Capítulo 1: La Creación del Omniverso
En el vasto vacío, donde no existía tiempo ni espacio, solo había una conciencia: El Rey, el único, el creador. Con un pensamiento, él delineó lo que sería el Omni-verso, trazando la línea del todo. En su mente se forjaron los conceptos de tiempo y espacio; el pasado, una nada irrelevante, y el futuro, una promesa de posibilidades infinitas.
El Rey estableció el punto de inicio de su creación, un momento donde todo comenzó a cobrar vida. Con su voluntad, trazó la recta de la existencia, uniendo los hilos del tiempo en un solo lienzo. Era un artista divino, y cada día que pasaba, su obra tomaba forma.
En su primer día, El Rey trajo la materia, modelando esferas perfectas para contener la luz y la oscuridad, equilibrando así la creación. En el segundo día, los planetas nacieron, brillando con una luz interna, cada uno único, cada uno un reflejo de su esencia.
El Rey contempló su creación con orgullo. En el tercer día, insufló vida en cada esfera. A través de su aliento, dotó a los planetas de agua, tierra, minerales y vegetación. Algunos mundos florecieron, vibrando con la energía de la vida; otros, sin embargo, permanecieron vacíos y desolados, pero El Rey no se desanimó. Sabía que cada forma era parte de su gran diseño.
Al llegar al décimo día, El Rey creó las primeras formas de vida: criaturas acuáticas que nadaban en los océanos de sus planetas. Cada mundo tuvo su propia esencia, sus propios seres, todos iniciando su existencia en el agua, el primer hogar de la vida. Con cada nueva creación, El Rey se elevó más y más, hasta que las estrellas parecían rendirse ante su grandeza.
Su mirada abarcaba el infinito, y el orgullo llenaba su ser. Cada planeta vibraba con energía, cada criatura era un testimonio de su poder. El Rey sonrió, entendiendo que, en su soledad, había encontrado propósito en la creación. Era el arquitecto de la existencia, el dador de vida, y su obra apenas comenzaba.
Llegó el día 12, y el Rey, con su pincel cósmico, trazó los últimos arreglos a su creación. Su arte fue dividido en múltiples partes, a las que nombró, pero que nuestro entendimiento limitó a llamar Universos. Con su pincel, dio vida al Omniverso, separando planetas, sistemas y estrellas, creando diferentes universos, cada uno con su propio tiempo y posibilidades. En solo 13 días logró completar su cuadro: la realidad.
El Rey se lanzó a observarlo todo. Las estrellas parecían alcanzar alturas imposibles, pero el espacio sobrante le permitió crear un fin, un límite que solo él podía sobrepasar. Se sentó en su trono en un palacio construido de luz y materia, contemplando su obra con orgullo.
Aunque el Rey se sentía solo, el infinito ofrecía un sinfín de posibilidades. Cada vez que miraba, veía algo nuevo: civilizaciones alcanzando la conciencia, seres antropomórficos, animales dominando la cadena alimenticia, exploraciones espaciales y máquinas desafiando el tiempo. Controlando el pasado, conocía el destino de cada viaje y corregía cualquier error.
Sin embargo, la soledad lo llevó a crear a su Reina.
—¿De qué sirve gobernar si se está solo?— Así nació la primera diosa, un reflejo de su propia esencia. Si él era oscuridad, ella era luz.Con el paso del tiempo, el Rey convivió con la Reina, quien emergió como su igual, una fuerza de razón y sabiduría. Ella vigilaba el Omniverso, preocupada por su bienestar. Al ver la conexión entre ellos, el Rey decidió crear más seres para ayudarles, dando vida a los Dioses, cada uno representando un concepto distinto. Estos seres poderosos sirvieron al Rey sin cuestionar.
El Rey les otorgó un espacio que podían dominar: cinco cielos. El primer cielo era el de los mortales; el segundo, el espacio donde habitaban las estrellas y los planetas; el tercero, el lugar al que iban los mortales al morir; el cuarto, donde residían los Dioses; y el quinto, donde él y su Reina se establecerían.
Con el tiempo, el Rey dejó de observar sus creaciones. La Reina le contaba sobre el avance de los mortales, sus guerras y su capacidad de aprender de sus errores. Eso entristecía a ambos, pero el Rey creía que era tarea de los mortales crecer y evolucionar.
Sentado en su trono, el Rey contemplaba el avance de su creación. La Reina preparaba alimentos inspirados en los mortales, aunque ninguno de los dos necesitaba comer. Sin embargo, el Rey probaba la comida, maravillado por la innovación de sus criaturas.
Pasaron 12 millones de años, y el Rey aún recordaba aquellos primeros días cuando creó las estrellas. Decidió descender a ver su obra. La Reina se acercó a él, inclinándose y pidiendo unirse a su viaje. El Rey aceptó, y juntos se sumergieron en la vasta magnificencia de su creación.
El esplendor de las estrellas y los planetas lo deslumbró. Observó la vida en diversas formas, pero también notó cómo el mal se dispersaba, envenenando el Omniverso. Los Dioses habían creado una dimensión que llamaron Infierno, y el Rey decidió añadir cuatro más.
El primer Infierno sería para los mortales de corazón oscuro, vigilados por demonios que debían reformar las almas para trascender al cielo. El segundo Infierno estaba poblado por bestias exóticas, peligrosas para los mortales, custodiadas por demonios mayores. El paisaje de los infiernos era uno de fantasía, diseñado para ayudar a las almas en su reforma.
El tercer Infierno, similar al segundo, albergaba a mortales contaminados por el mal, difíciles de reformar. El cuarto era el hogar de los reyes demonio, más fuertes que los demonios superiores, pero aún débiles en comparación con los Dioses. Finalmente, el quinto Infierno estaba reservado para aquellos seres que rivalizaban con los Dioses, a quienes se les daba una oportunidad de redención antes de ser eliminados. —"La maldad puede llegar a purificarse"—. Decía el Rey.
Así llegamos a 14 millones de años después del día 1.
ESTÁS LEYENDO
El Rey Del Omniverso
FantasyEl ascenso y caída del Rey del Omni-verso y la traición de su pupilo.