Episodio I

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Valeria cierra la puerta de su apartamento con un portazo sordo, arrojando su bolso sobre el sofá. El eco de su risa resuena en la oscuridad vacía, desvaneciéndose rápidamente mientras camina hacia la pequeña mesa de madera en el rincón del salón. Sobre ella, un cuaderno de tapas negras parece esperarla como un cómplice silencioso, el guardián de sus secretos.

Se desploma en la silla, exhalando con fuerza. Ha sido otro día largo, uno más en la interminable sucesión de jornadas grises y agotadoras en la oficina. Con un gesto casi automático, abre el cuaderno por una página en blanco y toma el bolígrafo, dejando que su mente repase lo sucedido, buscando las palabras para dar forma a lo que aún resuena en su interior como un grito ahogado.

3 de febrero

"Hoy ha sido otro de esos días en los que todo parece sumirse en un caos controlado. A veces pienso que la oficina es como un circo de bestias salvajes, cada una luchando por su porción de carne. Y yo... yo me siento como la domadora que se ha quedado sin látigo. Todos creen que soy fuerte, que puedo manejarlo todo. Pero si supieran..."

Valeria deja de escribir un momento, observando la habitación a su alrededor. La penumbra apenas deja ver las líneas de los muebles. Todo en su vida parece oscilar entre el orden meticuloso y el descontrol absoluto. Suspira y retoma el relato.

"Hoy, como de costumbre, mi querida jefa, Patricia, ha decidido que sería divertido aplastar un poco más mi dignidad. Esa mujer tiene un don especial para encontrar el punto débil de todos y apretar con la fuerza justa para hacer daño sin matarte. Sus comentarios sobre mi informe frente a todo el equipo fueron, como siempre, mordaces. "¿Es esto lo mejor que puedes hacer, Valeria?", me dijo con esa sonrisita de falsa amabilidad. Pero, claro, todos fingieron no escuchar, todos se miraron las manos o sus teléfonos, cualquier cosa para no tener que reconocer que, por dentro, estaban disfrutando del espectáculo."

*Y luego está él. Andrés. ¿Cómo describirlo? A veces creo que el universo tiene un retorcido sentido del humor por ponerlo en mi camino. Es el típico chico de la oficina que todas miran de reojo, el que nunca pierde la compostura, el que siempre tiene la palabra justa y la sonrisa perfecta. Pero debajo de ese disfraz de caballero moderno hay algo más, algo oscuro que sólo se revela en ciertos momentos.*

*Hoy, después de la reunión, se acercó a mi escritorio con una de esas sonrisas que me hacen hervir la sangre. "No te preocupes por lo de Patricia", dijo, como si realmente le importara. "Ya sabes cómo es ella". Quise contestarle que no necesitaba su compasión, que podía manejarme sola, pero su mano se apoyó en mi hombro antes de que pudiera decir nada. Un toque sutil, casi imperceptible, pero que dejó una marca ardiente en mi piel.*

Valeria detiene de nuevo su escritura, como si las palabras fueran un veneno que debe administrarse en pequeñas dosis. Cierra los ojos y recuerda la escena con nitidez. La manera en que Andrés se inclinó hacia ella, sus labios peligrosamente cerca de su oído. "Si necesitas desahogarte... ya sabes dónde encontrarme", había susurrado. El peso de esas palabras aún late en su pecho como un tambor.

Vuelve a la página, sus dedos firmemente agarrados al bolígrafo.

—Lo que él no sabe, o quizá lo sabe demasiado bien, es que esa puerta ya se abrió hace tiempo. No puedo evitarlo, es como un imán que me atrae hacia el borde del abismo. No es que esté enamorada, no... es otra cosa. Algo que no sé explicar, una especie de adicción a lo prohibido, a la sensación de que en cualquier momento algo puede estallar.

Valeria deja el bolígrafo sobre la mesa, su mirada fija en la página que ha escrito. Sabe que ese diario es su única forma de liberar todo lo que lleva dentro, el único lugar donde puede ser completamente sincera. Fuera de esas páginas, debe mantener el control, la fachada de la profesional competente y la mujer segura de sí misma.

Se pone en pie y se dirige a la cocina. Abre el frigorífico y saca una botella de vino. "Una copa y a dormir", se dice a sí misma, sabiendo que probablemente esa promesa se romperá en cuanto el primer sorbo toque sus labios. El sabor del vino es como un bálsamo amargo que la envuelve, relajando sus músculos tensos por la tensión acumulada.

Mira la ventana. Las luces de la ciudad brillan como estrellas artificiales en la oscuridad. Todo parece tan pequeño y distante desde allí. A veces se pregunta cómo llegó a este punto, cómo se convirtió en una espectadora de su propia vida, observando cómo se desarrolla una historia en la que parece tener poco control.

*Quizá todo empezó hace dos años, cuando entré a trabajar en la empresa. Pensé que había encontrado el trabajo de mis sueños. Al principio, todo era perfecto: un buen salario, compañeros simpáticos, oportunidades de crecimiento. Pero, como siempre, las apariencias engañan. Pronto me di cuenta de que este lugar es como una jaula de cristal, brillante por fuera, pero con los barrotes tan fuertes como el acero.*

Valeria siente un escalofrío recorrer su columna vertebral. No todo ha sido malo, claro. En esos dos años ha conocido a personas maravillosas, ha creado lazos que nunca pensó que formaría en un entorno tan hostil. Pero también ha descubierto las partes más oscuras de su personalidad, impulsos que la llevan a cruzar límites que ni siquiera sabía que existían.

La copa de vino se vacía más rápido de lo que esperaba. Se sirve otra y vuelve a sentarse frente al cuaderno. La verdad es que no le gusta revivir estos momentos, pero siente que si no lo hace, si no lo escribe, todo lo que lleva dentro acabará por consumirla.

*No puedo sacarme a Andrés de la cabeza. No después de lo que pasó hace dos meses en la fiesta de Navidad. Fue algo inesperado, un accidente, podría decir. Pero... ¿de verdad fue un accidente? No estoy segura. Recuerdo que me encontraba sola en la terraza, escapando del bullicio y las risas forzadas. Entonces apareció él, con una copa en la mano y esa mirada penetrante que siempre parece estar desnudándome el alma.*

*Las palabras fluyeron fáciles, como si estuviéramos hablando en un idioma que sólo nosotros comprendíamos. Y luego, sin previo aviso, se acercó más de la cuenta. Podría haberme alejado, podría haberle dicho que no. Pero no lo hice. En lugar de eso, dejé que sus labios rozaran los míos, que sus manos encontraran su camino bajo mi vestido. Fue un instante, un destello de deseo que se consumió rápidamente en el fuego del arrepentimiento.*

*Desde entonces, evitamos hablar de lo que pasó. No lo mencionamos, como si el silencio pudiera borrar lo que sucedió. Pero sé que ambos lo recordamos. Y sé que, en el fondo, ambos queremos volver a cruzar esa línea.*

El sonido del timbre interrumpe sus pensamientos. Valeria se sobresalta, su corazón latiendo con fuerza. ¿Quién podría ser a estas horas? Se levanta con cautela y se acerca a la puerta. Mira por la mirilla y su corazón se acelera aún más.

Es Andrés.

Valeria siente una mezcla de emociones contradictorias. Parte de ella quiere abrir la puerta, dejarlo entrar, entregarse a lo que sea que esté por suceder. Pero otra parte sabe que si lo hace, no habrá vuelta atrás.

Duda un momento antes de girar el pomo. Cuando la puerta se abre, se encuentra cara a cara con él. Andrés la mira con esos ojos oscuros que parecen ver más allá de la superficie. No dice nada, simplemente se queda allí, esperando.

—¿Qué haces aquí? —logra preguntar Valeria, su voz apenas un susurro.

—No podía dormir —responde él, dando un paso hacia adelante. La cercanía de su cuerpo la hace temblar. Todo su ser parece gritar que se aleje, pero sus pies permanecen clavados en el suelo.

—Andrés, esto no está bien...

—Lo sé —susurra él, inclinándose lentamente hacia ella. Sus labios rozan su mejilla, y Valeria cierra los ojos, sintiendo cómo se disuelve la última barrera que la separa del abismo.

Antes de darse cuenta, sus labios están unidos en un beso que arde con la intensidad de meses de deseo reprimido. Es un beso desesperado, hambriento, que parece querer devorar todo lo que son y lo que podrían ser. Valeria siente que se ahoga en él, en la mezcla de placer y culpa que la consume.

Finalmente, se separan, jadeantes. La mirada de Andrés es una tormenta de emociones contenidas

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⏰ Última actualización: Oct 16 ⏰

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