El santuario de los secretos

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**Lilith**

Temblaba. Mis manos heladas se pellizcaban mutuamente mientras mis piernas flaqueaban tanto que empezaba a ser complicado mantenerme en pie. Estaba frente a la imponente puerta de madera que llevaba al santuario donde rendíamos culto a nuestro dios, nuestro señor. Pero en estos momentos solo quería huir de este lugar, pues no quería volver a verlo. Mi corazón palpitaba como loco, tratando de salirse de mi pecho. Mi respiración desenfrenada complicaba la situación y, poco a poco, el sudor frío se sumaba a la ansiedad del momento. Finalmente, me decidí. Toqué: TOC, TOC, TOC.

Pasó un segundo, dos, tres, cuatro... hasta que el chirrido de la polvorienta puerta hizo que levantara la vista para presenciar el rostro de la madre superiora. Algo no andaba bien. Lucía ojerosa (más de lo habitual), sus regordetas mejillas estaban coloradas, su entrecejo fruncido, y poco a poco su presencia evocaba una vibra espeluznante y misteriosa. A los segundos, me cedió el paso y, sin dudar, entré a la iglesia que en estos momentos parecía todo lo contrario. Algunos rayos de la luz de la luna se filtraban por las altas ventanas, iluminando el lugar y dándole un toque melancólico a la situación. Al fondo, la representación de nuestro dios se encontraba en la cruz, pero la luna no lo iluminaba a él, solo se podía presenciar un oscuro vacío mientras el polvo se acumulaba en aquella escultura divina. Las polillas revoloteaban sin cesar, atentas, como si fueran partícipes de todo esto, lo cual me inquietaba a más no poder. Entonces, bajo una sombra, mi vista se posó en una persona. Luciendo misteriosa y espeluznante, se encontraba de espaldas, portando una postura candente de superioridad que hacía lucir aquel atuendo de harapos estrictamente negros. No hablaba, no se movía, y seguramente no pestañeaba. Solo existía, como si fuese una de aquellas polillas que solo se posa en una esquina para observar. Y aquella persona observaba a nuestro señor, o al menos eso indicaba la postura de su cabeza. Mis nervios aumentaron más.

—Lilith —dijo la madre superiora con un tono demandante. Mi cuerpo se estremeció.
—¿Sí? —Inmediatamente volteé para verla directamente a los ojos, aquellos ojos verdes que reflejaban la divinidad del bosque pero que a la vez guardaban secretos muy perturbadores. Ella tenía la llave.
—A medida que el verano llega a su fin y la temporada de invierno empieza, las condiciones climáticas en Francia no son las mejores, y gracias a esto, el reino lucha para sofocar a los más vulnerables, teniendo que huir de su país para encontrar un hogar en otro. Tengo la fortuna de decir que nuestro señor ama beneficiar a los más vulnerables, y más cuando se han arrepentido de sus pecados. Es por esto que...

—Un minuto, madre Eva, por favor. No estoy entendiendo nada. El señor no da caridad a los beneficiados y lo sabe, mucho menos a los que tienen todas las posibilidades de crear una vida cómoda —interrumpí su tan elaborado discurso, ganándome una mirada juzgona de su parte. No me importó, mucho menos cuando aquella persona parecía ignorarnos, era como si no existiese.

—Lo que quiero decirte, Lilith, es claro... —Una voz interrumpió por segunda vez en la noche a la madre Eva.

—Soy un gigoló y vendí mi virginidad y mi alma al diablo por sobrevivir, por tener "una vida cómoda", como tú lo llamas. Ahora dime, ¿tendrías misericordia de mí? —La voz resonó en la oscuridad, profunda y gélida, como el eco de un trueno distante. Cada palabra era una orden, cargada de una autoridad inquebrantable que no admitía réplica. Había en su tono una irritación apenas contenida, como si el mero acto de hablar fuera una molestia. Me estremecí, sorprendida por la aparición repentina de aquella voz imponente que rompía el silencio de la noche, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

Aquella misteriosa figura giró su cuerpo para encararme y lo que vi a continuación me dejó perpleja:

Era hermoso. No existían palabras en el mundo para explicar la belleza que aquel joven poseía. Su belleza era etérea, casi celestial. Tenía el porte y la gracia de un ángel, con rasgos tan perfectos que parecían esculpidos por manos divinas. Su perfil era impecable y sus cejas finamente pobladas. Su cuerpo, aunque no excesivamente trabajado, era lo suficientemente masculino como para querer admirarlo completamente. Sus labios carnosos eran un manjar que incitaban a probarlos y morderlos hasta exprimir la última gota de sangre. Eran del color de los pétalos de las rosas y se veían tan exquisitos que, por un momento, olvidé que me había quedado embobada admirando sus labios fijamente.

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⏰ Última actualización: Sep 29 ⏰

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