El tiempo, en el reino de los dioses, es un misterio profundo y esquivo. Para los inmortales , el paso de las eras es una brisa casi imperceptible, un susurro que jamás los toca. Las estrellas nacen y mueren más allá de sus dominios, pero dentro de sus muros, los días no tienen comienzo ni final, y las estaciones jamás cambian.
las horas se despliegan como vastos océanos. No hay ciclos que marquen el cambio ni sombras que se alarguen con el paso de los soles. Para ellos los siglos se desvanecen como el eco de una melodía; no hay espera, ni prisa, ni el desgaste que el tiempo lleva consigo en otras realidades. Los salones de mármol reluciente y los cielos dorados permanecen inmutables, ajenos al desgaste que otros mundos sufrirían. Cada instante parece eterno, y sin embargo, también es efímero en comparación con la vasta eternidad que envuelve a los seres divinos.
Los dioses, de paso imponente y alas radiantes, nunca sienten el apremio del fin, porque para ellos, no hay fin. Sus decisiones no están encadenadas a la urgencia ni al paso de las edades; sus pensamientos vagan por eternidades, viendo no solo el ahora, sino lo que fue y lo que será, en un solo vistazo...
Capitulo 2: Herederos
En lo alto de los cielos inmortales, más allá de lo que cualquier mente mortal podría imaginar, resplandece la Ciudad Dorada. Un enclave majestuoso, sus torres doradas se alzan con una elegancia imponente, tocando los confines del firmamento, bañadas en una luz que emana directamente de la divinidad. Cada centímetro de este reino parece latir con la esencia misma de lo celestial.
El brillo de la Ciudad jamás se apaga, una luz eterna sin ocaso ni sombras, que se extiende por sus calles doradas y por los cielos infinitos. La pureza de este lugar es tal que incluso las estrellas en el cielo parecen palidecer en comparación. Las cúpulas y arcos que forman sus edificaciones parecen danzar con una geometría perfecta, una arquitectura que desafía las leyes de la naturaleza y el entendimiento, moldeada por seres divinos que existen más allá de cualquier comprensión.
En el corazón de esta ciudad inmaculada, se eleva el Gran Castillo del Rey, un monumento que trasciende incluso las maravillas de este reino sagrado. Sus muros, esculpidos en un mármol tan blanco que parece inalcanzable para cualquier mortal, resplandecen bajo los tejados cubiertos de oro que compiten con el brillo de las estrellas mismas. Las torres del castillo, altas y magníficas, perforan los cielos como lanzas doradas, cada una decorada con estatuas de antiguos héroes y dioses que han moldeado el destino de los mundos. Este castillo no es solo una morada; es el símbolo vivo del poder divino, el epicentro de la autoridad absoluta, desde donde los dioses tejen el destino de las estrellas y los reinos.
Solo los elegidos pueden Morán entre sus muros, dioses de una majestuosidad incalculable que se encuentran cerca del Rey Supremo. Guerreros inmortales, guardianes de secretos arcanos, y la misma familia real, aquellos que comparten la eternidad y la responsabilidad de moldear el destino de los universos. En las profundidades de este castillo, se deciden los destinos de mundos enteros, los hilos de la creación son trenzados y deshechos por la voluntad de aquellos que nunca conocerán la muerte, seres cuya mirada puede contemplar el fin de los tiempos y el nacimiento de nuevas realidades.
Por encima de la ciudad, en los cielos eternamente luminosos, los Ophanim patrullan incansablemente. Estas criaturas, formadas por ruedas de oro entrelazadas y cubiertas de ojos que todo lo ven, surcan los aires con una belleza aterradora. Se mueven sin un sonido, su vuelo es un acto de gracia divina, desafiando la naturaleza misma. Cada uno de sus incontables ojos vigila cada rincón de la Ciudad Dorada, atentos a cualquier anomalía que pudiera interrumpir la armonía perfecta que reina en este lugar. Si una sombra, por mínima que fuera, intentara infiltrarse en este reino, los Ophanim, con su vigilancia eterna, serían los primeros en advertir que la paz inmortal ha sido rota.
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HEREDEROS DE LA OSCURIDAD
FantasiaEn el principio, solo existía el caos, pero luego Dios creó a la humanidad, su creación más preciada. Sin embargo, ¿y si su verdadero propósito fuera protegerla de la corrupción que destruyó a sus obras anteriores? ¿Sería un acto de traición o de va...