Aquel día, cuando tomé aquella arbitraria decisión, me adentré en las profundidades de mi conciencia y vislumbré aquella luz, brillante y tintineante. Qué hermosa, qué bella luz. Admiré desde lejos, hasta que decidí acercarme. Sin embargo, lo que vi fue de lo más triste: un alma solitaria, llorando y sollozando. Sus gritos no cesaban, mas el dolor que reflejaba aún no se borra de mi mente. Uno, dos, tres... y nada. No podía hacer que se detuviera. ¡Ya! ¡Basta! ¡Detente! ¡No sirve de nada que llores!
Sentí un nudo en la garganta, y aunque esa alma sin mirada, no me intimidaba, una parte de mí sentía su problema como propio. Quizás es empatía o quizás no sé. No quiero responder: creo que dar una respuesta sin analizar todas los posibles razones me estaría limitando y sería muy subjetivo. Verdad sin objetividad, fue su pecado haber nacido.
¡¿Por qué no te mueres y acabas con tu sufrimiento?! ¡¿Por qué me llamas desde tus adentros?!
...
(aaaaa...)
Y conforme más palabras articulaba, aquella burbuja que envolvía esa triste alma se hacía más y más grande. Pensé que ya era suficiente y que debía detenerme y salir. Sin embargo, yo también me puse a llorar. Lloré y lloré. Y al poco tiempo, me di cuenta de que esa triste alma que lloraba y lloraba, todo el tiempo era yo.
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El alma que "llora... y llora"
Historia CortaEn los adentros de mi conciencia hay un alma solitaria. Aquella brillante luz a la lejanía, solo es una triste alma cubierta por el manto de sus lágrimas. Por otro lado, yo, en mi aparente bienestar, solo la acompaño y lloro junto a ella.