𝟎𝟒. 𝐋𝐀 𝐂𝐔𝐑𝐈𝐎𝐒𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐉𝐀𝐄𝐇𝐀𝐄𝐑𝐘𝐒

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Desde que tiene uso de razón, Jaehaerys siempre fue un niño curioso

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Desde que tiene uso de razón, Jaehaerys siempre fue un niño curioso. Le gustaba explorar sus alrededores, correr de un lado a otro por los pasillos de la Fortaleza Roja, entrar al estudio de su abuelo para ver las cartas que respondía por deberes del reino. 

Le encantaba nutrir su pequeña cabeza con todo tipo de cosas nuevas; por ello, la mayoría de las veces se la pasaba en la biblioteca, siendo supervisado por el maestre Gerardys. Tenía un pequeño rincón seguro en donde había una mesa y un enorme sofá, y en ese lugar tomaba sus clases, siempre leyendo sobre la historia de su familia, aprendiendo sobre política, sobre plantas medicinales y cómo preparar brebajes para alguna enfermedad. 

Lo que más le encantaba eran sus clases de Alto Valyrio, porque podía hablar con sus padres, sus abuelos, sus tíos y su hermana en aquel idioma libremente, y así nadie podía escuchar lo que tenía que decir. 

Era un niño prodigio a pesar de contar con ocho onomásticos y, por supuesto, el orgullo de sus abuelos y sus padres. 

Si bien era bueno en todo, su curiosidad de algún modo lo metió en problemas con respecto a su padre. Jaehaerys siempre buscaba algún tipo de excusa para pasar tiempo con él, lo admiraba de sobremanera. 

¿Quién no lo haría? 

Su padre siempre fue considerado un príncipe perfecto, entregado a las responsabilidades del reino y, sobre todo, a su deber como padre y esposo. Cuando lo dejaba solo en su estudio, Jaehaerys aprovechaba el momento para saciar su curiosidad, revisando algunas cartas sobre asuntos de política o relacionados con las ganancias de la Corona. 

Pero, como todo niño, su curiosidad no se detenía al ver solo eso; su mente lo animaba a aventurarse más allá de simples cartas y libros. Por ello, un día, mientras revisaba las cosas de su padre en su estudio, aprovechando que este había viajado por asuntos del reino, encontró un pequeño cofre dentro de uno de los cajones de su escritorio tallado en piedra. Hizo un puchero al ver que estaba cerrado, pero no se rindió, buscaría la manera de abrirlo. 

Estaba por dejar el cofre sobre el escritorio cuando una carta se deslizó desde debajo del cofre. Bajando de su silla, la tomó y frunció el ceño al notar que no tenía el mismo sello que solía ver en las cartas habituales que su padre revisaba. Esa carta en particular tenía un sello con el dibujo de un lobo. 

 

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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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𝐘𝐎𝐔 𝐇𝐀𝐕𝐄 𝐀𝐋𝐖𝐀𝐘𝐒 𝐁𝐄𝐄𝐍 𝐎𝐔𝐑𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora