Parte 5

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Un ángel no podía morir, era un ser inmortal. La única manera de que esto pasara, era que ese ángel voluntariamente tomara la decisión de convertirse en humano y ahí sí, podía morir como todas las personas. Pero mientras tuviera un halo brillante sobre la cabeza y unas hermosas alas blancas, no había cosa que pudiera matarlo.

No obstante, un ángel podía sentir.

Amor, odio, alegría, tristeza, ansiedad, envidia, placer, esperanza, culpa, gratitud, admiración... y dolor.

El cuerpo de un ángel podía sufrir dolor físico y era capaz de aguantarlo agonizante por toda la eternidad, con la frustración de que nunca se terminaría si nadie venía a curarlo.

"Me llamo Mahito y esto es para ti".

Ahora Satoru sentía mucho dolor porque el demonio supremo que lo fue a buscar podía convertir sus extremidades en cosas: pasaba de tener púas a una daga, de ser una sierra a un martillo, de una espada a un soplete. Mahito era capaz de invocar cualquier artefacto que le hiciera daño y él no podía defenderse, ya que su prioridad máxima era proteger al humano de cabellos rosados.

Por medio de un gran soplete, sus brillantes alas fueron chamuscadas por las llamas, chillando Satoru de la desesperación. Él buscó apagar el fuego con cualquier cosa, pero las pocas plumas que sobrevivieron fueron rápidamente arrancadas por el demonio con sus manos que ahora eran unas pinzas gigantes. Satoru, adolorido, pero sin querer demostrarlo, buscó interponerse entre Mahito y el humano, bloqueando con su cuerpo la puerta de la habitación del chico, pero con todo el forcejeo, sus ojos fueron machacados por un mortero de hierro ardiente y su ropa destrozada por unas tijeras diabólicas que parecían moverse solas, arañando también su nívea piel.

—¿¡TE GUSTA DARLE ÓRDENES A LOS DEMONIOS!? — gritaba con gozo Mahito, divertidísimo como nunca antes —¡ESTO ES LO QUE TE MERECES!

Satoru sabía que se refería al trato que había hecho con Suguru Geto, pero en estos momentos no podía pensar con la claridad suficiente como para arrepentirse de sus actos. Dolía. Dolía mucho. Mahito lo quería dejar irreconocible, extasiado con usar varias armas contra él.

Un estilete fue enterrado en su garganta, haciéndolo soltar un alarido triste.

"Que alguien venga, por favor. No puedo más. Nanami, ángeles. Alguien"

Incluso, por un breve instante pensó en Suguru Geto apareciendo por la puerta para salvarlo. Pero esa idea fue desechada con rapidez, ese tipo también era un demonio, ¿por qué lo ayudaría?

El puñal fue hundido en su laringe una y otra vez, brincando de la emoción el demonio, burlándose de que por más que quisiera no iba a poder llamar al Reino de los Cielos. Una sierra sonó, confundiéndose el sonido del motor con el de una risa macabra, haciendo temblar a Satoru sobre sus alas rotas.

—¿Cómo se verá el corazón de un ángel? ¡QUIERO VER!

Satoru se limitó a tratar de reprimir sus gritos, aceptando todo el dolor que sentía hasta que Mahito se cansara de herirlo y se fuera, él no podía hacer nada.

∙ʚ♡ɞ∙

En un primer momento, Suguru no entendió o, mejor dicho: no quiso entender. Sabía que era él porque ese cabello blanco no se lo conocía a ningún otro ser que haya visto antes, pero tuvo que acercarse a mirar bien su rostro, a buscar sus ojos azules para estar seguro porque el ente que estaba ante él se encontraba tan desfigurado que no se discernía dónde estaban en el rostro la nariz, la boca y los ojos, se veía la garganta abierta, una oreja rota, el corazón casi afuera. Todo era un revoltijo de heridas, sangre, cabellos, ropas rasgadas, plumas destrozadas y leves gimoteos de dolor.

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