LMK

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La Cruz de Hierro

Sinopsis

Mark, un joven sacerdote de fe inquebrantable, es transferido a una iglesia en un pueblo montañoso y abandonado, donde misteriosas visiones y voces comienzan a acosarlo. Atrapado entre fe y obsesión, descubre oscuros rituales y sacrificios, y pronto se convierte, sin darse cuenta, en ejecutor de los horrores.

Horro religioso, sobrenatural.

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"Ex tenebris in lucem redire non poteris."

El frío de la madrugada era profundo y húmedo, aferrándose a la piel de Mark mientras avanzaba por el camino de piedra hacia la iglesia. Su respiración era lo único que rompía el silencio en la pequeña aldea de Salem Grove, un lugar consumido por la niebla y la decadencia. Nadie había salido a darle la bienvenida a su llegada; las puertas de las casas estaban cerradas, y las ventanas parecían ojos vacíos observándolo en silencio.

Frente a él, la iglesia se alzaba, vieja y decrépita, una cruz de hierro oxidada colgaba sobre la entrada, oscilando ligeramente como si fuera impulsada por una mano invisible. El edificio tenía un aire de oscuridad tangible, y Mark sintió una punzada de inquietud al contemplarlo.

—Esta es tu misión, —se recordó a sí mismo mientras empujaba la pesada puerta de madera. La puerta crujió como si no hubiera sido abierta en años, y el olor a humedad y descomposición llenó el aire.

Al cruzar el umbral, un escalofrío recorrió su cuerpo. Los bancos estaban cubiertos de polvo y la única luz provenía de las velas parpadeantes que alguien había dejado en el altar. Sin embargo, no había rastro de nadie.

—¿Hola? —llamó, su voz resonando débilmente en la vasta y silenciosa nave.

Solo el eco de su propia voz le respondió.

"Et ipsi manebunt in tenebris aeternis."

Los días pasaron lentamente, cada uno cargado de una opresiva sensación de inquietud. Mark pronto comenzó a escuchar rumores de desapariciones en el pueblo: ancianos, vagabundos, y algunos niños. Nadie hablaba de ello directamente, pero Mark lo podía sentir en las miradas fugaces de los aldeanos cuando iba al mercado.

Una noche, mientras revisaba unos viejos libros en la sacristía, Mark encontró un manuscrito envuelto en tela negra. El texto estaba en latín, antiguo y desordenado, pero en el centro de la página había una imagen que lo hizo detenerse: una cruz de hierro rodeada de cuerpos mutilados, sus miembros dispuestos en patrones extraños. Un párrafo describía el ritual de "la Sangre de la Fe", una ceremonia que prometía la conexión directa con lo divino a través de sacrificios humanos.

"Y el elegido tomará la cruz de hierro y abrirá las puertas del Más Allá," leyó en voz baja, sus ojos temblando mientras absorbía las palabras. "El elegido beberá del sacrificio y se convertirá en el vínculo entre lo santo y lo impío."

Fue en ese momento cuando un ruido seco resonó desde la nave principal. Mark giró bruscamente, y sus ojos se encontraron con una figura en el altar, inmóvil y cubierta de sombras.

—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz apenas un susurro. La figura avanzó hacia él, y cuando la luz de la vela la alcanzó, Mark sintió que su estómago se retorcía de horror.

Era el cuerpo de una anciana del pueblo, su rostro contorsionado en una mueca de dolor eterno. Su garganta estaba abierta en una línea profunda, y de la herida aún brotaban hilos oscuros de sangre.

—Dios... mío... —murmuró Mark, retrocediendo mientras el cadáver se tambaleaba y caía al suelo con un sonido sordo.

Sus manos temblaban cuando intentó rezar, pero las palabras se negaron a salir de su boca. En su lugar, escuchó un susurro suave y siniestro en su oído:

—La cruz de hierro te espera, Mark...

    "Non est pax impiis."

Mark no podía dormir. Cada noche, visiones de cuerpos mutilados, de hombres y mujeres suplicando piedad, llenaban su mente. Las muertes en el pueblo se habían incrementado, y el cadáver de la anciana no fue el último. Cada víctima aparecía en el altar, dispuesta en posiciones grotescas, sus rostros aún congelados en expresiones de terror absoluto. Y, cada vez, Mark encontraba la cruz de hierro en sus manos al despertar, sus dedos manchados de sangre seca.

Un día, mientras se preparaba para la misa, un joven aldeano se le acercó, sus ojos abiertos de par en par y la respiración temblorosa.

—Padre, necesito confesarme... he visto algo... algo... en la iglesia por las noches. —El chico se estremeció y se aferró al borde del confesionario—. Hay alguien en el altar, alguien que... parece usted.

Mark sintió que un escalofrío le recorría la espalda. No podía recordar lo que sucedía por las noches; su memoria se volvía borrosa y los recuerdos se entremezclaban en sombras y gritos lejanos.

—Dios te protege, —murmuró, su voz casi quebrada—, por favor, reza conmigo...

De repente, el joven cayó en un espasmo de terror, su cuerpo sacudiéndose en el asiento del confesionario mientras balbuceaba palabras incomprensibles. Antes de que Mark pudiera reaccionar, el muchacho se desplomó, y un hilo de sangre comenzó a manar de su boca.

Mark observó horrorizado cómo la vida abandonaba los ojos del joven. La voz familiar susurró de nuevo en su mente, fría y burlona:

—Un sacrificio más, Mark... un paso más cerca de la verdad.

"Mors tua, vita mea."

La iglesia estaba completamente oscura cuando Mark se acercó al altar esa noche. Algo dentro de él lo impulsaba a continuar, a completar lo que se había iniciado. La cruz de hierro estaba allí, brillante en la penumbra, y un cuchillo de filo curvo reposaba a su lado.

Mark, con manos temblorosas y una sonrisa desquiciada en su rostro, comenzó a murmurar las palabras del manuscrito, invocando la presencia de algo antiguo y poderoso. El suelo bajo sus pies tembló, y figuras sombrías comenzaron a formarse a su alrededor, sus rostros pálidos y desfigurados, todos observándolo con ojos vacíos.

—Tomad mi carne... —dijo, alzando el cuchillo y mirándolo con reverencia.

Y entonces, uno por uno, los espíritus comenzaron a rodearlo, extendiendo sus brazos cadavéricos hacia él. Mark sintió el frío de sus dedos mientras lo sostenían en el altar, inmovilizándolo. Su carne comenzó a desgarrarse, y sus gritos de agonía llenaron la iglesia mientras los espíritus consumían su cuerpo, arrancando trozos de carne y devorándolos con ansias.

Pero en medio de su dolor, Mark sonrió. Porque en sus últimos momentos, pudo ver la verdad más allá del velo de la realidad. Vio la oscuridad infinita, el poder más allá de la muerte, y supo que su sacrificio no había sido en vano.

La iglesia permaneció en silencio después de eso, los ecos de los gritos de Mark resonando en las paredes de piedra. Y cuando los aldeanos entraron al día siguiente, encontraron la cruz de hierro en el altar, goteando sangre fresca, con la sombra de Mark aún proyectada en la pared, como si lo observara desde el más allá.

"Venit mors sicut fur in nocte."
"La muerte llega como ladrón en la noche."
(1 Tesalonicenses 5:2)

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Ptolemaea, Ethel Cain .

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⏰ Última actualización: Nov 05 ⏰

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