Un Miyamairi Tenso

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Había pasado una semana desde el nacimiento de Kenji, y la familia Hinata-Tito se preparaba para el Miyamairi, una ceremonia tradicional sintoísta para presentar al bebé ante los dioses y pedir por su protección. El pequeño templo, engalanado con flores de cerezo y cálidas luces de papel, ofrecía el escenario perfecto para una ocasión tan solemne y significativa. Un suave aroma a incienso flotaba en el aire, y las ramas de los cerezos se mecían al ritmo de una brisa ligera que acariciaba el lugar.

Tsukishima había llegado temprano, su expresión inusualmente seria, como si el peso del día lo envolviera de una manera que no lograba disimular. A su lado, Natsu estaba radiante de felicidad, emocionada por el papel de madrina que le habían otorgado. Su energía contrastaba con el semblante pensativo de Tsukishima, pero ambos estaban ahí para sus ahijados, decididos a acompañar a la familia en este importante paso.

Hinata, con su rostro iluminado por una mezcla de nerviosismo y orgullo, sostenía a Kenji en sus brazos. El bebé, envuelto en delicadas telas blancas y adornado con pequeños amuletos, dormía plácidamente. Hinata lucía un kimono azul profundo, su cabello alborotado le daba un toque casi juvenil pese al formal atuendo. A su lado, Tito, vestido con un kimono a juego, no podía ocultar la felicidad en su sonrisa. Sus ojos brillaban con emoción, aunque de vez en cuando lanzaba miradas cómplices a Hinata, buscando su apoyo en este momento tan trascendental.

La ceremonia comenzó con una paz serena. El sacerdote, con voz suave y una cadencia casi hipnótica, inició las plegarias, pidiendo a los dioses que protegieran a Kenji y lo bendijeran con salud y felicidad. Los presentes observaban en silencio reverente. Natsu apenas contenía las lágrimas de alegría, mientras Tsukishima, de pie junto a ella, mantenía su mirada fija en el bebé, su postura rígida, pero con una concentración que hablaba de lo mucho que significaba este momento.

De repente, la atmósfera tranquila se vio perturbada cuando Kageyama y Yachi aparecieron en el templo, quedándose en el borde del recinto. Habían llegado tarde, y las emociones en sus rostros eran inconfundibles. Kageyama miraba la ceremonia con una mezcla de celos y desdén, sus puños apretados junto a su costado. Yachi, por su parte, se esforzaba por mantener una sonrisa educada, pero no podía ocultar la sombra de tristeza que se deslizaba por su rostro cada vez que sus ojos se posaban en Hinata.

La tensión era palpable, aunque Hinata y Tito parecían demasiado absortos en el momento para notarla. Natsu, siempre perceptiva, sí lo hizo. Alzó una ceja al ver a Kageyama, y sus labios se curvaron en una mueca casi imperceptible antes de volver su atención al bebé. Pero Tsukishima no se molestó en disimular. Sus ojos se estrecharon cuando vio a Kageyama y Yachi observando desde lejos, sus antiguos compañeros de equipo parecían fuera de lugar en esa escena tan íntima.

Cuando la ceremonia concluyó y los invitados comenzaron a moverse hacia el área del banquete, Kageyama finalmente se acercó, sus pasos firmes resonando en el suelo de piedra del templo.

"Vaya," comenzó con un tono sarcástico que rompió la tranquilidad del ambiente, "quién diría que Shōyō Hinata, el eterno niño hiperactivo, terminaría en algo tan... tradicional." Sus ojos se encontraron con los de Hinata, buscando provocarlo, casi como si quisiera revivir sus viejas rivalidades.

Hinata sonrió, pero fue una sonrisa tensa, con los bordes de incomodidad visibles. "Bueno, todos crecemos eventualmente, Kageyama. Incluso tú, aunque no lo parezca," respondió, manteniendo su tono liviano pero firme.

Tsukishima, que estaba lo suficientemente cerca para escuchar, rodó los ojos. "¿Es necesario que hagas esto ahora?" murmuró, pero su comentario pasó desapercibido para Kageyama, cuya atención no se despegaba de Hinata.

Yachi, que hasta entonces había permanecido en segundo plano, se acercó a Tito. "Debes estar cansado, ¿no? Cuidar de un bebé y... todo lo demás," dijo, con una sonrisa amable, pero sus palabras tenían un filo sutil. "No es fácil, me imagino."

Tito sintió el peso de sus palabras y la incomodidad que se arrastraba en el ambiente. "Es agotador, pero increíble al mismo tiempo," respondió, su tono amable pero protector, como si quisiera dejar claro que, pese a todo, estaba en el lugar correcto. Miró a Hinata, quien estaba aún lidiando con Kageyama, y volvió a enfocarse en Yachi, su mirada volviéndose más suave. "Shōyō y yo... somos un buen equipo."

El comentario hizo que Yachi se encogiera ligeramente, pero su sonrisa se mantuvo, aunque sus ojos revelaban una tristeza que Tito no pudo ignorar.

Mientras tanto, Kageyama soltaba otro comentario ácido. "No te veo mucho en la cancha estos días, Hinata. ¿Demasiado ocupado cambiando pañales?"

Hinata suspiró, su paciencia comenzaba a agotarse. "No todo es sobre el voleibol, Kageyama. Hay otras cosas... más importantes."

"¿Más importantes?" Kageyama lo miró con una incredulidad que bordeaba la frustración. "¿Desde cuándo?"

Natsu, que había estado observando en silencio, intervino antes de que la situación escalara. "Bueno, algunos de nosotros hemos crecido y aprendido a equilibrar nuestras vidas, Kageyama," dijo con una sonrisa desafiante. "Pero supongo que no todos tienen esa suerte."

Tsukishima soltó una carcajada seca. "Bien dicho, Natsu."

Kageyama apretó los dientes, sus ojos oscuros con una mezcla de ira y algo más, algo más profundo que no lograba expresar. Sin decir más, se apartó, cruzando los brazos, pero no se fue.

La velada continuó, pero la atmósfera era densa con las tensiones no resueltas. Tsukishima, incapaz de soportar más la situación, se acercó a Tito cuando la oportunidad se presentó. "¿Siempre va a ser así?" murmuró, refiriéndose a Kageyama y la incómoda dinámica que había traído consigo.

Tito suspiró, encogiéndose de hombros. "Espero que no. Pero creo que todavía hay cosas que no han dejado atrás."

"Meh," Tsukishima bufó. "Algunos nunca aprenden."

Al final de la noche, mientras Hinata y Tito se despedían de sus amigos y se dirigían a casa, los dos se sentían exhaustos pero satisfechos. La ceremonia había sido hermosa, y aunque las tensiones habían sido evidentes, nada ni nadie podía empañar lo que habían construido juntos. Mientras Tito mecía suavemente a Kenji en sus brazos, mirando a Hinata con ternura, se sintió más seguro que nunca.

"Sabes que siempre va a haber gente que no lo entienda, ¿verdad?" dijo Tito en voz baja, rompiendo el suave silencio entre ellos.

Hinata asintió, sus ojos brillando con determinación. "No me importa. Siempre que estemos juntos... nada más importa."

Y en ese momento, en la tranquilidad de su hogar, Hinata y Tito supieron que, sin importar lo que trajera el futuro, su amor y su familia eran más fuertes que cualquier obstáculo o resentimiento del pasado.

Nueva Familia, Nuevos problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora