Introducción

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Cuando abrí los ojos, me encontré envuelto en el calor de sus brazos. Los rayos del sol, como látigos de fuego, atravesaron la ventana y azotaron mi rostro, sumiendome en una confusión total. La luz cegadora, me desoriento, como si hubiera emergido de un abismo de sueño.

Confundido, mire a mi alrededor. Una sonrisa ingenua se formó en mi rostro al encontrarlo a mi lado; su belleza era inigualable y, sin duda, la adorable imagen que tenía frente a mí en ese momento quedaría grabada en mi memoria para siempre. Mantenía los ojos cerrados, aquellos labios hermosos ligeramente abiertos, lo que le daba una apariencia vulnerable que me robo el aliento.

Con delicadeza, acaricié su rostro, deteniéndome en aquellos labios rosados que parecían una invitación al éxtasis. Mi estómago se estremeció con un cosquilleo irresistible, y mi corazón latía con un ritmo desenfrenado al recordar la pasión de aquellos besos inolvidables. Desde el primer momento en que lo vi, quedé embelesado por su piel de alabastro, su perfil perfecto y aquella belleza que parecía una creación divina. Era una obra maestra, una obra de arte que me había cautivado por completo.

Lo observé mientras se despertaba bajo mis caricias, y cuando finalmente abrió los ojos, me encontré con una mirada soñolienta que pronto se transformó en una chispa de curiosidad. Me sentí atrapado por su gaze, y mi corazón latió con emoción al verlo despertar a mi lado.

Me acerqué a él con una sonrisa en los labios. —“Buenos días, amor”. Pero su respuesta fue cortante, y su tono me hizo sentir que algo estaba mal. —“Buenos días, Dominik”, dijo con una voz que parecía helada.

Se levantó de la cama y se dirigió al baño, dejándome con más preguntas que respuestas. Su comportamiento me había desconcertado, y mi mente comenzó a crear escenarios catastrofistas. Cuando salió del baño, me observó con una mirada intensa, pero no dijo nada, y se dedicó a vestirse con una velocidad que me pareció sospechosa.

Me dispuse a levantarme de la cama, pero un dolor agudo en mis caderas me detuvo en seco. La noche anterior había dejado su huella, y mi cuerpo pagaba el precio de la pasión desenfrenada que había compartido con él. Con un esfuerzo contenido, logré sobreponerme al dolor y me puse de pie, sintiendo cómo mi rostro se encendía de vergüenza. Busqué mi ropa interior en el suelo, intentando recuperar algo de dignidad en medio de la confusión que reinaba en mi mente.

—¿Qué sucede, Rodrigo? —murmuré, acercándome a él y rodeándolo con mis brazos en un gesto de protección y amor.

Rodrigo se liberó de mi agarre y se giró hacia mí, sus ojos ambar brillantes como diamantes, me miraron con una intensidad que me hizo temblar. En ese momento, supe que estaba perdido, atrapado en su mirada, dispuesto a hacer cualquier cosa por él.

—Dominik—, suspiró Rodrigo con una pesadez que parecía cargar con el peso del mundo, —lo que tengo que decirte, no es fácil.

—Me estás preocupando, Rodrigo —dije, mientras lo miraba con una preocupación que parecía crecer con cada segundo—. ¿Ha pasado algo en la iglesia?

Mi pregunta pareció caer en un vacío, ya que Rodrigo se mantuvo en silencio, su mirada distante y esquiva.

Cuando por fin habló, su voz fue como un golpe en el estómago. —Escucha, lo nuestro debe terminar—. Me sentí como si estuviera cayendo en un abismo sin fondo, y su rostro apagado no ayudaba a calmar mi ansiedad.

—No hagas este tipo de bromas —dije, riendo nerviosamente, mientras mi corazón aún intentaba recuperarse del susto—. No juegues con eso, sabes que sin ti... —mi voz se quebró— ...moriría. Me acerqué a él, ansioso por sentir su calor, y traté de besarle, pero Rodrigo se esquivó como si mi tacto fuera una llama que lo iba a consumir.

RodrigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora