Día 1: Eterno retorno

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Tema: Again

"Día tras día, la monotonía devora el sentido, hasta que el vivir se reduce a simplemente existir."

Me levanto cada día a la misma hora

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Me levanto cada día a la misma hora. El mismo silencio a la mesa, la misma indiferencia en los rostros de mi familia. Mastico sin pensar, como si ese simple acto de comer fuera otra tarea mecánica. Después, entreno. Golpeo, destrozo... pero ni siquiera eso me llena ya. El almuerzo llega, lo tomo solo, encerrado en mi habitación, porque al final, la soledad es la única compañía que no me abandona. Visita el reino mortal, regreso para la cena. Todo se repite. Y antes de que Selene cubra el cielo con su manto, ya estoy en mi cama, esperando el amanecer... esperando nada.

Todo sucede una y otra vez.

La guerra, la destrucción, la paz, la felicidad, la envidia, el odio... y de nuevo la guerra. Un ciclo eterno. No importa lo que haga, siempre vuelve al mismo punto.

Cada vez que cierro los ojos, veo los campos de batalla. Cadáveres esparcidos, la tierra empapada de sangre, el aire denso y sofocante, cargado de muerte. Antes, esa visión me daba sentido, una cruel satisfacción de cumplir con mi rol. Ahora... no. Ahora sólo es un eco vacío.

La verdad es que ya nada me parece real. Todo se ha vuelto insípido, hueco, como si alguna parte de mí se hubiera perdido en algún lugar de esas batallas olvidadas. A veces pienso que me dejó a mí mismo en algún campo de guerra, rodeado de cadáveres que, al menos, ya no sienten.

Recuerdo aquellas antiguas batallas con nostalgia. En ellas, por lo menos había un propósito. Había algo que me impulsaba a existir. Entre los mortales, aunque sus vidas fueran breves, sabían cómo aprovechar cada instante para encontrar la felicidad, algo que nosotros, los dioses, jamás comprenderemos.

Ahora, esos recuerdos son como espejismos, difusos, irreales. Sólo me queda la monotonía, devorando cada día. Intenté escapar de esta inercia, busqué nuevos pasatiempos. Imité a mis hermanos. Pinté, escribí poemas, esculpí, leí, incluso juego de ajedrez y cuidé plantas. Pero al final, todo se reduce al fracaso. Parece que sólo fui hecho para destruir, nunca para crear. Las burlas me acompañaron siempre, como un susurro que se cuela entre las sombras.

"Ares, manténgase atento". La voz de Atenea, con su arrogancia habitual, me arranca de mis pensamientos.

"Sé que tu capacidad mental es limitada, pero por lo menos intenta escuchar". Su tono burlesco provoca risas a mi alrededor. Las palabras se clavan en mi mente, pero ya no encienden la llama de la ira. Esa parte de mí está rota, muerta. Lo único que queda es vacío. ¿De qué sirve enfurecerse si nunca cambiará nada? Siempre será visto como el bruto sin cerebro. Nada más que una herramienta de destrucción.

La reunión sigue. Yo me desconecto, como siempre lo hago. Mis ojos encuentran los de mi madre, pero ella rápidamente desvía la mirada. Una sonrisa forzada que no devuelve. La vergüenza en sus ojos es algo a lo que me he acostumbrado. Ella ya no es mi refugio, como lo fue cuando era niño. Antes, creía que soportaba su sufrimiento por el bien de nosotros, sus hijos. Ahora, sé que no es más que una cobarde egoísta, tan monstruosa como mi padre.

Intenté buscar refugio en la vida mortal, pero siempre me encontré, arrastrándome de vuelta a este Olimpo vacío. Ahora, lo único que deseo es terminar con todo.

El ciclo interminable de dolor y sufrimiento.

En las noches, mientras el Olimpo duerme, mis pasos resuenan en los pasillos vacíos. Observa los cuadros de los dioses en su esplendor, todos pretendiendo ser algo grande, algo eterno. Pero todo es una mentira. El esplendor es sólo una fachada, y todos nosotros somos prisioneros de un ciclo sin fin.

Al final del pasillo, el balcón. Siempre termino ahí, mirando las estrellas, buscando respuestas en el cielo. Pero las estrellas ya no me hablan, no me dan consuelo. Sólo silencio. Solo vacío.

Cada noche, miro el tónico que tengo guardado. Un brebaje que me quitaría la divinidad para siempre, que cortaría todo vínculo con el Olimpo. Cada noche, lo guardó de nuevo en el cajón. ¿Por nostalgia? ¿Por cobardía? Nunca lo sé. Una y otra vez, repito el mismo gesto.

Y así, la vida sigue. O, mejor dicho, la existencia sigue.

Sentado en el borde de un acantilado, observó el sol desaparecer, llevándose con él otro día más. Quizás hoy sea el día en que todo termine. O quizás, sólo sea el comienzo de otro ciclo, otro día vacío, esperando un final que nunca llega.



Angstober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora