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La llamada con Horner duró quince minutos. Él tenía una mala noticia. Habían encontrado a la madre de Pato, pero ella había sido asesinada. Checo tuvo que sentarse. ¿Cómo se lo iban a decir a Pato?

—Sabemos que es ella y estamos haciendo todo lo posible para recuperar sus restos y darle un entierro como debe de ser— Horner le informó.

Un nudo se apoderó de su garganta. Checo tenía la esperanza de encontrarla y que ella pudiera darles las piezas necesarias para formar el rompecabezas y terminar con todo, pero eso no iba a suceder. Si la madre de Pato estaba muerta, había razones de sobra para pensar que también querían ese destino para el niño.

—Por el momento, sabemos que uno de sus apellidos es Junco, pero eso no es esclarecedor. Estaremos en contacto— Horner colgó.

Checo guardó su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón. Salió de casa luego de activar el sistema de seguridad. Decidió viajar en el otro auto, de todas formas debía abastecerse de comida. Se estacionó cerca de la escuela de Pato. No se le dificultó encontrar el sedán desde el que Max vigilaba al niño. Sin ninguna clase de aviso, Checo abrió la puerta del copiloto y se metió, causando que Max derramara Red Bull en su pantalón y que lo apuntara con su arma.

—¡Puta madre, Checo! Avísame.

—Perdona.

—¿Sucedió algo?— Max limpió el líquido derramado con una servilleta, aunque la mancha sería visible hasta que se secara.

—La madre de Pato está muerta.

Max casi se tuerce el cuello al voltearlo a ver. Checo movió su pierna frenéticamente, un hábito que aparecía cuando el estrés se estaba acumulando.

—¿Cuál es la manera correcta de hablar sobre la muerte a un niño?— Checo se talló los ojos. No había dormido las horas suficientes para procesar la información de manera correcta y objetiva.

—No hay una manera correcta. Y, no creo que sea prudente decírselo. Ha estado bajo demasiados cambios y apenas se está adaptando como para desestabilizarlo una vez más— Max comentó.

Él tenía razón. Checo también lo había pensado. Además, el proceso de recuperar los restos sería largo, llevaría meses, mismos meses que Checo y Max podrían encontrar una manera de darle la noticia. Pato debería estar en su entierro. Se trataba de su mamá, él merecía despedirse de ella.

—¿Hay más información?

—No mucha. Aún siguen investigando.

Checo tomó prestados los binoculares con los que Max llevaba a cabo su trabajo. Pato estaba concentrado, anotando lo que estaba en el pizarrón. Estaba dispuesto a dar todo para que el niño estuviera seguro. Sabía que cuando el momento de la despedida se hiciera inevitable, Checo lo iba a extrañar, pero tendría que suceder.

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La noche era su enemiga. Las pastillas para dormir se iban agotando. Había estado tomando dos, porque el efecto de una sola no era suficiente. La noticia de la madre de Pato le había traído recuerdos, y no podía verlo a los ojos.

Cuando llegaban a una zona en conflicto, las madres se arremolinaban para pedirles que encontraran a sus hijos, vivos o muertos. Checo jamás iba a estar preparado para sobrellevar todo lo que iba a experimentar. Para los terroristas, los niños eran simples vasijas que podían romper y desechar. Los usaban y si morían, no importaba, había más en las filas. El recuerdo de las pilas de cuerpos lo golpeó con intensidad. El pasado era la razón por la que no podía conciliar el sueño la mayor parte del tiempo.

Hecho en MéxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora