el amor que oculte

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**Rosa**: Antes... tú plantabas flores en un jardín eterno y las cuidabas con esmero, pero un día dejaste ese jardín de rosas. Ellas, en tu ausencia, crecieron espinas para protegerse. -Su voz era una mezcla de tristeza y aceptación, como el susurro de un viento antiguo hablando de forma metaforica pero sabia que lucifer entenderia-. Es mi deber mantener el equilibrio, incluso si eso significa aceptar que las rosas deben defenderse por sí solas. Los tiempos han cambiado, y con ellos, yo también.

Lucifer no pudo evitar pensar en lo que había sido de Rosa durante los eones de su ausencia. Recordaba los tiempos antiguos, cuando todo era luz y perfección, cuando él era solo un ángel más entre tantos y Rosa aún no era la Parca. Era doloroso y, al mismo tiempo, extraño reflexionar sobre cómo el tiempo los había cambiado de maneras irreconocibles, cómo los había arrastrado por caminos que jamás habrían imaginado. Aunque sabía más por viejo que por diablo, ni él se había mantenido igual. Sin embargo, había una especie de alivio melancólico al saber que, de alguna manera, ambos habían encontrado su lugar en el mundo, aunque no fuera el que esperaban.

Lucifer:
-¿Te acuerdas de cuando todo esto era diferente? De cuando no tenías que llevar esa carga, y yo aún caminaba entre los cielos sin cuestionarlo todo.

Rosa lo miró, su expresión cargada de una melancolía tranquila. Sabía de qué hablaba. Aquellos días parecían tan lejanos, casi como si pertenecieran a otra vida, a alguien más.

Rosa:
-Sí, lo recuerdo. Antes de que todo se complicara. Éramos... distintos.

El silencio cayó brevemente entre ellos, pero no era incómodo. Había algo en esa conexión pasada que aún resonaba, una amistad perdida pero nunca olvidada.

Lucifer:
-No imaginaba que acabaríamos así. Tú, guardiana de la muerte misma, y yo... caído. ¿Crees que fue nuestro destino desde el principio? ¿O simplemente lo dejamos pasar?

Rosa dejó escapar un suspiro, su voz era un eco de tiempos más simples, cuando ambos compartían una camaradería sin peso, sin la carga del universo sobre sus hombros.

Rosa:
-No lo sé, Lucifer. Hubo un tiempo en que todo parecía tan claro. Pensaba que nada nos cambiaría. Pero el destino no sigue nuestras reglas, ¿verdad? Nos lleva por caminos que ni siquiera sabíamos que existían.

Lucifer esbozó una sonrisa, pero no era de alegría; era una sonrisa amarga, llena de recuerdos.

Lucifer:
-Pensaba que lo tenía todo controlado. Que entendía el plan. Y ahora, aquí estamos, en un lugar que jamás habríamos imaginado. Tú, la mano que guía las almas, y yo... más perdido de lo que jamás pensé.

El silencio se hizo más pesado, no por incomodidad, sino por la inmensidad de lo que no se decía. Sabían que habían compartido algo más puro, una amistad que ahora solo quedaba en retazos. Sin embargo, en medio de todo lo que habían perdido, algo permanecía.

Rosa:
-Aunque hayamos cambiado tanto... aunque las cosas sean irreconocibles ahora... no puedo olvidar quién fuiste para mí, Lucifer. Ni lo que compartimos.

Lucifer asintió lentamente. A pesar de la distancia que el tiempo había creado entre ellos, la verdad era simple: aún había una conexión que ni el tiempo ni el destino podían borrar.

Lucifer:
-Yo tampoco, Rosa. Yo tampoco.

Poco sabía Lucifer que las palabras de Rosa llevaban un peso que él no podía comprender. Mientras él recordaba la amistad que compartieron en los días de luz, Rosa pensaba en algo mucho más profundo, en lo que había callado por eones, lo que había mantenido oculto tras la máscara de la Parca. No era solo la nostalgia de aquellos tiempos lo que la consumía, sino el amor silencioso que había sentido por él, un amor que jamás pudo confesar.

Cada vez que veía su caída, su alejamiento de los cielos, el dolor era indescriptible, como si el propio destino la hubiese traicionado. Y entonces, cuando Rosa supo de los rumores sobre Lilith, su corazón se quebró en mil pedazos. La idea de que Lucifer, el ser que había significado tanto para ella, pudiera haber entregado su amor a alguien más, desterrado del cielo y apartado de su vista para siempre, fue una herida que nunca sanó.

Cada rumor que llegaba a sus oídos era como una navaja que cortaba los pétalos de su alma, lenta y dolorosamente, desgarrando lo que quedaba de un corazón lleno de vida. Pero Rosa, con la serenidad de la muerte que ahora portaba, nunca lo demostró. Jamás habló de ello. Se convirtió en la Parca, la guardiana de los finales, pero su propio final, aquel en el que su amor no correspondido murió en silencio, fue el más cruel de todos.

Y allí, en la conversación que mantenían, mientras Lucifer evocaba con cierta melancolía sus recuerdos compartidos, Rosa guardaba su secreto, envolviéndolo en la niebla del tiempo. Él nunca sabría de lo que ella realmente hablaba. No sabría del amor que floreció en su pecho ni del dolor que se alojó en ella cuando él fue desterrado.

Lucifer:
-A veces me pregunto si las cosas hubieran sido diferentes... si hubiéramos sabido hacia dónde nos llevaba el destino.

Rosa lo observó en silencio, sus palabras resonando en el vacío entre ellos. Quería decirle, quería confesárselo todo, pero sabía que no era el momento... quizás nunca lo sería.

Rosa:
-El destino nos lleva por caminos extraños, Lucifer. A veces, no importa cuánto lo deseemos, no podemos cambiar lo que ha sido trazado.

Su voz era tranquila, pero dentro de ella, las cicatrices que llevaba seguían sangrando. El misterio de su amor no correspondido flotaba entre ellos, como una brisa que apenas roza la piel, invisible pero siempre presente. Lucifer nunca sabría la verdad, y Rosa seguiría siendo el enigma que el destino convirtió en muerte, mientras su amor por él permanecía oculto en las sombras, donde nadie más podría verlo.

Nadie sabía que la primera muerte con la que Rosa tuvo que lidiar no fue la de Abel, el hijo de Adán. No, la verdadera primera muerte que enfrentó fue la de su propio corazón, al enterarse de lo que jamás quiso escuchar: Lucifer estaba con Lilith. El ser que alguna vez había sido su confidente, su compañero en la eternidad, ahora parecía haberla olvidado.

Con cada nuevo rumor, con cada susurro sobre el romance de Lucifer en su destierro, Rosa sintió cómo algo dentro de ella se desmoronaba. No fue una muerte rápida, sino lenta, insidiosa, como si su corazón se desvaneciera poco a poco, consumido por la tristeza y la sensación de haber sido relegada al olvido. Y aun así, a pesar del dolor, Rosa nunca pudo llevar ese amor que sentía por Lucifer a la tumba. Aunque cada latido dolía más que el anterior, aunque su corazón parecía agonizar bajo el peso de los eones, no podía dejarlo ir.

Sabía que el amor que alguna vez floreció en ella jamás podría ser expresado, y esa agonía la acompañaría por toda la eternidad. Sin embargo, ni el paso del tiempo ni su papel como la Parca pudieron borrar ese sentimiento. Mientras las almas de los mortales pasaban por sus manos, su amor no correspondido seguía vivo, una llama tenue pero persistente, que se negaba a morir, condenándola a recordar... su amor latiendo dolorosamente en su pecho cada segundo que lo veía junto a la alegria de volverlo a ver...

En brazos de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora