—Tres, punto... Catorce, quince, noventa y dos, sesenta y cinco, treinta y cinco...
Las gotas de agua caían de mi frente hasta la mandíbula, desplomándose con gran velocidad por el contorno de mi cara. Mi rostro no era algo lindo de ver en aquel espejo: los vellos de mis cejas iban hacia abajo, mis labios morados más partidos que el cemento del techo; no era una modelo, pero quería suponer que mi nariz casi recta y mi cuerpo delgado —que se ocultaba debajo de todos esos trapos sueltos— levantaban algo a mi favor. Tal vez mis dientes lo serían de igual manera si tuviese una higiene constante, pero como no la poseo, solo unos amarillos colmillos se lograrían percibir al sonreír de aquella manera particular.
—Ochenta y nueve, setenta y nueve, treinta y dos, treinta y ocho...
Otro charco de agua con jabón empapaba las comisuras de mis labios, y esta vez, salpica al lavabo roto y oxidado en mi alrededor. No recordaba lo tan desagradable que era retirar los jugos gástricos secos de mi rostro.
En estos días había regresado el vértigo que ya no tenía desde quinto de primaria, y sin querer, el vómito había hecho de las suyas: perjudicando a mis tenis nuevos. Aunque en aquel tiempo los dejaría secar para poder seguir usándolos por unas dos semanitas más, era indispensable aparentar los zapatos limpios para esta gran ocasión. Con el jabón sobrante de mi rostro, lo esparcí por los acostados de las palas y punteras llenas de tierra de mis calzados para tallarlos y secarlos finalmente con trozos de rollos.
—Cuarenta y seis, veintiséis... cuarenta y tres, treinta y ocho... —dije con más pausas mientras comenzaba a jadear.
Me estaba dando un ataque de pánico. Esto hace mucho que no me pasaba, no desde que era pequeña, una sufrible niña. Recuerdos de una infancia que para muchos se alegrarían de su pasado, para mí era completamente atroz e inhumano.
Aunque no me acuerdo de como ocurrieron sucesos, los sentimientos seguían asechándome hasta en la realidad.
Cuando uno piensa en su niñez, la mayoría lo vincula con sus acontecimientos felices: viajes familiares, travesuras, pijamadas con primos, salidas con amigos, el primer amor. Para mí, no era nada semejante a esas radiantes memorias. Cuando pienso en el recuerdo más lejano del presente, solo se me viene en la mente mi versión pequeña de mí enumerando aquella constante matemática, mientras que unas manos gruesas sujetadas a las mías me acariciaban lentamente; las manos de mi madre, o eso quiero creer.
Sufría de manera rutinaria episodios de demencia precoz. Cuando se me palpita el corazón con fuerza y el lugar se desvanece, se me viene a la mente ese recuerdo borroso. Por fortuna, o por desgracia, la constante de Pi es lo único que me ayudaba en no perder la cordura por completo. Muchos dicen que es por la persistencia en que fui aprendida por aquel número de más de cincuenta decimales que, de alguna forma, es el único hilo que sujeta a todos mis recuerdos fundamentales y de lo que me mantiene mi ser con integridad.
La constante de Pi se ha convertido en algo más allá que un dato matemático. Es parte de mi vida ahora.
—Cuarenta y seis..., veintiséis y cuarenta y tres—logré decirlo con más fluidez, alegrándome a que el hilo delgado volviera a algo más firme y fuerte, no fue algo intenso. Parecerá algo preocupante y alarmante este hecho, pero ya estoy acostumbrada. De hecho esto tiene un nombre, y lo llamo a ⟪casi-episodio⟫. Cuando parece que me iré a un viaje astral, pero puedo mantenerme mis pies en el piso firme al final. Puedo suponer que este lugar me trajo algunos recuerdos sombríos y por ello ahora mis manos se comenzaban a retorcer cuando me estaba quitando el jabón.
Un año había pasado desde que pisé este edificio, y cinco desde la última vez que vi a mi familia postiza: los De León. Conformados por tres integrantes, fueron felices antes de que perteneciera a su círculo familiar. Sin embargo, después de aquel día, los De León me adoptaron de manera oficial cuando cumplí los seis de edad y me criaron los siguientes catorce años de mi vida. Aunque agradezco enormemente que me dieran un cálido hogar, no era el destino quedarme más ahí, menos después de que ocurriera aquel maldito día.
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La Constante de Piterson. El Regreso del Inicio
Teen FictionCon 20 años de experiencia en la informática, una joven Aily de 25 años regresa a su ciudad natal a México. Después de enterarse la posible causa del hundimiento de la empresa de su padre, esta lista para ingresarse por una vez más en el sistema y d...