El viaje desde el andén nueve y tres cuartos

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El último mes de Harry con los Dursley fue muy divertido. Dudley le tenía miedo y no se quedaba con él en la misma habitación, y tía Petunia y tío Vernon no lo encerraban en la alacena ni lo obligaban a hacer nada ni le gritaban. En realidad, ni siquiera le dirigían la palabra. Mitad aterrorizados, mitad furiosos, se comportaban como si la silla que Harry ocupaba estuviera vacía. Aunque aquello significaba una mejora en muchos aspectos, después de un tiempo resultaba un poco molesto, pero la mayor parte del tiempo le reconfortaba la sensación de sentirse temido, incluso le generaba cierta satisfacción perversa regodearse en su incomodidad.

Harry se quedaba en su nueva habitación la mayor parte del tiempo, con su nueva lechuza por compañía. Decidió llamarla Hedwig, un nombre que encontró en Historia de la magia. Los libros del colegio eran muy interesantes. Por la noche leía en la cama hasta tarde, mientras Hedwig entraba y salía a su antojo por la ventana.

Era una suerte que tía Petunia ya no entrara en la habitación, porque Hedwig llevaba ratones muertos. Cada noche, antes de dormir, Harry marcaba otro día en la hoja de papel que tenía en la pared, hasta el uno de septiembre.

El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus tíos para poder ir a la estación de King Cross, al día siguiente. Así que bajó al salón, donde estaban viendo la televisión. Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba allí, y Dudley gritó y salió corriendo; en parte, Harry lo hizo por eso.

—Hum... ¿Tío Vernon?

Tío Vernon gruñó, para demostrar que lo escuchaba.

—Hum... necesito estar mañana en King Cross para... para ir a Hogwarts.

Tío Vernon gruñó otra vez.

—¿Podría ser que me lleves hasta allí?

Otro gruñido. Harry interpretó que quería decir sí.

—Muchas gracias.

Estaba a punto de volver a subir la escalera, cuando tío Vernon finalmente habló.

—Qué forma tan curiosa de ir a una escuela de magos, en tren. ¿Las alfombras mágicas estarán todas pinchadas?

Harry no contestó nada, tenía una docena de buenas respuestas irónicas, pero se las guardó por mera conveniencia.

—¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos?

—No lo sé —dijo Harry; dándose cuenta de eso por primera vez. Sacó del bolsillo el billete que Hagrid le había dado—. Tengo que coger el tren que sale del andén nueve y tres cuartos, a las once de la mañana. —leyó.

Sus tíos lo miraron asombrados.

—¿Andén qué?

—Nueve y tres cuartos.

—No digas estupideces —dijo tío Vernon—. No hay ningún andén nueve y tres cuartos.

—Eso dice mi billete.

—Equivocados —dijo tío Vernon—. Totalmente locos, todos ellos. Ya lo verás. Tú espera. Muy bien, te llevaremos a King Cross. De todos modos, tenemos que ir a Londres mañana. Si no, no me molestaría.

—¿Por qué vais a Londres? —preguntó Harry tratando de mantener el tono amistoso.

—Llevamos a Dudley al hospital —gruñó tío Vernon—. Para que le quiten esa maldita cola antes de que vaya a Smeltings.

A la mañana siguiente, Harry se despertó a las cinco, tan emocionado e ilusionado que no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso los tejanos: no quería andar por la estación con su túnica de mago, ya se cambiaría en el tren.

Harry Potter: La Sombra de VoldemortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora