La calle puede ser el lugar perfecto para una travesura
Llevaba casi dos años chingue y chingue que quería viajar a Sorrento, Italia, pero por una u otra cosa mi esposo y yo no lo habíamos podido conseguir. Yo tengo veinticinco años y Kev tiene veintiocho, no tenemos hijos, y no porque realmente no queramos, sino porque queremos disfrutar un poco más de la vida antes de concebir. Después de unos meses ahorrando y deslindándonos de caprichos innecesarios, por fin pudimos juntar el dinero y viajar.
Estaba inmensamente feliz, habíamos alquilado un auto y ahora nos dirigíamos a una playa especial en donde se pudiera hacer topless sin incomodar a otros. Y es que desde hace un tiempo había pensado intentarlo. Mis senos son hermosos, grandes, redondos, de pezón rosita y mi piel es blanca. Kev había estado de acuerdo, y me comentó lo mucho que le excitaría ver cómo las personas, y en especial los hombres, se quedarían mirándome.
Aquel día viajábamos por una carretera desolada, yo llevaba puesto un delgado vestidito floreado, no llevaba sostén y solo me había puesto una minúscula tanga roja de hilo. Llevaba el cabello suelto y me hallaba mirando por la ventanilla abierta cuando escuché que Kev se reía bajito.
—¿Qué pasa? —me sonreí con él.
—Estoy a punto de hacerte una travesura, amor.
Me quedé sin habla, solo viendo cómo hurgaba en su pantalón y extraía una delgada pluma color rojo y blanco.
—¿De dónde sacaste eso?
—La recogí del suelo cuando las cotorras bajaron a comer semillas en el hotel.
Los colores eran maravillosos, pero de pronto, agarró esa misma pluma y me hizo cosquillas con ella en la nariz. Aquello me hizo estornudar con tanta fuerza que me descoloqué un par de segundos.
—¿Qué carajos te pasa, tío? ¿Te has vuelto loco?
Kev siguió sonriendo, esta vez con las dos manos puestas en el volante y su mirada en la carretera.
—Conozco muy bien tu cuerpo, Sarah, y sé cómo reacciona ante los estímulos.
—Insisto con lo mismo; ¿te has vuelto loco?
Pero entonces comprendí a lo que se refería. Con la fuerza del estornudo, mis pezones se habían endurecido tanto que quedaban totalmente visibles sobre la delgada tela del vestido. El simple hecho de rosarlos, me provocaba una sacudida deliciosa que me comenzó a mojar el coño.
Kev volvió a reírse y de inmediato dio el volantazo para salir de la carretera e internarnos en una agrupación de árboles y arbustos. Una vez bien escondidos para que nadie que pasara sobre la carretera pudiera vernos, Kev se quitó el cinturón de seguridad y después me quitó el mío.
Comenzó a tocarme por encima de la tela, primero mis piernas, mis muslos, la cintura y finalmente los senos. Cuando pasó sus dedos sobre la dureza de mi pezón no pude reprimir un quejido de placer y él me volvió a sonreír.
Continuó desatándome el nudo de los tirantes que sostenían las copas del vestido, y cuando por fin pudo quitarlo, me bajó la prenda y mis enormes senos quedaron expuestos. Sentí el aire cálido y húmedo sobre mi piel y sentí una palpitación más sobre mi coñito que ya estaba húmedo.
Kev se quitó la playera azul que llevaba puesta, pero sobre su bermuda pude ver perfectamente el enorme bulto que seguramente estaba tan caliente como yo.
No dijo nada, salió del auto y lo rodeó por el frente hasta abrir mi puertezuela. Me hizo bajar, y una vez fuera, me quitó el vestido y mis nalgas con el hilito de la tanga metidas entre ellas quedaron totalmente expuestas.