El asfalto me quema los pies

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Historia basada en el proceso creativo desarrollado por el escritor Ítalo Calvino en su libro "El castillo de los destinos cruzados",  en dónde mediante el uso del Tarot escribió una serie de historias cortas

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Historia basada en el proceso creativo desarrollado por el escritor Ítalo Calvino en su libro "El castillo de los destinos cruzados",  en dónde mediante el uso del Tarot escribió una serie de historias cortas. 

Abundancia fue la carta inicial. Un pueblo con chozas de madera, el comienzo de cualquier relato sin rumbo. 

Desde un inclinado techo de losetas de madera cubierto en tartas de miel. El joven Archivaldo se quedo sentado por largo rato, completamente satisfecho  durante la fría mañana otoñal en la que todo fue implosionando.

Era un amanecer más,  otro más, de aquellos que se imaginaban imposibles desde hace  tres siglos y contando en dónde el mundo moderno colapso. A lontananza del frio techo se extiende una autopista en ruinas de ruta directa a un desierto rico en radiación y blancas osamentas de carbón y calcio proveniente de variadas especies animales. 

Abajo del techo con losetas de madera, piernas temblorosas chocan entre sí de forma insistente, la presuntuosa madre de Archivaldo, bufaba molesta, juzgando el sentimiento de  plenitud de su muchacho como simple ignorancia, cerrazón a conocer el extinto mundo que les rodea y poco más. De eso se trataba todo, ignorancia.  

Con la vida de su único hijo sumida en la producción de etanol y licores baratos, el muchacho se evitaba, según la vieja pirada, en ser parte de las justas peleas descritas en los cachos de novelas que tenía la oportunidad de recuperar entre las ruinas de la gris región que les rodea. 

La caprichosa mujer ardía en furia por estar rodeada de hombre tan vehementemente materiales. Se había juntado con un vil ocho de monedas. Hombre que gusta de pasar todo el día en su taller de carpintero, mientras su hijo, un simple dos de monedas, estaba balanceándose entre la dicha y ese pequeño chance de probar algo nuevo, algo que sea la semilla del desequilibrio en la rutinaria existencia que enfrentaba con su risa ignara. 

-De una buen vez! ( vocifero la anciana chota). 

-A la aventura, pequeño cobarde, que el caballero de espadas te llama, se como Aguilulfo de Vibralto y muere por hay, atravesado por un moro, anda ya! a moverlas!

Archivaldo escuchaba los quejidos de su madre y le sonaban a pura y sencilla incoherencia, prefería pensar en nuevas formas de promover sus licores por los alrededores, pero sabiendo que casi todos sus clientes terminaban devorad por los caníbales chupa ojos, igual le dio por meditar. 

-¿Que otra cosa podría hacer?

Así que prefirió sacar otra carta de la baraja para colocarla sobre el asfalto, el 7 de copas

-Ya veo, debo probar de todo un poco y con suerte, entre tantas profesiones diferentes podré encontrar el amor, aunque sea una simple probada al menos

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-Ya veo, debo probar de todo un poco y con suerte, entre tantas profesiones diferentes podré encontrar el amor, aunque sea una simple probada al menos.

Archivaldo comenzó con la tarea de ser cirujano, aprovechando que el antiguo barbero quedo atrapado bajo los escombros de un ruinoso rascacielos, el joven ex-vendedor de etanol se puso manos a la obra. 

El viejo albañil del pueblo, un tal Solaz no dejaba de quejarse de intensas migrañas, así que revestido con su nuevo titulo. Archivaldo solicito el auxilio de su padre el carpintero, quien serrucho la idea de abrir una pequeña puerta en la frente del inconsciente albañil.

Solaz nunca despertó del trance y después de que la misma situación se repitiera con otros tres clientes. Archivaldo prefirió dejar las artes medicas a otros estafadores con menos escrúpulos. 

-Tal vez el estrés de ser el dueño de mi propio negocio sea demasiado, mejor me voy de peón a la caballeriza.

Alimentar, pasear y domar caballos de mañana a noche, de eso trataba su reciente empleo con los corceles y no la pasó tan mal en general, hasta que una fatídica tarde, Brumaro el burro, de una necia patada le desbarato la pierna izquierda. Archivaldo resignado dejo el empleo y se refugio por meses en su barato y amado licor. 

Entre sus etílicas noches recorriendo las chozas del gris poblado,  hayo  las grandes caderas de una bella viajera, de la cual más excitado que enamorado, y por simpe necedad  quiso conocer su nombre. Era LA TONTA, un arcano mayor famoso aunque  inalcanzable. Lo cual no se debía al mal trotar proveniente de la lastimada pierna de Archivaldo, ya que podría a ver sido tan veloz como una gacela y jamás habría llegado a conocer el nombre o rostro de su enamorada. Ya que la dama se encontraba en la destinada a viajar sin detenerse, guiada por sus pies a un constate  comenzar de nuevo, siempre atrapada en la vía de volver a empezar. Archivaldo insistio por una temporada en la obtusa misión de saber su nombre, emprendió   la persecución, hasta que de tanto andar sin brújula,  termino envuelto en los conflictos de los que tanto aspiraba su madre el llegará a sumar  como parte de su currículo existencial. 

Y aunque era excelente para manejar los buggies del desierto sobre las dunas radioactivas y con precisión hacer volar por los aires los cacharros de sus oponentes haciendo uso de su ballesta explosiva en las eternas guerras por el gas, cayo en cuenta que gran parte de su vida adulta se había centrado en complacer caprichos ajenos. 

Una mañana, bebiendo fino coñac directo del cráneo bañado en plata del último señor de la guerra que derroto. Archivaldo lavo con agua pura su copa apenas utilizada y la guardo en el gabinete francés con más de mil años de antigüedad, para acto seguido regalar las llaves de sus llantas a su sancho panza predilecto. Y así emprender el regreso con errático caminar de retorno al pueblo en dónde nació. 

Con sus padres muertos y el pueblo con más casas que nunca antes, quiso tomarse el tiempo necesario para construir dos capillas carentes de cuerpos, separadas, una más grande que la otra. 

Archivaldo, desde la capilla de su padre, pasaba algunas tardes tomando su blanco liquido destilado del agave, de suave aroma a guayaba y pechuga de pollo. Observando a lo lejos el monte infestado de agave, suspiro y reconoció que desde el inicio de su joven vida ya había descubierto lo que quería hacer. Y cuando se dio cuenta de todo lo que tuvo que vivir para redescubrirlo, se dijo así mismo. 

-No puede ser, así, tan simple y ya.  

A la distancia, Brumaro el burro rebuznaba. 

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⏰ Última actualización: Nov 03 ⏰

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