prólogo.

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Había algo raro en el aire esa noche, un silencio denso que te incomodaba sin razón aparente. El viento parecía no tener la misma ligereza de siempre, y las sombras en tu habitación se alargaban de manera extraña. Habías intentado dormir, pero te girabas en la cama una y otra vez, sin encontrar descanso. Algo en ti simplemente no podía estar en paz.

Fue entonces cuando lo escuchaste.

Un suave golpeteo contra la ventana.

Frunciste el ceño, sentándote en la cama de golpe, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo que te gustaría admitir.

"Quizás sea solo el viento, o una rama..." pensaste. Pero ese pensamiento se esfumó tan rápido como llegó cuando un segundo golpe, más claro, más decidido, resonó en el cristal.

Te levantaste lentamente, sintiendo el suelo frío bajo tus pies descalzos. La habitación, que siempre te había resultado acogedora, de repente parecía demasiado grande, demasiado vacía. Llegaste a la ventana y, al apartar las cortinas, lo viste.

Un chico.

Flotando.

Él sonreía de manera despreocupada, como si estuviera haciendo algo tan común como pasear por la calle. Sus ojos, de un verde intenso, brillaban bajo la tenue luz de la luna. Vestía una túnica verde, unas mallas verdes que combinaban con su túnica, un sombrero con una pluma, y en su cinturón dorado colgaba una pequeña daga que reflejaba la luz del exterior.

Tardaste un segundo en reaccionar. 

"¿Un chico? ¿Volando?"

 El aire se sintió de repente más pesado, y tus pensamientos comenzaron a acelerarse, buscando una explicación que tuviera algún sentido.

Él golpeó suavemente el cristal de nuevo, esta vez más divertido.

—¿Vas a dejarme aquí toda la noche o piensas abrir? —preguntó con una sonrisa ladeada, como si todo esto fuera un juego que solo él conocía.

Tu cuerpo se movió por inercia, casi sin pensar. Con manos temblorosas, abriste la ventana lentamente, y el frío de la noche te golpeó el rostro. El chico entró de un salto ágil, aterrizando silenciosamente sobre la alfombra de tu habitación. Se movía con una ligereza que no parecía humana.

Por un momento, solo se quedaron mirando. Él, como si fuera lo más normal del mundo estar ahí, en tu habitación. Tú, con el corazón latiendo tan fuerte que podías oírlo en tus oídos.

—¿Quién eres? —lograste preguntar, aunque sentías que la respuesta ya la sabías.

El chico se llevó una mano a la barbilla, fingiendo pensar, mientras paseaba alrededor de tu habitación con curiosidad, inspeccionando cada rincón como si fuera suyo.

—Hmm... ¿quién soy? —repitió, con tono juguetón—. Ah, sí. Soy Peter. Peter Pan.

Lo dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo, como si todo el mundo debiera conocerlo. Se dio la vuelta hacia ti, con una mirada burlona, esperando tu reacción. Cuando no dijiste nada de inmediato, su sonrisa se ensanchó.

—Vamos, Y/N, seguro que has oído de mí. Todos lo han hecho.

El aire en la habitación pareció enfriarse aún más al oír tu nombre de sus labios. No recordabas haberle dicho quién eras, pero a juzgar por su actitud, no parecía importarle. No había rastro de malicia en su voz, pero sí algo... diferente. Despreocupado, como si todo esto fuera parte de una broma que solo él entendía.

—Peter Pan —repetiste en voz baja, intentando procesarlo. Te sentías tonta por decirlo, como si fueras una niña que aún creía en cuentos de hadas. Pero ahí estaba él, de pie en tu habitación, con ese aire despreocupado y esa sonrisa que te hacía sentir que todo lo que sabías del mundo estaba al revés.

Peter asintió, como si finalmente te dieras cuenta de algo muy obvio.

