Deseo

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Siglo XXIII
Daegal Gallthorn

“No lo diga, no lo diga, no lo diga”, palabras que se repetían una y otra vez en su cabeza. Acostumbrado al rechazo de cada año, pero incapaz de aceptarlo, Daegal estaba esperanzado de que el tercer intento sería el decisivo, el que le otorgaría su oportunidad para ser reconocido. Sin embargo, las palabras que escuchó crearon un nudo en su estómago y sus manos comenzaron a temblar.

—Lo lamento, Daegal, tu pintura no fue seleccionada, pero vuelve a intentarlo el próximo año —dijo el recepcionista, sus labios curvándose en una sonrisa forzada que no alcanzaba sus ojos.

—¿Sabes por qué no lo logré? —preguntó con una voz que intentaba mantenerse firme, aunque sus ojos delataban una mezcla de tristeza y desesperación. Sabía que no debía preguntar, que cualquier duda se disiparía cuando se presentaran las pinturas ganadoras en el museo. Pero no quería una respuesta profesional, no esta vez. Quería más que una sonrisa de motivación; necesitaba una razón para no dejar esta pasión atrás.

Cuando el joven levantó la vista y su mirada se encontró con la suya, no tardó en percibir la desesperación en sus ojos avellana y, antes de que pudiera decir algo, el artista desvió la vista.

—Sabes que no soy un experto —aclaró su garganta y continuó con una voz suave pero firme—. He visto muchas de tus pinturas, tanto en tus redes como las que presentas en estos concursos. Pero, sinceramente, creo que careces de una musa. Tus pinturas son grandiosas, pero siempre se sienten vacías. Y es aún peor cuando intentas usar personas en tus obras; ni siquiera eres capaz de darles un rostro.

Entre todas las palabras, la que se quedó atascada en su mente fue “una musa”, como si ya hubiera escuchado ese consejo y no le hubiera tomado importancia. Pero aceptar algo así… “¡¿Musa?! ¡¿Quién necesita una musa?! Yo no. Sabía que era un error preguntar. ¿Cómo puedo estar seguro de que su opinión me hará mejorar? ¿Acaso no importan las horas que puse mi esfuerzo? ¿Los eventos que me perdí por estar entre pintura y pinceles? ¿Cómo podría él entender cómo me siento? ¿Cuál es la necesidad de un rostro en una persona, si en ellos no encontraré nada memorable?”

Con suspiros cortos de frustración, el joven de cabello castaño sentía cómo su estómago se estrujaba más y más, fallando en su intento de liberar la tensión acumulada. Sus latidos aumentaban, y tras sentir una ira interna dirigida hacia sí mismo; está se acabó liberando en lágrimas incontrolables.No podía mostrar debilidad. Salió lo antes posible de aquel museo caracterizado por sus paredes blancas y su estilo elegante. Al sentir la brisa de la calle, su cuerpo se detuvo para sentarse y abrazar sus piernas, ocultando su rostro en estas. Era más fácil ser un ignorante y buscar una distracción, pero en esos momentos Daegal solo tenía que aceptarlo.

“¿A quién quiero engañar? Él tiene razón. ¿Cuánto tiempo más me dedicaré a negarlo? Sé cuán necesario es para un artista tener esa inspiración, pero nunca te explican qué sucede con ese amor a pintar, con un futuro potencial, si carece de una musa. ¿Se deja de pintar? ¡No! ¡No puedo! No quiero, no es justo. ¿Cuánto tiempo más estoy dispuesto a esperar? A los 15 me aferré a la idea de que no me aceptaron porque aún era muy joven, a los 16 porque aún puedo mejorar. Ahora tan solo tengo 17, pero ¿a qué idea me puedo aferrar? ¿Qué debo pensar? ¿Cuál será la razón ahora para volverlo a intentar? ¿Qué excusa le pondré a mis padres para que esperen un año más? ¿Qué le diré a mi hermanita, mi mayor fan? Al final, Derek no se equivoca. No importa cuánto esmero ponga en una pintura, si no les transmito nada a quien la observa, pierde valor. Tan solo desearía que aquello que es mi musa se presentara. ¿Es mucho pedir?”

Aún con una que otra lágrima, Daegal encontró un poco de fuerza y euforia, trayendo consigo un deseo imborrable. “Universo, si me estás escuchando, ¡escúchame bien! Prometo que si me haces conocer a mi musa, todas mis pinturas tendrán su nombre.” Y aunque pareciera loco, las risas del joven aparecieron llamando la atención de la gente y con algo de vergüenza, se limitó a callarse.

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