EL PRÍNCIPE Y EL MAGO

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Había una vez un príncipe llamado Kurosawa, famoso en todo el reino no solo por su poder y linaje, sino por una belleza que hacía suspirar a cualquiera. Sus cabellos castaños brillaban al sol como el cauce dorado de un río, y sus ojos esmeralda parecían contener la serenidad de un lago en calma en medio del bosque. Desde joven, había conquistado corazones sin esfuerzo alguno, tanto de nobles como de plebeyos, pero siempre sentía un vacío en su pecho.

A pesar de la atención que recibía, Kurosawa vivía con una tristeza oculta. Todos los que se acercaban a él solo veían su apariencia y sus riquezas, pero nunca intentaban conocer al hombre que había detrás de su belleza. Cada relación que había tenido era efímera, basada en superficialidades. El príncipe soñaba con encontrar a alguien que lo mirara a los ojos y viera algo más allá de su físico perfecto. Su corazón anhelaba amor verdadero, una conexión profunda, pero hasta entonces, ese amor se le había escapado como arena entre los dedos.

En el mismo reino, en los márgenes del bosque, vivía un mago llamado Adachi. Era un hombre reservado, sabio y empático. Su magia no consistía en grandes hazañas o hechizos grandilocuentes, sino en el poder de entender el corazón de los demás. A pesar de su don de ver más allá de la superficie, Adachi nunca había conocido el amor. No por falta de deseo, sino porque siempre había dedicado su vida a ayudar a los demás, olvidándose de sí mismo. Nunca había tenido una pareja, y aunque en su juventud había soñado con enamorarse, su naturaleza solitaria y la responsabilidad de su poder lo mantenían alejado de cualquier relación romántica.

Un día, el destino unió a estos dos hombres en circunstancias inesperadas. Kurosawa, abrumado por la tristeza, decidió alejarse del bullicio del castillo y se aventuró solo en el bosque, buscando un refugio donde pudiera encontrar paz. Perdido en sus pensamientos, no se dio cuenta de que se había adentrado en tierras desconocidas, hasta que la niebla empezó a envolverlo. Fue entonces cuando encontró la cabaña de Adachi.

El mago lo recibió con amabilidad, sin reconocer de inmediato quién era ese hombre que había aparecido en su puerta. Para Adachi, Kurosawa no era el príncipe; era solo un hombre con el corazón lleno de heridas invisibles. Le ofreció refugio sin preguntar demasiado, como solía hacer con los viajeros perdidos. Kurosawa, sorprendido por la indiferencia del mago ante su apariencia, sintió curiosidad. Por primera vez, alguien lo trataba sin adulación ni interés en su belleza.

Los días pasaron, y Kurosawa comenzó a confiar en Adachi, quien lo escuchaba con paciencia. El príncipe le habló de su vacío, de su soledad, y de su deseo de ser amado por lo que era, no por cómo lucía. Adachi, en silencio, sentía que comprendía cada palabra, cada susurro de dolor del príncipe. Nunca antes había sentido una conexión tan profunda con alguien, y se preguntaba si sería capaz de mostrarle su propio corazón. Porque, a pesar de su sabiduría, el mago temía abrirse y dejar entrar el amor que tanto había evitado.

A medida que el tiempo pasaba, Kurosawa comenzó a ver algo en Adachi que nunca había encontrado en nadie más: una mirada que lo veía más allá de su piel. El mago lo conocía por dentro, y no lo juzgaba. Por su parte, Adachi descubrió en el príncipe una vulnerabilidad que lo hacía aún más hermoso. Sin darse cuenta, ambos comenzaron a enamorarse, aunque ninguno de los dos se atrevía a admitirlo.

Una noche, mientras el fuego crepitaba en la chimenea y el silencio envolvía la cabaña, Kurosawa no pudo contenerse más. Se acercó a Adachi y, con la voz temblorosa, le dijo:

-Nunca había sentido esto antes. Es como si todo lo que he buscado estuviera aquí, contigo. Pero no sé si es correcto. Tú eres diferente, no me miras como los demás. Me ves.

Adachi, con los ojos brillando de emoción, respondió con suavidad:

-Te veo, Kurosawa. No por lo que los demás ven, sino por lo que eres realmente. Y, si soy sincero, también siento algo que nunca había sentido. Pero temo no saber cómo amar. Siempre he estado solo.

-Ninguno de los dos sabe -dijo el príncipe, sonriendo con tristeza-, pero tal vez podamos aprender juntos.

Esa noche, en la quietud del bosque, Kurosawa y Adachi se miraron como nunca habían mirado a nadie antes. Sus corazones, llenos de miedos e incertidumbres, comenzaron a sanar juntos. El príncipe que lo había tenido todo, pero que nunca había encontrado el amor verdadero, y el mago que había visto más allá de las apariencias, pero que nunca había amado, se encontraron el uno en el otro. No fue un amor de cuentos de hadas, sino un amor real, construido sobre la empatía, la comprensión y la paciencia.

Con el tiempo, el reino supo del romance entre el príncipe y el mago, y aunque al principio hubo murmullos, pronto todos entendieron que no había belleza más grande que la de dos almas que se veían de verdad. Y así, Kurosawa y Adachi, habiendo aprendido a amar juntos, vivieron el tipo de amor que siempre habían soñado, uno que ni la belleza ni el tiempo podrían destruir.

 Y así, Kurosawa y Adachi, habiendo aprendido a amar juntos, vivieron el tipo de amor que siempre habían soñado, uno que ni la belleza ni el tiempo podrían destruir

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