Día 4: Sol y Estrella: Hijos del Sol e Hijos de la Luna

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Bien sabido es que la gente soleada va por la vida con instinto. Que derrochan sonrisas, expresión, emoción. Que perciben ambientes, emociones y sentimientos, con una precisión empática y mágica. Que fluyen como la energía, como la electricidad, como los rayos atraviesan nubes y mal clima.

Así son los descendientes del Sol. Así es Martín Hernández.

No es raro que la gente soleada se dedique al deporte. Se duermen temprano, se levantan a las primeras luces, aunque revoltosos son bien disciplinados. Siguen las leyes a pesar del caos y el desorden, porque si alguien proclama las reglas, por el bien mayor deben de ser.

Sí, Martín es talentoso y brillante, un ejemplo típico de un Hijo del Sol. Un estereotipo, más común que el agua, que el aire. Excepto por un detalle, un pequeño detalle que lo volvía extraño, único, defectuoso: estaba enamorado de un Hijo de la Luna.

Bien sabido es que la gente lunar va por la vida con sabiduría. Que no derrochan expresiones, palabras ni miramientos. Que saben de mentiras, de intenciones, de conspiraciones, con una precisión sensata y mágica. Que se mueven en la comodidad de la noche, en el confort de los silencios, en la quietud del entendimiento.

Así son los descendientes de la Luna. Así es Manuel Gonzalez.

O, bueno, más o menos. Manuel era un mestizo, una joya peculiar producto de un matrimonio tan corto como apasionado entre un Hijo del Sol y una Hija de la Luna. Los retoños de una mezcolanza así no estaban destinados a la grandeza, ya que en vez de recibir características de ambos, suelen no heredar nada en lo absoluto. Él tenía la fortuna de aparentar ser una persona lunar en casi toda su totalidad, pero al menos Martín sabía que le faltaba lo más importante: aquella intuición del saber.

Manuel existía sin saberes extras. Sin ver a través de los engaños ni las manipulaciones, sin alcanzar nunca una seguridad plena ni una confianza certera acerca de un otro y sus intenciones. Y Martín lo agradecía profundamente, porque cualquier otra persona del mundo, Hijo de quien fuera, ya se habría dado cuenta lo enamorado que estaba de él.

A Manuel no le parece inusual la amistad mixta, por más codependiente, peleadora y disfuncional que fuera. Son vecinos, vecinos desde que tienen edad para recordar: Manuel le sacó un diente de leche de una trompada cuando se pelearon por una pelota, Martín lo dejó encerrado en el baño durante horas hasta que sus padres volvieran, los dos se golpearon tanto (rarísimo rarísimo para un descendiente del Sol) y se besaron tanto (rarísimo rarísimo para dos personas tan diferentes) y se reconciliaron tanto (rarísimo rarísimo para un descendiente de la Luna), tanto tantas veces, tanto todo, tanto todo tantas veces, que ya ninguno cuestionaba bien lo que ocurría en el medio.

Martín se enfocaba en el fútbol, regalaba palabras cálidas a sus fans y llegaba cansado a dormir al departamento, ese que le dejaron sus viejos cuando se fueron a Europa hace unos poquitos años, ese donde también vivía Manuel, que declaró que se iba a independizar de sus padres, pero se fue al lado, seguía yendo casi a diario para ahorrarse los almuerzos y usar el lavarropas que se les rompió hace un año y dos meses, y todavía no se molestaban en arreglar (no se ponían de acuerdo) (era responsabilidad de Martín porque era su casa) (fue culpa de Manuel pero no va a admitirlo jamás) (Martín tiene la sensación de que miente) (a Martín no le gusta desconfiar) (Manuel se siente culpable pero no da el brazo a torcer) (Manuel está ahorrando plata para comprar otro pero por la chucha que son caros).

Cada vez que Martín regresa a su casa, Manuel está en su oficina: en el sillón del comedor, con una camisa planchada y prolija arriba, con pantalones deportivos debajo y medias de completo. Generalmente ya terminó con su homeoffice y está mirando alguna serie, animé o película.

Los días nublados, Martín tiene ganas de pelear. Es decir, los Hijos del Sol no son para nada violentos, pero desbordan con facilidad. Entonces llega y se queja. Se queja del transporte público, se queja del calor, se queja del frío, se queja de las prácticas, se queja de algo (seguro irrelevante) que dijo o hizo alguien, se queja del lavarropas, se queja de la pinta de Manuel, se queja de que le aprietan los botines, se quejan de que hay migas en la mesa, se queja de que se acabó el pan, se queja hasta que Manuel no lo soporta y consigue, en cierta forma, lo que quiere: estuve trabajando, qué me webiai, vete pa' tu pieza nomás, sabís qué, me voy yo para lo de mis viejos, no te comai mi queso, que habrai hecho con el control remoto desaparecido hace tres meses, no cambiai más, eris un cabro chico, llorón, chao.

En cambio, los días soleados, Martín es radiante, es dulzura, es lamparita y posee luz propia. Se quita el calzado y se acurruca junto a Manuel. Le pregunta qué está mirando, le pregunta qué quiere de cenar, le pregunta cómo estuvo su día. El Hijo de la Luna cierra los ojos por un breve instante y disfruta del punto de conexión, se recarga como si el otro fuera una pila, como si a través de sus cuerpos le inyectara cafeína directo a las venas. Sabe que lo que siente es real, desde sus sentimientos hasta la vivacidad que mana del otro y lo llena como un descanso deseado, como unas vacaciones soñadas, como un amor que Martín le da y por un momento no tiene ninguna duda al respecto.

Manuel se siente cómodo, más vivo que nunca, por poco insomne y enloquecido. Se frustra porque le encantaría tener las habilidades plenas de un descendiente de la Luna, así podría saber con exactitud las intenciones de Martín, todo aquello que se guarda por más malo que sea mintiendo, todo aquello que lo confunde y que le gustaría resolver, todo aquello que siente y le da miedo, mucho miedo que el otro perciba.

Pero también piensa que si fuera normal, si no hubiera nacido meztizo, se perdería de la mejor parte: Martín cálido y relajante como tomar solcito en una plaza, como cobija en invierno, como tecito para el alma, susurrando sobre su hombro. Le dice que es una estrella. Sos una estrella, ¿No? Un Hijo del Sol que pertenece a la noche, que brilla como la Luna aunque no tengan relación, aunque compartan espacio, aunque pertenezcan a pesar de ser tan distintos.

Y a Manuel le gustaba ser estrella.

Porque cada vez que se bajoneaba o tenía un día duro, pensaba que era descendiente de las Estrellas, aunque eso no existiera. Que Martín lo hacía posible de alguna manera. Y espiaba por la ventana durante el break, esperando que el día fuera soleado, para tener una tregua hermosa entre tanta confusión.

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Este es un AU que inventé yo para un long-fic que escribí y nunca publiqué (fandom de Haikyuu en ese entonces). Como los demás AUs que escribí, está permitido que lo usen, reversionen con otras parejas o armen sus propias historias en base a esta o el AU. En caso de utilizarlo, pido créditos, y ojalá me etiqueten porque me gustaría ver/leer.

Lo mismo si quieren más info acerca de este AU, pueden preguntar sin dramas, está bastante extendido en páginas perdidas y mi cerebro :) 

Dedicadísimo a mi querida esposa, mi sol personal.

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⏰ Última actualización: Sep 28 ⏰

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