—Vaya, eres más rápida que la mayoría —comentó, mientras daba una vuelta rápida por la habitación, cogiendo algún objeto de tu escritorio y lanzándolo al aire—. Normalmente me toma un par de minutos convencerlos de que no están soñando.

Lo observaste en silencio, sin saber exactamente qué decir. Había algo en su actitud, en su forma de moverse y hablar, que te desconcertaba. No parecía realmente peligroso, pero tampoco parecía estar completamente en este mundo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntaste, finalmente, sin quitarle los ojos de encima.

Él dejó caer el objeto que había estado jugando en el aire y se encogió de hombros.

—¿Aquí? No sé, me aburría. El País de Nunca Jamás puede ser un lugar muy... repetitivo. —Peter se acercó a la ventana, asomándose por el borde antes de girarse hacia ti con una sonrisa pícara—. Pensé en hacer una visita. ¿Por qué no?

—¿Una visita? —repetiste, desconcertada.

Él se encogió de hombros de nuevo, como si fuera lo más normal del mundo.

—Sí, ya sabes... tú parecías interesante. Y no todos los días uno se encuentra con alguien que... escucha las sombras —dijo con un tono burlón y exagerando misterio, aunque en sus ojos había una chispa de algo más profundo, algo que no alcanzabas a comprender del todo.

El escalofrío que sentiste esa noche recorrió tu columna vertebral de nuevo. Las sombras. Habías sentido algo, pero nunca pensaste que alguien más lo notaría. Mucho menos alguien como él. Peter parecía ajeno a la gravedad de sus palabras, y su actitud despreocupada solo hacía que el miedo en tu estómago creciera.

—¿Por qué yo? —preguntaste, intentando mantener la compostura.

Peter volvió a mirarte, como si no comprendiera del todo tu pregunta.

—¿Por qué no? —replicó, con una risa ligera, pero se acercó un poco más, sus ojos verdes estudiándote de una manera más intensa—. Tienes algo diferente. Me gustan las cosas diferentes.

No estabas segura de si eso era un cumplido o una advertencia, pero antes de que pudieras responder, él extendió una mano hacia ti.

—Ven conmigo. Te mostraré un lugar donde las reglas no importan y nada de esto... —hizo un gesto amplio con la mano, señalando la habitación, la ciudad, tu vida— ...te pesará.

Te quedaste mirando su mano, tentada, pero también asustada. El aire en la habitación se había vuelto más denso, y cada segundo que pasaba sentías más esa atracción hacia él, como si estuviera jalando de algo en tu interior que no habías notado hasta ahora.

—No sé... —murmuraste, con la voz apenas audible.

—Oh, claro que lo sabes —respondió Peter, su tono divertido pero con una certeza que te asustaba—. Sabes que quieres. Sabes que lo has sentido, esa necesidad de escapar, de ser libre. Ven conmigo, Y/N, y nunca más tendrás que preocuparte por nada.

Sus palabras te envolvieron como una melodía hipnótica, pero había algo en su mirada que te hacía dudar. No era exactamente confianza lo que inspiraba, sino una promesa de algo desconocido, algo que podría cambiarlo todo.

Peter dio un paso atrás, acercándose a la ventana abierta, y se subió al borde con una agilidad felina.

—¿Qué dices? —preguntó, con una sonrisa torcida—. ¿Vienes o te quedas atrapada en este mundo aburrido?

El viento volvió a soplar, moviendo las cortinas, y sentiste cómo el frío de la noche se colaba en tu piel. Tu mente corría, debatiéndose entre la lógica y la sensación de que, si no tomabas esa mano ahora, te arrepentirías para siempre.

Y ahí estaba Peter Pan, flotando justo fuera de tu ventana, esperando con esa mirada despreocupada pero enigmática, ofreciéndote una vida que sonaba demasiado irreal para ser verdad... y sin embargo, tan tentadora.

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aclaraciones:

-Es el Peter de 1953, no el de sus otras versiones o adaptaciones.

Bajo la Luz de Nunca Jamás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora