𝚂𝚝𝚒𝚕𝚕 𝚍𝚘𝚗'𝚝 𝚔𝚗𝚘𝚠 𝚖𝚢 𝚗𝚊𝚖𝚎

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La majestuosidad del edificio religioso se erguía imponente ante mí, su grandiosidad capaz de abrumar incluso al más ferviente creyente. Las alabanzas sonaban a través de las bocinas, creando una atmósfera de paz y serenidad que parecía envolverme en un abrazo divino.

Mi mirada se posó en el lema escrito en el escenario, en enormes letras doradas que brillaban bajo la luz celestial: "La sangre de Cristo, manantial de poder y redención". El mensaje de esperanza y salvación parecía resonar en lo más profundo de mi alma.

Sin embargo, a pesar de la belleza y la espiritualidad que me rodeaba, me encontraba cansado y agotado. Era mi primer día trabajando como pastor auxiliar en esta iglesia, y ya sentía el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. No era que no amara servir a Dios - al contrario, mi fe era la columna vertebral de mi existencia - pero aquí, todo parecía más difícil.

La presión de vivir según las expectativas de la congregación, la carga de guiar a los demás por el camino de la fe, y la constante búsqueda de palabras de consuelo y sabiduría parecían haberse unido para formar una carga almostante.

Suspiré profundamente, buscando encontrar la fortaleza y la inspiración necesarias para enfrentar este nuevo capítulo de mi vida. Pero, mientras miraba a mi alrededor, no pude evitar pensar en la noche anterior, en el rostro de Dominik y en el extraño sentimiento que había despertado en mí.

Dominik, el nombre que no logré sacar de mi cabeza en toda la noche, obsesionado con la imagen de su rostro enrojecido, resplandeciente y bañado en sudor.

¿Sería posible reconciliar mi llamado a la fe con los interrogantes que comenzaban a surgir en mi corazón?

Viernes. Día de oración para la liberación de las almas, la oración más agotadora. La reunión principal se llevaba a cabo a las siete de la noche, faltaban dos horas exactamente.

Me encontraba solo en la sala de pastores, mi superior había salido a bendecir a un enfermo. El silencio era un bálsamo para mi alma cansada. Me permití descansar por un momento, mientras bebía un delicioso té helado que Teresa me había preparado esa mañana.

La frescura del té me refrescó la mente y el cuerpo, pero mi relajación fue breve. Al levantarme para dejar la taza en la mesa, mi mano resbaló y el líquido cristalino se derramó en el piso de mármol.

-¡Maldición! -exclamé en voz baja, mientras me agachaba para recoger los restos del té.

La mancha oscura se extendía en el piso, como una sombra que se negaba a desaparecer. Me sentí ridículo por mi torpeza. ¿Cómo podía ser tan descuidado en un momento como este?

Mientras limpiaba el desastre, escuché el sonido de pasos acercándose. La puerta se abrió y Gerard, el líder del grupo joven, entró con una sonrisa. Era un joven moreno con una estatura modesta, pero con una personalidad que compensaba su falta de altura. Su cabello oscuro y rizado era corto y bien peinado, lo que resaltaba su sonrisa amplia y contagiosa.

-¿Necesita ayuda, pastor? -preguntó, acercándose a mí. Sus ojos castaños brillaban con entusiasmo mientras hablaba.

Me sentí aliviado por su ofrecimiento. Gerard era un joven entusiasta y siempre dispuesto a ayudar. Nos habíamos conocido hace unos meses en Brasil y habíamos congeniado de inmediato.

-Gracias, Gerard -dije, sonriendo-. Me parece que soy un poco torpe hoy.

Juntos, limpiamos el desastre y Gerard me ayudó a recoger los restos del té. Mientras trabajábamos, charlamos sobre la reunión de esa noche y los planes para el grupo joven.

Me sentí cómodo en su presencia y presencié que seríamos grandes amigos. Su energía y entusiasmo eran contagiosos y me recordaron que, a pesar de mis dudas y temores, aún había mucho por qué luchar.

RodrigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora