—¡Ey, adivinen qué! —cantó Carlos dejando caer una enorme caja de cartón sobre el piso de la sala común de los dormitorios cuando Jay, Evie y Mal estaban ahí. Mal siguió sentada en el sillón y solo levantó la mirada de su teléfono un segundo antes de volver a él. Evie hizo de lado su esmalte de uñas y le prestó atención a Carlos. Jay se quitó los audífonos y lo volteó a ver no muy interesado.
—¿Basura de la isla? —preguntó Evie.
—Mi basura de la isla —respondió él —. Un duende me llamó y me dijo que mi mamá me mandó esta caja con todas las cosas que no logró vender en la Isla de los Perdidos y para deshacerse de ellas me las envió —el peliblanco sonrió y comenzó a ver lo que había en la caja. Un par de camisas viejas que más que ropa sucia parecían trapos recortados para hacer un trapeador, unas botas y un zapato rasgados de la suela y destrozados por Belcebú, su gato mascota, también encontró un reloj de muñeca sucio con las manecillas que ya no podían decir la hora, algunas envolturas de frituras vacías, polvo, cables y tornillos de sus inventos nunca terminados —, sip, es mi basura de la isla —se desilusionó de tener tan pocas cosas suyas en casa. Le dio las camisas a Chico para que durmiera más cómodo en su perrera y tiró a la basura lo demás, solo conservando el reloj.
—Ese parece ser un reloj bastante fino —murmuró Jay tomándolo prestado —. Esto es plata real ¿cómo Cruella no se dió cuenta? En la isla valdría mucho.
—Tal vez no se dio cuenta de que estaba en la caja —dijo Mal levantándose del sillón y tomó el reloj también —¿Desde cuando esto es tuyo? Nunca pude robarte algo tan bueno.
—Oh, sí, creo que lo encontré fuera del viejo cementerio, en la colina de los muertos —respondió el pequeño con la mano sobre la nuca —. Sí, nunca lo llevé conmigo porque tú o Jay me lo hubieran robado.
—Cierto —dijeron los dos mencionados al mismo tiempo. Evie les arrebató el reloj de las manos y se lo entregó a Carlos.
—Aún pueden hacerlo —le recordó y Carlos estaba de acuerdo en eso pese a la cara de indignación que los dos ladrones mostraron.
—Din Don sabe arreglar relojes antiguos ¿no? —preguntó el peliblanco a Mal, ella asintió —. Iré con él, tal vez pueda venderlo aquí a buen precio si lo pongo en buenas condiciones.
—¿Quién quiere un reloj de manecillas cuando hay celulares? —preguntó como una burla Mal.
—Los coleccionistas de antigüedades —dijo él seguro. Las luces de las lámparas en la pared parpadearon un segundo aunque ninguno le dio importancia —. Los veo después, iré a pasear a Chico y tirar esta porquería —Carlos levantó de nuevo la caja y con un silbido llamó a Chico, el cual lo acompañó dando saltos y vueltas.
El reloj del salón marcó la cinco de la tarde y Mal con Evie se marcharon de la sala, Jay se fue a su habitación para jugar videojuegos. Carlos había llegado al palacio de la bestia con una extraña sensación de ser vigilado, pero siempre que se daba la vuelta no veía nada, pensó que solo era su paranoia a que alguien pudiera robarle un reloj tan valioso pese a estar en el reino de la felicidad. Tocó el timbre y Din Don abrió la puerta con una mueca de desagrado en su rostro.
—Bonjour, Monsieur ¿En qué puedo ayudarlo?
—Ah, Din Don, hola —Carlos no sabía si el tema de los relojes era delicado para él por haberse quedado transformado en uno durante diez años, aún así, Carlos sacó de su bolsillo el reloj de plata —. Me preguntaba si podías ayudarme con esto.
Din Don tomó el reloj y lo examinó a simple vista. Luego miró de vuelta a Carlos y suspiró.
—Es un buen reloj, puedo repararlo, pero puede que me lleve un par de días.