Ecos de un Pasado Roto

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La luz del amanecer filtraba sus rayos a través de las hojas de los árboles, tiñendo el pequeño pueblo de un suave resplandor dorado. Merlin, un niño de apenas diez años corría por los senderos de tierra, sus pies descalzos sintiendo la frescura de la mañana. Cada rayo de sol era un abrazo cálido que lo envolvía, y su risa resonaba como música en el aire, pura y alegre. Sus padres lo observaban desde la distancia, sus rostros iluminados por la felicidad al ver a su hijo disfrutar de la vida.

—¡Mira, madre! —exclamó Merlin, alzando con orgullo una flor que había brotado en el suelo—. ¡He hecho que florezca!

Su madre, con ojos llenos de amor, se acercó, acariciando su cabello rizado.

—Tienes un don especial, hijo. La magia está en ti, pero recuerda que siempre debes usarla con sabiduría. Estas destinado a cosas grandiosas... —La voz de su madre era un suave susurro, una advertencia envuelta en ternura.

Merlin asintió, sintiéndose como un pequeño héroe en un mundo lleno de maravillas, donde cada hoja que danzaba con el viento parecía celebrar su existencia. Pero, al caer la noche, esa tranquilidad se desvaneció, como si la oscuridad misma hubiera decidido apoderarse del pueblo.

El estruendo de la guerra interrumpió su paz. Ecos de gritos desgarradores y el sonido de acero chocando resonaron en el aire, como un rugido de tormenta que arrasaba con todo a su paso. La vida que conocía se desmoronó ante sus ojos, dejando solo un paisaje de caos y terror.

Despertó en medio de un caos abrumador, la casa en llamas iluminando la noche como un cruel faro. El aire estaba cargado de humo y el olor a ceniza invadía sus sentidos, cada inhalación llenándole de una angustia profunda. Buscó a sus padres entre la confusión, su corazón latiendo con fuerza, pero sólo encontró sombras y dolor. Un grito desgarrador le partió el alma; era un sonido que se quedaría grabado en su memoria, un eco que lo perseguiría en sus noches más oscuras.

Con cada paso en su huida, dejó atrás el niño que era, el inocente que jugaba con flores y creía en la bondad del mundo. Las llamas devoraban su hogar, llevándose consigo sus recuerdos más felices, y él, un niño perdido, se adentró en la oscuridad, sintiendo el frío de la soledad invadirlo. La magia que una vez le había traído alegría ahora se sentía como una carga, un recordatorio de lo que había perdido. Así comenzó su viaje, no solo por el reino, sino por el laberinto de su propio corazón, buscando respuestas y un lugar al que volver, aunque sabía que nada sería igual.

Mientras Merlin vagaba por los senderos solitarios del bosque, la tristeza lo envolvía como una niebla espesa. Su corazón estaba roto, y el eco de su pasado resonaba en su mente. Se adentró en la espesura, buscando consuelo en la naturaleza, pero lo que encontró fue la soledad más profunda.

Fue entonces cuando escuchó un leve ruido entre las hojas. Curioso, se agachó, y ante él apareció un pequeño escarbatto, un criatura de aspecto peculiar. Su cuerpo era como el de un escarabajo, brillante y dorado, pero sus ojos eran grandes y expresivos, llenos de curiosidad. Se movía con agilidad, y aunque parecía inofensivo, había algo en su andar que atrajo la atención de Merlin.

—¿Qué haces aquí, pequeño? —preguntó Merlin, inclinándose hacia el escarbatto.

El animalito, como si entendiera la tristeza en su voz, se acercó y comenzó a explorar su entorno. Merlin se dio cuenta de que el escarbatto parecía atraído por su presencia, como si de alguna manera percibiera su soledad. Al cabo de unos momentos, se aventuró a seguirlo, dejándose llevar por su instinto.

El escarbatto lo guió a un claro oculto entre los árboles, donde la luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando un espectáculo de luces danzantes. En el centro del claro, un tronco caído se alzaba como un trono natural, y sobre él se sentaba un anciano de larga barba blanca, su cabello enredado con ramitas y hojas. Sus ojos, profundos como un abismo, parecían reflejar la sabiduría de los siglos y secretos olvidados.

—Bienvenido, joven Merlin —dijo el anciano, su voz como un susurro de viento en la brisa, como si la propia naturaleza le hablara.

Merlin se sorprendió, pero no sintió miedo. Era como si una parte de él hubiera estado esperando este encuentro.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, con la incredulidad brillando en su mirada. El aire en el claro se volvió denso, como si el tiempo se detuviera.

—La magia es un hilo que nos conecta a todos —respondió el anciano, una sonrisa en su rostro que revelaba dientes desgastados pero llenos de calidez—. Tú, joven, llevas un destino importante en tu interior, uno que arde y espera ser liberado.

—¿Quién eres realmente? —inquirió Merlin, sintiendo cómo su curiosidad se intensificaba—. ¿Qué haces aquí, en este lugar olvidado?

—Soy un viajero, un mago errante —dijo el anciano, su voz llena de eco y misterio, resonando como un canto lejano—. He recorrido este mundo, buscando a aquellos que aún no han encontrado su camino. He sentido tu dolor y tu potencial, como un faro en la oscuridad.

El escarbatto, mientras tanto, había encontrado un pequeño objeto brillante en el suelo y lo llevaba en su mandíbula, como si fuera un tesoro. Merlin lo observó, sintiendo una conexión especial con la criatura que, en su propia búsqueda, había encontrado su lugar.

—¿Qué puedes enseñarme? —preguntó, ansioso por comprender la magia que latía dentro de él y deseoso de encontrar un propósito en su nueva vida.

El anciano lo miró fijamente, sus ojos chispeando con un conocimiento antiguo. —Todo a su tiempo, joven Merlin. Pero primero, debes aprender a sanar tu corazón. La magia florece en aquellos que encuentran la paz en su interior. La tristeza que llevas contigo es como una sombra que oscurece tu luz.

—¿Y si nunca encuentro esa paz? —preguntó Merlin, sintiendo el peso de su historia aplastando su esperanza.

—La paz no es un destino, sino un viaje —respondió el anciano, inclinando ligeramente la cabeza—. Debes enfrentar tus sombras, y solo entonces podrás abrazar tu verdadero poder.

Un silencio envolvió el claro, interrumpido solo por el suave crujir de las hojas. Merlin sintió un destello de esperanza, como si las palabras del anciano fueran un hilo de luz en su oscuridad. Con el escarbatto a su lado y el mago errante como guía, un nuevo capítulo comenzaba a escribirse en su vida. Tal vez, solo tal vez, había una manera de reconstruir lo que había perdido.

—Recuerda, Merlin —dijo el anciano mientras se levantaba—, la magia nunca se trata solo de lo que puedes hacer. Se trata de quién eres.

Con esas palabras resonando en su mente, Merlin sintió que su viaje apenas comenzaba, y el camino por delante prometía revelaciones inesperadas.

La Torre de MerlínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora