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En cuanto veo la enorme villa italiana al final del camino de tierra que estamos recorriendo, siento que empiezan a sudarme las manos

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En cuanto veo la enorme villa italiana al final del camino de tierra que estamos recorriendo, siento que empiezan a sudarme las manos.

Decir que estoy nerviosa sería quedarse corto; estoy aterrada. Ace lleva tratando de calmarme desde que nos marchamos de París, asegurándome que todo estará bien, pero la efímera calma que él me infundía se volatilizaba en cuanto volvía a pensar en todo lo que implicaba lo que iba a ocurrir hoy.

—Vamos a parar un momento —dice Ace a mi lado, sacándome de mi trance nervioso al mirarme, sin soltar mi sudorosa mano—. Conejita, relájate. Le vas a encantar; de hecho, ya te adora. Podrías comerte un bebé en sus narices y seguiría teniendo una buena opinión de ti.

—Eso es porque no me conoce y seguro que solo le has contado versiones azucaradas de todo lo que me concierne. ¿Le has dicho todo lo que pasó el año pasado? ¿Absolutamente todo?

—Le aviso cada vez que me tiro un pedo, ¿cómo no voy a contarle todo lo que pasó el peor año de mi vida? Además, fui yo el que hizo las cosas mal, no tú. ¿Qué es lo que te preocupa del año pasado?

—Bueno, a ver, no sé si le parecerá lo más maravilloso por mi parte el hecho de que Liam y yo... En fin —balbuceo, negándome a mirarle a los ojos cuando recuerdo mi breve pero intenso idilio con su hermano—. Seguro que se piensa que soy una fulana del tres al cuarto.

El ceño de Ace se frunce al instante en cuanto me escucha y casi me da medo ver la oscuridad con la que me mira. Sé perfectamente por qué reacciona así porque ya hemos tenido conversaciones como esta decenas de veces, pero sigo pensando lo que he dicho a pesar de no haber hecho nada malo ni por lo que arrepentirme.

—Alexa, no voy a permitir que nadie te llame fulana, y menos tú misma. Por poco que me gustara todo lo que pasó con él, absolutamente nada de ese desagrado proviene de creer que seas una guarra o como prefieras llamarlo —explica antes de sostener mi cabeza entre sus manos para que le mire a sus preciosos iris azules, acariciando mis mejillas con los pulgares—. Mira, yo te dejé y me largué como un gilipollas, esa es la verdad. Tú estabas soltera y además no terminamos bien que se diga, así que no le debías nada a nadie. Podías estar con quien quisieras, cómo quisieras y cuando quisieras y quien piense que eso es de fulana, como tú dices, que se vaya directo a la mierda. A mi no me irrita que estuvieras con otros, ni siquiera me hubiera irritado que estuvieras con mi hermano si me llevase bien con él. Lo que me irrita realmente es que es un gilipollas y no me gusta ver a la mujer a la que amo con gilipollas. Eso sí, hay algo que siempre tendré que agradecerle pase lo que pase y por mucho que me pese: él te ayudó a recomponerte cuando yo te rompí y esa es una deuda que tendré con él durante el resto de mi vida.

Epifanía {Trilogía Inefable #3}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora