Cuando Carlos mira a su muñeca, los números de su reloj digital marcan las 6:51. Sus ojos color avellana miran al otro lado de la calle con cierta ansiedad; el número de estudiantes en la acera ha disminuido considerablemente, y sólo dos o tres personas siguen charlando afuera de la escuela.
Resopla mientras se imagina las puertas de reja cerrándose sin piedad y a él quedándose afuera. Sería su fin.
«Si no llega en dos minutos me meto yo».
Piensa después de echarle otro vistazo nervioso a su Casio. Los árboles sacuden sus hojas ante el fresco tacto del viento matutino, y sus ramas crepitan y danzan sobre la cabeza castaña de Carlos; una hoja se desprende de la copa y se desliza grácil por el aire hasta caer sobre su hombro izquierdo. La sacude de inmediato.
El suspiro que estaba por dar queda atascado cuando ve el Spirit RT rojo detenerse frente a la escuela por un par de segundos.
Dentro de él, un chico pelinegro de rostro pecoso se despide de su madre.
—Bueno, hoy tengo trabajo entonces voy a llegar tarde — Explica la mujer mientras retoca un poco su peinado. Su hijo, Marco, asiente con la mirada fija en algún punto más allá del automóvil mientras busca a su mejor amigo. — ¿Sí vas a ir con Hania al rato?
—Sí — Responde, ahora jugueteando con el cierre de su mochila.
—Bueno, entonces te recojo allá en la noche. Por favor, por lo que más quieras, Marco, si te vas antes llámame.
—Sí, má...
Sylvia deja salir aire por la nariz al hacer una mueca de resignación.
—Ándale, ya, córrele — Besa la mejilla de su hijo fugazmente, y el rojo de su labial queda impreso ahí. — Que te vaya bien, mi amor, te quiero.
—Yo también, bye — Baja del auto y enseguida se cuelga la mochila en un hombro, cierra la puerta roja y se aleja un par de pasos del vehículo. Corresponde la despedida de mano de su madre con la propia, y un segundo después, Sylvia pisa el pedal y se aleja del lugar hasta que el auto se convierte en un puntito a la distancia.
Sólo entonces limpia la marca del beso con el dorso de su mano, y aún así le queda un manchón rojo en el cachete.
Los ojos oscuros de Marco chocan con la mirada molesta de Carlos mientras este comienza a caminar en su dirección.
Ninguno de los dos se fija antes de que Carlos cruce la calle, así que ambos se asustan cuando un coche se detiene y pita a tan solo centímetros de golpearle.
El chico se echa para atrás de un respingo, apenas esquivando la parte frontal del carro, y al segundo el conductor dentro del Corolla gris grita:
—¡Fíjate, pendejo!
El hombre bigotudo y calvo que conducía no da lugar a ninguna clase de réplica, sólo vuelve a acelerar mientras niega con la cabeza, seguramente maldiciendo a toda su generación.
Carlos alcanza a mostrarle el dedo medio antes de que se pierda de vista.
—No mames, Carlos — Regaña el más alto, deteniéndose sobre sus pasos justo cuando están por dirigirse a las puertas de la escuela.
—¿Qué? ¿yo qué? el pinche viejo ese ni siquiera debería ir rápido. Es zona escolar.
—Sí, bueno, ya ves que les vale. A ver si a la próxima te fijas, ¿eh?
—Sí, mamá — Replica sardónico. Examina el rostro pálido de su amigo y cuando ve la marca roja en su cachete, sin pensarlo termina borrándola con la manga de su chamarra. El le sorprende de una manera extrañamente agradable. — Ya, órale, apúrate que nos cierran — Arrea justo antes de echar a trotar, seguido de Marco, que solo se arrastra flojamente detrás suyo.
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ALMA
Novela JuvenilUna enfermedad que provoca el crecimiento de flores en los pulmones a raíz de un amor no correspondido suena demasiado fantasioso, ¿no?... pues para Carlos y Marco es una realidad que tienen que enfrentar. Vaya que la vida real puede ser una culera...