HADAS

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Condado de Wicklow, Irlanda
1955

Siempre he sentido una especial atracción hacia las hadas. Desde muy pequeña, mi madre siempre me ha repetido una y otra vez que las hadas existen y que conviven con los seres humanos, alejadas en su propio reino al que nadie puede acceder. Ella tenía sus propias costumbres para atraerlas a casa: les dejaba leche y pan bajo los árboles, les construía casitas de madera que colgaba en las copas y a veces les tarareaba antiguas melodías que según ella, guardaban un origen celta. 

Lo cierto es que madre siempre fue una persona rara. Era muy sobreprotectora, tanto que mis hermanos y yo estudiamos en casa y apenas nos dejaba hablar con otras personas. Bajábamos al pueblo muy poco, y si lo hacíamos, siempre nos tenía el ojo puesto encima en toda ocasión. Yo siempre quería ir a jugar con los demás niños en el patio de uno de los colegios de allí, pero madre no lo permitía bajo ningún concepto. 

–Ya tienes a tus hermanos; además, los niños de aquí son unos salvajes. A saber el daño que te harían si te dejo jugar con ellos.– decía siempre.

Tenía una extraña obsesión por que nos encontrasemos bien en todo momento. Si decíamos algo como "mamá, creo que tengo fiebre" o "mamá, me duele la cabeza", enseguida nos metía en la cama y nos daba extraños mejunjes medicinales que guardaba vete tú a saber dónde, y que sorprendentemente eran tan eficaces que nos curaban al cabo de uno o dos días. En las escasas expediciones que realizábamos al pueblo, podía oír a algunos lugareños susurrando entre ellos cosas como "Esa mujer parece una bruja" o
"Hay muchas mujeres igual de locas como ella por todo Wicklow". Al principio claro, pensaba que eran exageraciones, sólo era una niña que seguía imcondicionalmente a su madre sin cuestionar ninguna de sus acciones. Al hacerme más mayor, sin embargo, todo me empezó a oler muy raro con ella: vivíamos en una casa en medio del bosque y completamente apartados de todo el mundo, a pesar de ser muy atenta estaba ausente casi todo el día, y ni siquiera sabíamos a dónde iba; nos curaba con extraños potinges, tenía una obsesión por las hadas y por lo mágico en general... Definitivamente no me faltaron motivos para empezar a pensar de que se trataba de alguna especie de bruja. 

Tampoco he contado lo peor. Como mencioné antes, éramos varios hermanos, siete en total. Pero todos y cada uno de ellos comenzaron a morir de forma repentina cuando llegaban a la adolescencia, a partir de los quince años más o menos. Madre siempre decía que una terrible enfermedad desconocida azotaba al pueblo (más excusas para no bajar allí), y que al estar cerca era normal que a veces nos llegase a nosotros, y se cobrase la vida de alguno. Casualmente sus medicinas no eran capaz de tratar dicha enfermedad, y no parecía darle mucha importancia a la muerte de mis hermanos; lloraba un par de días y después hacía como si nada hubiera ocurrido. Aparte, me empecé a fijar más en cómo ninguno de mis hermanos se parecía en lo más mínimo a mí. Ninguno compartíamos rasgos similares. Ni siquiera mi cara se asemejaba a la de madre. Todo esto agravó la situación, ahora tenía la hipótesis de que se trataba realmente de una bruja, y todos éramos niños secuestrados y criados por ella; sólo para utilizarnos para crear esos mejunjes. 

Me volví muchísimo más distante hacia madre. Ya no quería verla como una figura materna, sino como una secuestradora chiflada. Ya apenas le hablaba ni me acercaba a ella, sólo tenía una cosa en mente: descubrir la verdad tras todo aquello. Y como dicen, la curiosidad mató al gato: 

Era primavera, tendría unos 15 años (la edad perfecta para ser asesinada y convertida en una pócima). En nuestro hogar había un pequeño claro libre entre la casa y el bosque, sin ningún árbol, perfecto para jugar. Recuerdo el sol de la tarde alumbrando las flores con intensidad, y la hierba bailando al son del viento. Yo me encontraba jugando con mi hermano Coney a la pelota. Él tendría la misma edad que yo; y éramos los únicos dos hermanos que seguíamos con vida. Sabíamos perfectamente que era muy probable que estuviéramos próximos a la muerte, sólo que Coney de verdad pensaba que todo se trataba de una enfermedad que llegaba a por los hijos mayores de la familia. Él era más ingenuo, por lo que no sospechaba nada de madre. 

El Peculiar y Extravagante Bestiario del Sr. Madison (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora