida acomodada y tranquila, dónde le sobraba más de lo que alguna vez llegó a carecer. Tenía un penthouse para él sólo en uno de los edificios más costosos de Nueva York, un corvette clásico estacionado junto a su auto del último año, la ropa más fina, la comida más deliciosa y los lujos más exquisitos.
Y todo por hacer lo que más disfrutaba, complacer.
Tal y como estaba por hacer ahora.
Giulio se detuvo delante de la puerta y respiró profundo.
Otra noche, otro dolar. Pensó peinándose con los dedos. Otros en esta situación sentirían algo de miedo, entrar al hogar de un extraño siempre representaba un riesgo en este negocio, pero no para Giulio, no cuando trabajaba para la mejor agencia de distribución de servicios sexuales del país, Secrets After Midnight.
Madame Lust era muy protectora con sus elementos, no proporcionaba un servicio sin pruebas de infección venérea negativas primero y sin estudiar primero a sus clientes para no poner en ningún tipo de riesgo a ningún miembro del equipo.
Desde que el negocio del sexo había sido legalizado en todo Estados Únidos, Madame Lust, dueña de "Secrets after midnight", una conocida empresa desarrolladora de películas para adultos, había abierto un nuevo departamento que ofrecía servicios como escort para el público. Por el precio adecuado, podías disfrutar a tu actor porno favorito por una noche.
Giulio, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, no había iniciado en este negocio siendo un actor porno, él había iniciado como un simple mortal.
La puerta del apartamento contaba con un espejo que Giulio aprovechó para revisar que todo estuviera en orden. Miró su reflejo y ojos azules lo miraron de vuelta. Revisó su vestimenta, lo mantuvo simple, un traje italiano negro, zapatos de vestir color cajeta y una camisa blanca, ese combo nunca fallaba.
Asintió complacido con la manera con la que el traje se ajustaba a la figura de su cuerpo, como la tela se abrazaba a los músculos en sus brazos y pecho. Cuidaba su cuerpo como si de un templo se tratase, lo mantenía limpio a base de la comida más sana, disciplina en el gimnasio y una higiene personal que rayaba en lo obsesivo. Su anatomía era su herramienta de trabajo después de todo.
Cada músculo en su cuerpo estaba definido y llevado al límite de su fuerza, dos detalles que eran vitales para ejercer su profesión, requería la estamina física para estar activo toda la noche, además el factor visual era importante para sus clientes.
A sus treinta y cuatro años (casi dos meses de cumplir los 35), Giulio se enorgullecía de no tener ni una cana en su cuerpo, su cabello era negro azabache tal y como la barba que candado que enmarcaba sus coquetos labios y el vello recortado en su pubis.
Unos clientes lo comparaban con un ángel, otros con el mismo demonio.
Sin más, se abotonó el saco, se alisó la camisa y golpeteó la puerta con sus nudillos.
Escuchó pisadas nerviosas desde el otro lado de la puerta y la perilla giró y Giulio no pudo evitar sonreír al ver lo que le esperaba durante el resto de la noche.