el vacio

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Honestamente, no sé qué pasó o cómo explicarlo, pero puedo decir con seguridad que mi alma o espíritu ya no estaba en mi cuerpo... estaba en otro lugar.

Me encontraba concentrado en mis estudios, revisando una clase grabada que había visto varias veces, sintiendo el cansancio apoderarse de mí, una fuerte necesidad de cerrar los ojos me invadió; los ojos me pesaban, y las palabras del profesor comenzaban a sonar como un murmullo lejano. No me dormí, eso lo sé. Aún podía escuchar la voz del profesor, aunque cada vez más distante, en la clase grabada que sonaba a través de mis auriculares. Aun continuaba escuchándolo, cada palabra resonaba en mi mente, mientras me esforzaba por mantener la concentración.

Pero entonces... en un instante, sin previo aviso... ya no estaba sentado en la silla frente a mi escritorio, algo cambió.

En un parpadeo, me vi flotando en una vasta y desolada extensión, como si hubiera sido lanzado a la inmensidad del espacio. Todo era todo tan vacío... frio... tan obscuro...

Sentí la oscuridad no solo alrededor de mí, sino también dentro de mí, llenándome, absorbiendo cualquier pensamiento racional.

Hay un dicho que dice: "Si miras con atención hacia la oscuridad del abismo, este te devolverá la mirada...". Jamás imaginé que esa frase cobraría tanto sentido hasta este momento. Ahora puedo corroborar que es real. En la profundidad insondable del vacío, algo me observaba. Algo antiguo. Algo más allá de cualquier comprensión humana. Vi hacia la oscuridad y la oscuridad me vio.

Al principio, era solo una sensación. Una presencia vaga, una sensación inquietante que crecía a mi alrededor, en la vasta negrura que me rodeaba. Pero pronto, aquello tomó forma.

Eran tres figuras, pero al mismo tiempo eran una sola, y a la vez no eran nada... y también eran todo. Paradojas vivientes, incomprensibles. Sus formas se difuminaban y se unían, como sombras danzantes, hasta que sus contornos se definieron. Eran inmensas, tan grandes que parecían abarcar galaxias. Más grandes que cualquier cosa, y al mismo tiempo tan abstractas que no parecían tener una forma concreta. Se desplazaban con una calma que solo los seres de tal poder pueden permitirse, y elegían observarme.

Eran tres. Eran uno. Eran todo. Eran nada.

Sus ojos, tan inmensos como una estrella puede ser, eran lo único que distinguía con claridad, parecían contener en su interior una conciencia que irradiaba poder y sabiduría ancestral. Esos ojos, vastos y llenos de sabiduría infinita, aunque ajenos y con formas que parecían reptilianas, como si la conciencia más primitiva y antigua de la existencia me estuviera escrutando, me observaban con una intensidad que trascendía la simple curiosidad.

Sin embargo, no sentí miedo... Pese a la abrumadora magnitud de su presencia... no sentí miedo... A medida que me observaban, la sensación de seguridad se apoderó de mí, como si supiera, de alguna manera inexplicable, que no deseaban hacerme daño. Sabía que, a pesar de su poder abrumador, no tenían esas intenciones. Podían haberme desintegrado con un simple pensamiento, terminar con mi existencia sin esfuerzo alguno. Pero no lo hicieron. En su mirada había algo más, una calma que me infundía una extraña serenidad. Y, aunque no puedo explicarlo, supe que estaban eligiendo permitirme estar allí, ante ellos.

El me vio... ellos me vieron... fijamente... Nos observamos por lo que parecía una eternidad.

Ellos me vieron, y yo los vi.

No con mis ojos, porque mi cuerpo seguía en mi escritorio, sino con una percepción que nunca antes había experimentado. Me vi reflejado en sus ojos, y en ese momento supe que ellos también se veían en mí. Eran un reflejo de todo y de nada. Era como si estuviera sintiendo su mirada en cada fibra de mi ser. Mi piel, mis huesos, mis nervios... todo resonaba con su presencia.

la vista del vacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora