Samantha corría por el bosque en plena noche. Su cuerpo sudaba frío, y el terror la invadía, como un frío gélido que se colaba en cada rincón de su ser. Sabía que la vida que había elegido la llevaría a problemas, que era una forma peligrosa de vivir, pero en ese momento lo único que le importaba era huir. Detrás de ella, una camioneta la perseguía con la determinación de un cazador tras su presa. Esa misma camioneta había ayudado a conseguir, un recordatorio de las decisiones que había tomado en un momento de desesperación.
Estaba agotada. Después de correr tanto tiempo, sus pulmones le exigían detenerse, pero el instinto de supervivencia la mantenía en movimiento. Encontró un breve respiro al esconderse entre los arbustos, su corazón latiendo con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. La oscuridad la envolvía, pero pronto la luz de los faros la descubrió, como un ojo insaciable que todo lo ve.
-Mierda -murmuró para sí misma, maldiciendo su suerte con cada palabra.
Desde la camioneta, un hombre alzó la voz, cargado de amenazas que resonaban en el aire nocturno. -¿A dónde vas, Sammy? ¿Pensaste que podías dejarme mal en medio de mi negocio y no pagar las consecuencias? -dijo mientras otro hombre bajaba del vehículo, un saco y cinta adhesiva en las manos, claramente listo para atarla y cubrirle la cabeza. La angustia se apoderó de ella; su mente se llenó de imágenes horripilantes, recuerdos de lo que había visto, de lo que sabía que les hacían a aquellos que caían en sus garras.
Sammy suplicaba con desesperación, las lágrimas rodando por su rostro. -Por favor, te lo ruego. Conseguiré a alguien más, ¿sí? Siempre cumplo, pero no me dejes ir con ellos. Tú y yo sabemos lo que les hacen -imploraba, mientras el dolor de los rasguños de los arbustos le ardía en la piel, como un recordatorio de que aún estaba viva.
Entonces, se despertó de la pesadilla. La oscuridad de su habitación la abrazaba, pero la sensación de terror permanecía. Aunque ya estaba acostumbrada a esos sueños que la atormentaban desde hacía tres años, no podía evitar seguir sudando frío al recordar lo ocurrido. Intentó volver a dormir, pero no lo logró, así que decidió levantarse. Hoy era su primer día en la UAC, un nuevo comienzo que esperaba con ansias, gracias a un traslado gestionado por Erin Strauss, la jefa de la unidad.
La castaña siguió su rutina matutina con cierta mecánica: se duchó, el agua caliente acariciando su piel y llevándose parte de la tensión acumulada. Se vistió con ropa deportiva, un conjunto cómodo que le permitía moverse con facilidad. Preparó a sus dos perros, Mantequilla de Maní, un imponente golden retriever, y Jalea, su pequeña Yorkshire terrier, para una carrera matutina. Los perros, emocionados al darse cuenta de lo que estaba pasando, trajeron sus collares y correas, listos para salir.
Salieron a correr, y aunque la mañana estaba fría, el ejercicio la hacía sentir viva. Disfrutaba del aire fresco y de la naturaleza que la rodeaba, una de las pocas cosas que le ayudaban a despejar la mente de sus recuerdos oscuros. Pero su resistencia no era la mejor debido a años de fumar, un hábito que le había costado más de lo que estaba dispuesta a admitir.
-Esperen, denme un respiro -les dijo a los perros, jadeando mientras se sentaba en una banca del parque, sintiendo cómo su corazón palpitaba con fuerza.
Mientras se recuperaba, se cuestionó sobre dejar de fumar, aunque sabía que no lo haría. El hábito estaba profundamente arraigado desde los 18 años, cuando su madre había muerto y su padre había estado bajo sospecha. Recordaba la sensación de alivio que le brindó aquel primer cigarrillo, como si cada inhalación la acercara un poco más a la calma. Pero en su interior, sabía que debía encontrar otra forma de lidiar con su ansiedad.
Volvieron a casa, y después de una segunda ducha, la castaña se vistió y pidió un taxi para dirigirse a su nuevo trabajo. A medida que el taxi avanzaba por las calles de la ciudad, Samantha miraba por la ventana, observando el bullicio de la vida cotidiana. La gente se apresuraba, cada uno atrapado en su propia historia. Se preguntó si alguna vez lograría encajar en este nuevo entorno.
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𝐒𝐰𝐞𝐞𝐭 𝐍𝐞𝐫𝐝
Fanfiction"Samantha Miller, una neoyorquina de 24 años con un IQ de 186, entrará a la UAC y aprenderá que tiene que sanar su corazón y dejar atrás los traumas del pasado para poder avanzar, porque 'si no puedes amarte a ti mismo, ¿cómo puedes amar a alguien m...