PRÓLOGO

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Harry Potter, el Niño Dorado de Gryffindor, estaba convencido de que, tras la caída del Señor Oscuro y todo el caos que siguió a su derrota, este año en Hogwarts sería monótono

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Harry Potter, el Niño Dorado de Gryffindor, estaba convencido de que, tras la caída del Señor Oscuro y todo el caos que siguió a su derrota, este año en Hogwarts sería monótono. ¿Qué podría salir mal? Cliché, sí, pero la vida de Harry parecía estar destinada a complicarse siempre, ya fuera por su propia causa o por circunstancias que lo arrastraban sin previo aviso o con un cartel gigante que diría: No pasar y aún así el Niño Dorado iría a salvar.

Y esta vez no sería una excepción. Aunque, para ser justos, quizás no todo fue culpa de Harry.

Una mañana común, después de un desayuno relativamente tranquilo —para los estándares del mundo mágico—, los estudiantes de Gryffindor y Slytherin se dirigieron a las mazmorras, donde las clases de Pociones se impartían desde su primer año. Las mazmorras siempre tenían ese aire pesado, casi sofocante, que acentuaba la presencia del profesor Snape, quien hizo su entrada silenciosa.

Cuando todos estuvieron en sus lugares, Snape empezó a hablar con su tono glacial.

—Hoy es una clase importante —dijo, sin rodeos—. Veremos una poción muy conocida, anhelada por muchos, pero también peligrosa: la Amortentia. La poción de amor más poderosa del mundo mágico, capaz de causar una obsesión insuperable hacia la persona que se mire primero tras beberla.

Un ligero murmullo recorrió la clase. Era imposible no sentir una mezcla de curiosidad y recelo ante la idea de manejar una poción tan poderosa.

—Como ya están en quinto año —continuó Snape—, se espera que sean capaces de prepararla correctamente. La poción tomará tres semanas en completarse. Tienen ese tiempo para entregarla.

El profesor prosiguió detallando los ingredientes y las instrucciones paso a paso. La clase, aunque un tanto nerviosa, seguía el ritmo, anticipando lo que podrían lograr al manipular algo tan tentador como el filtro de amor.

Todo parecía bajo control, hasta que Snape, en su usual estilo calculador, decidió tomar medidas preventivas. No confiaba en que todos fuesen capaces de hacer una poción tan peligrosa sin supervisión o sin que algo saliera mal. Y, por supuesto, no podía faltar su toque de malicia al anunciar:

—Trabajarán en parejas. A medida que los llame, muévanse de asiento si es necesario.

Lo que nadie anticipó fue que Snape, en un giro que casi parecía diseñado para molestar, uniría a estudiantes de Gryffindor y Slytherin, es decir, rojo con verde. Muchos miraron con disgusto a sus nuevos compañeros, pero una sola mirada de Snape fue suficiente para acallar cualquier queja.

La pareja que generó mayor desconcierto fue, por supuesto, la del Niño Dorado y el Príncipe de Slytherin. Así comenzó su tormento de tres semanas...

Las dos primeras semanas transcurrieron entre comentarios sarcásticos y miradas asesinas, con Harry haciendo todo lo posible por ignorar las provocaciones de Malfoy. A pesar de todo, habían logrado avanzar considerablemente en la poción, aunque el ambiente entre ellos era tenso y cortante.

Harry, que solía ser bastante competente en Pociones bajo la supervisión de Snape, se encontraba cada vez más frustrado por la actitud constante de Malfoy. El rubio parecía tener una queja para cada pequeño detalle, desde el modo en que Harry cortaba las raíces de Angelica hasta la temperatura que debía mantener el caldero. Cada día de esas semanas se había convertido en una serie de pullas venenosas que resonaban en la mazmorra, aunque Snape no parecía prestarles mucha atención, tal vez disfrutando en secreto del sufrimiento del Niño Dorado.

Malfoy no dejaba de ser el mismo que siempre había sido con Harry: condescendiente, arrogante y claramente molesto por verse emparejado con él. Aunque ninguno de los dos lo admitiría, había ciertos momentos en los que, por un breve instante, parecían compenetrarse en su trabajo. Una pequeña sincronización de movimientos, un entendimiento mutuo silencioso mientras removían el contenido del caldero en el sentido adecuado. Pero esos momentos eran fugaces, siempre seguidos por algún comentario hiriente de Malfoy que volvía a encender la chispa de la hostilidad.

—No puedes ser tan patético, Potter —comentaba Malfoy un día, después de ver a Harry medir mal una cucharada de polvo de unicornio—. ¿Cómo sobreviviste al Señor Oscuro?

Harry apretaba los dientes, mordiéndose la lengua para no responder con algo peor. Cada vez que sus ojos encontraban los de Malfoy, una mezcla de odio y exasperación le invadía, pero estaba decidido a no darle el gusto de caer en sus provocaciones. Al fin y al cabo, ¿qué era un Malfoy comparado con un Voldemort?

Sin embargo, lo que más le molestaba a Harry no eran los constantes comentarios despectivos de su compañero, sino la sensación de que algo raro flotaba en el aire entre ellos. Cada vez que se acercaban al caldero, podía percibir un leve rastro del olor embriagador de la Amortentia. Aunque aún no estaba completamente preparada, la poción empezaba a liberar los aromas característicos que, según había explicado Snape, olían diferente para cada persona. Era un aroma tan familiar para Harry, que lo inquietaba no poder identificarlo completamente. ¿Qué era exactamente lo que él deseaba?

Al entrar en la tercera y última semana de preparación, la tensión entre ellos parecía haber alcanzado un punto álgido, aunque ninguno estaba dispuesto a reconocer que, a pesar de todo, la poción avanzaba impecablemente. Ambos eran demasiado orgullosos para admitir que, a su manera, hacían un buen equipo. Pero mientras cada uno mantenía sus muros en alto, algo invisible comenzaba a formarse entre ellos, alimentado por los vapores y el inevitable poder de la poción más peligrosa de todas. Pero es que no todo esta destinado a salir bien para este par...

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