Los celos del León

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No es como si nadie se hubiese dado cuenta, bueno la verdad es que la mayoría se había dado cuenta excepto (y como siempre) Checo. Pero, es que la mirada del león holandés es como si en ese momento tuviese a su presa en la boca y estuviese a punto de matarla clavándole los dientes en la yugular. Su víctima, nada más y nada menos que el piloto argentino que venía en reemplazo de su antiguo compañero Logan Sargeant, Franco Colapinto.

Charles y Fernando no podían decir que no se estaban divirtiendo ante esa situación y es que ver los ojos azul glaciar de Max Verstappen mirando al piloto de Williams rodear al piloto mexicano, le parecía bastante gracioso.

—Apuesto —murmuró Fernando— 100 dólares a que Max no se aguantará e irá a separarlo de Checo.

—Yo apuesto que verá a Checo y pasará de él con su habitual dramatismo —Murmuró Charles— y Checo se va a preguntar porque Max está enojado.

—Eso es una apuesta segura —respondió Fernando con una sonrisa ladeada—. Checo nunca se da cuenta.

Los dos pilotos intercambiaron miradas cómplices, como si estuvieran a punto de presenciar un espectáculo que solo ellos podrían disfrutar desde la barrera. Max, con los ojos fijos en Colapinto, parecía a punto de explotar. Su mandíbula estaba tensa, sus nudillos blancos al apretar los puños. Checo, mientras tanto, ajeno a todo, conversaba con Franco, riéndose de algo que probablemente no tenía la menor importancia.

—Mira, mira —susurró Charles, inclinándose ligeramente hacia adelante como si estuviera viendo una película fascinante—. Está caminando hacia ellos.

Max se acercaba lentamente, cada paso suyo cargado de intensidad. Era una amenaza silenciosa, su mirada fija en el joven piloto argentino que, para desgracia suya, seguía hablando como si nada. Checo le palmeaba la espalda con camaradería, completamente inconsciente del volcán que se aproximaba.

—Va a hacerlo —murmuró Fernando, entre divertido y expectante—. No puede aguantarse.

Charles se mordió el labio, incapaz de disimular su diversión.

—Lo mejor de todo es que Checo no va a entender nada.

Cuando Max finalmente llegó, su voz salió fría, controlada, pero con una dureza que solo los que le conocían bien podían captar.

—Franco —dijo, cortante—. Necesito hablar con Checo. Ahora.

Colapinto levantó la mirada sorprendida, y Checo se giró hacia Max, sonriendo como siempre.

—¿Qué pasa, Max? —preguntó, totalmente ajeno a la tormenta en ciernes.

Pero Max apenas lo miró. Sus ojos seguían clavados en Franco, quien retrocedió instintivamente, como un animal que siente la presencia de un depredador.

—Te sugiero que te vayas, ahora —repitió Max, más despacio, como si le estuviera dando una última oportunidad.

Franco balbuceó una disculpa y se fue con rapidez, dejándolos solos. Checo miró a Max con una mezcla de confusión y leve incomodidad.

—¿Estás bien, Maxie? —preguntó con esa ternura despreocupada que siempre lograba desarmar a Max.

Max apretó la mandíbula, mirándolo fijamente. El silencio que se instaló entre ellos era tenso, cargado de cosas no dichas, de emociones que Max siempre había preferido enterrar. Pero ahora, con Franco tan cerca de Checo, todo eso estaba demasiado cerca de la superficie.

—¿Por qué siempre tienes que ser tan ciego? —murmuró Max, casi para sí mismo.

Checo frunció el ceño, claramente perdido.

Los celos del León. | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora