Travesía a lo Incierto

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En aquel entonces no entendía nada de lo que sucedía; estaba atrapado en una vorágine de confusión y dolor. Las imágenes de aquella noche oscura aún danzaban en mi mente, como sombras que se negaban a desvanecerse. Recuerdo los gritos ahogados, el frío metal del cuchillo en mis manos y la incredulidad que se apoderó de mí cuando me di cuenta de lo que había hecho.

No era un monstruo, o al menos eso creía. Solo era un niño asustado, atrapado entre el miedo y el impulso irrefrenable de sobrevivir. Mis padres, figuras que antes representaban amor y protección, ahora eran solo recuerdos borrosos, sombras en un rincón de mi mente. La culpa me consumía, pero había algo más: una extraña liberación al haber cortado los lazos que me ataban a una vida de dolor.

La casa, una vez cálida y familiar, se había convertido en un laberinto de ecos y silencio. Cada rincón susurraba secretos que yo no podía entender, y cada crujido del suelo bajo mis pies parecía acusarme de un crimen que no sabía cómo justificar. ¿Era yo el culpable o simplemente un producto de circunstancias que se habían salido de control?

Mientras las horas se deslizaban, la verdad se volvía más difícil de asimilar. Había cruzado una línea de la que no había vuelta atrás. La soledad se instaló en mi corazón, y el miedo al descubrimiento me mantenía despierto, siempre mirando por encima del hombro. ¿Quién podría comprender lo que había sucedido? ¿Quién podría perdonarme?

Afuera, la vida continuaba como si nada hubiera cambiado, pero dentro de mí, todo había quedado marcado por un horror que nunca podría borrar. En aquel entonces, mientras intentaba dar sentido a lo inconcebible, comprendí que la oscuridad no solo habitaba el armario, sino que también había encontrado un hogar en mí.

A medida que los días pasaban, la realidad se volvía más pesada, como una niebla que envolvía cada pensamiento y acción. Intentaba llevar una vida normal, asistir a la escuela, sonreír cuando debía, pero en el fondo, una tormenta rugía dentro de mí. Las miradas curiosas de mis compañeros, sus risas despreocupadas, me recordaban lo que había perdido y lo que jamás podría recuperar.

Cada vez que cerraba los ojos, podía ver sus rostros. La imagen de mi madre, su sonrisa cálida, y la de mi padre, firme y protector, se entrelazaban con el eco de sus últimas palabras. “¿Por qué, hijo?” Esa pregunta resonaba en mi mente como un mantra. ¿Por qué había llegado a ese punto? ¿Qué había hecho que la desesperación se convirtiera en acción?

La noche, mi refugio, se convirtió en mi prisión. A menudo me encontraba de pie frente al armario, observando su oscuridad como si pudiera vislumbrar algo que explicara mi locura. Era una puerta que había permanecido cerrada desde aquel día, pero su presencia era innegable. Me llamaba, susurrando secretos que solo yo podía oír, y, en mi interior, un deseo malsano de abrirla empezaba a crecer.

Me quedé en el suelo, temblando, el sudor empapando mi frente y la adrenalina aún recorriendo mis venas. La casa permanecía en silencio, pero el eco de las voces agonizantes aún resonaba en mi mente, como un recordatorio constante de lo que había hecho y de lo que podía volver a perder.

De repente, una sensación extraña me invadió. Miré a mi alrededor, notando que la atmósfera de la habitación parecía distorsionarse. Las sombras danzaban en las paredes, y el armario frente a mí emitía un leve murmullo. Sin saber por qué, me sentí atraído hacia él, pero al mismo tiempo, un profundo miedo se apoderó de mí.

Mientras me acercaba, un humo rojo comenzó a emanar del armario, y las puertas se abrieron lentamente, revelando una oscuridad profunda. Una mano roja, con garras afiladas, emergió de las sombras, sosteniéndome por los pies, y en mi mente resonaban gritos de agonía. Pero justo cuando todo parecía que iba a terminar, sentí una sacudida y, de repente, el paisaje cambió.

Me encontré en una habitación familiar, iluminada por la luz cálida del sol. Mis padres estaban allí, vivos y sonriendo, como si nada hubiera pasado. Mi madre me miraba con ternura mientras mi padre reía, su voz llena de alegría. Me di cuenta de que todo lo que había experimentado —el armario, la oscuridad, la culpa— era solo un sueño aterrador.

"¿Estás bien, hijo?" preguntó mi madre, su voz suave como siempre. Me senté en la cama, todavía tratando de comprender lo que había sucedido. El terror de la pesadilla se desvanecía lentamente, dejando atrás una sensación de alivio y confusión.

"No sé qué fue eso," respondí, la realidad comenzando a asentarse en mí. "Pensé que había hecho algo horrible."

Mis padres intercambiaron miradas de preocupación, pero luego mi padre se acercó y me dio una palmadita en el hombro. "No tienes que preocuparte por nada, estamos aquí contigo. Siempre lo estaremos."

A medida que la luz del día se filtraba a través de la ventana, sentí que el peso de la culpa que había cargado en mi sueño comenzaba a desaparecer. En ese momento, comprendí que el armario y la mano roja representaban mis miedos y ansiedades, pero que nunca deberían haberme llevado a pensar que podía perder a mis padres.

Con el corazón latiendo con fuerza, me levanté y fui hacia ellos. Los abracé con fuerza, sintiendo su calor y el amor que siempre había estado presente. "Lo siento, sólo fue un sueño," murmuré, la seguridad de su presencia calmando mis temores.

Mi madre sonrió y me acarició el cabello. "Los sueños pueden ser aterradores, pero recuerda que siempre hay luz incluso en la oscuridad. Estamos aquí para guiarte."

Con el tiempo, el terror de la pesadilla se convirtió en una lección. Aprendí a enfrentar mis miedos, a hablar sobre mis ansiedades y a apreciar cada momento que pasaba con ellos. Mi vida continuó, llena de amor y esperanza, con la certeza de que la realidad era mucho más poderosa que cualquier pesadilla.

Esa experiencia se convirtió en un recordatorio constante de que, aunque el miedo puede ser abrumador, siempre hay un camino hacia la luz, y siempre hay amor que esperar. Con una nueva perspectiva, decidí que nunca permitiría que la oscuridad de un sueño me separara de lo que realmente importaba: mi familia y el amor que compartíamos.

El Misterio Del ArmarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora